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Vetos de Susana

Dice ahora Susana Díaz que ella nunca vetó a periodista alguno.

 

A Susana Díaz se le ha subido el odio a la cabeza.  Usa mucho las redes sociales para dejar constancia permanentemente de sus heridas. Tiene en el rencor su alimento cotidiano, ese que le nutre sus rabias por dejar de ser quien fue. Odia a los que no la votaron desde las derechas, el centro y las otras izquierdas distintas, que no distantes, a la suya. Odia a los que ni se molestaron en ir a votar desde lo suyo, el PSOE. Odia al ¿compañero? Pedro, ese okupa de lo que ella soñó tener, en su sueño. En tal rabia navega la expresidenta que incluso se atreve a mentir con descaro, sin disimulo alguno, para reubicarnos a todos en su afrenta, sin desubicarse ella.

 

Susana Díaz se cree aún en esa fase inabordable que la blindó entre los suyos, y, con Canal Sur de reata, también entre los demás.

 

La misma soberbia que tuviera cuando se creyó sempiterna presidiendo el Gobierno de la Junta. Nada que no haya sido aleccionado por el breve monclovitismo del mentiroso primero de España y parte del extranjero: Pedro Sánchez. Es su vivo ejemplo en faltar a la verdad, aunque ya tuvo ella maestros entre tantos jefes como tuviera.

 

Dice ahora Susana Díaz que ella nunca vetó a periodista alguno; que sí, puede que diera exclusivas informativas a unos periodistas seguidistas y afectos, en perjuicio de otros más desafectos y aún menos seguidistas, pero que ella nunca vetó a nadie. Claro, ella no vetó, mandó a obedientes sirvientes a que lo hicieran en su nombre, sin usarlo.

 

La protectora de los pelotaris susanistas de la prensa andaluza y sus amigos más proclives, dándonos lecciones de lo que jamás hizo, para aparentar ser como lo que no hace.

 

¿Buscará perdonar a su conciencia, quizá reconciliarse con su altanería, la que tanto la alejó de la verdad? Hay en Andalucía tantos periodistas vetados por Susana Díaz como atrevidos informantes de la verdad, discrepantes articulistas con firma al pie de su discrepancia, y opinantes haya distintos al credo oficial. Pero ella no lo recuerda. Como ahora no manda, su gran descaro es negar aquello que provocó para poder acusar al nuevo gobierno de lo mismo que ella inventara.

 

Nadie creerá jamás tal desvergüenza justificativa de una expresidenta como la socialista, hoy despechada, quien usó y abusó de los medios públicos para enaltecer su propia figura política. Y sometió a algunos medios privados con la dádiva publicitaria que le permitía el presupuesto que antes manejara, para acomodar la información a sus intereses. Venir ahora diciendo que ella nunca vetó periodistas es tanto como reconocer explícitamente lo contrario. Ya saben, excusatio non petita…

 

Afortunadamente quedan pocos andaluces, excepto los muy hiperventilados de la causa socialí, que crean en la supuesta metamorfosis de una lideresa que cuando gobernó hizo de su poder un instrumento de ostentación institucional, un simulacro de tolerancia a la pluralidad informativa y un continuo mercadeo con la interesada forma de amagar, publicitar o esconder la información a la carta; o sea, según conviniera a los electorales intereses del PSOE. Pero no al histórico PSOE, sino al PSOE de Susana, ese que ella controló, ahormó a su futuro propio, y para su muy personal causa.

 

Por eso, y por mucho más, me declaro un muy divertido andaluz, viendo, oyendo y, sobre todo, comparando a esta Susana con aquella que antes mandaba. Es que es de risa verla. Jajajajajaja