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Vestidos para danzar

Clara Guzmán / Opinión.- El sábado, que era el día de reflexión, me fui al museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla. En su cartelera, Vestidos para danzar, exhibición de danzas rituales de la provincia de Huelva, que me pareció lo más oportuno para la jornada.

Verán, en España andan todo el día con la cantinela de que tenemos que hacer flexiones; que si la salud es vital, que si la vida sedentaria es mortal de necesidad, que acabas oxidado, anquilosado… Claro que de reflexionar no dicen nada. Ni siquiera hay anuncios en las televisiones autonómicas. Eso es otro cantar, porque no es de recibo dar la nota. Ya saben: do, re, mi, fa, sol… Menos mal que cada cuatro años, a veces incluso menos, nos dan un día de asueto físico para que trabaje la mente. Con tan poco entrenamiento, no es tarea fácil. Por eso hay que dosificarlo y empezar con los aspectos lúdico-festivos de nuestro folclore autóctono, que suelen ser muy instructivos.

Con un chocolate caliente y unos roscos de canela de Los Palacios, que se hacían allí mismo, los presentes aprendimos mucho y reflexionamos un rato, sobre todo porque era gratis y ya saben que gratis, cueste lo que cueste.

[blockquote style=»1″]La danza era la conocida como de las plañideras, cuando acudían a las casas donde había muerto un niño. La verdad es que en plena jornada de reflexión y ya tener un niño muerto era un presagio difícil de digerir a escasas horas del día D.[/blockquote]

Primero danzaron unas señoras de Encinasola, que tocaban el pandero, con las cabezas cubiertas por unos mantos morados. Eran de una sobriedad apabullante. Su atuendo data del siglo XIII, cuando Fernando III conquistó Sevilla y tenía a esta localidad onubense como punta de lanza, repoblada por gentes de Extremadura y Salamanca, de ahí la sobriedad de sus movimientos.

La danza era la conocida como de las plañideras, cuando acudían a las casas donde había muerto un niño. La verdad es que en plena jornada de reflexión y ya tener un niño muerto era un presagio difícil de digerir a escasas horas del día D. Menos mal que a continuación llegaron los danzantes de El Cerro del Andévalo, con sus ricos trajes barrocos del XVIII, e iniciaron un baile de cortejo. O sea, el tira y afloja desde que el mundo es mundo, llámese roneo, tirada de tejos o ese huevo quiere sal. Es decir: tú me das, yo te doy, pero a la vez te quito. Mira que hay un ciudadano con el que podemos hacer algo muy popular, si nos unimos por la izquierda y luego te doy un pase a la derecha. Pacto de caballeros, lo que se dice de caballeros, tampoco hace falta que nos pongamos tan serios. Ni tampoco hace falta que me mires a la cara, porque no es la primera ni será la última; déjate querer, mujer, déjate querer… Y a todo esto con música de fondo, que es mucho más llevadero.

Pues nada, que empiece de nuevo el baile… Y a vestirse para danzar al son que tocan. ¿Ven como no cuesta tanto eso de reflexionar? Total, sólo es ponerse.