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Viaje al Olimpo (I)

Cuesta trabajo mantener la compostura cuando, a las primeras de cambio, una insigne magistrada te ataca de ese modo tan belicoso.

 

Probablemente fuese un lunes, si, casi seguro que era un lunes, y lo sé porque lo he recreado, lo he soñado muchas veces, esa imagen no se borra fácilmente. Sus ojos saltones  e iracundos me recordaban a  alguien conocido, o quizá un personaje famoso, no sé, pero algo me recordaba esa mirada entre estúpida y desafiante. Si claro, ahora me acuerdo, esos ojos son los del muñeco del anuncio de  Netol, el limpia metales, ¿no?  Pero no, esos ojos no son los del muñeco del Netol, no. Quizá sean…no sé, ostias sí, Chucky, eso es, esos ojos son los del muñeco diabólico, Chucky. La primera impresión es desagradable, te hace sentir incómodo, casi acongojado. “Eres culpable y lo sabes, seguro que has delinquido y te perseguiré, aún no sé  por qué, pero te condenaré”, parecen decirte esos ojos cargados de odio y rencor.

Los despachos de los juzgados son cualquier cosa menos lugares agradables. Techos altos y amarillentos. Paredes grises con humedades en algunos rincones. Ventanales de hierro fundido  y  esa antigualla de  instalación de metal fundido para la calefacción que  nos transporta al siglo XIX. El mobiliario tuvo tiempos mejores; una vieja mesa de madera de dudosa calidad, dos sillas con respaldo alto tapizadas en pana de color verdoso, aunque el color original hace mucho que desapareció. En el lateral una mesita auxiliar soporta impasible un ordenador de sobremesa tan anticuado  como la propia mesa. Sobre una tarima de madera se alza la  mesa del magistrado, su tamaño tan  desproporcionado hace   que su usuario parezca  importante y distante al mismo tiempo, mientras que los sufridos “clientes” quedan estratégicamente  situados justo frente a ella,  en un plano inferior,  remarcando con arrogancia su  inferioridad.

Al alzar el gaznate desde su atalaya,  una vena de color azul parduzco apareció  hinchada en el lateral de un  cuello,  blancuzco y lleno de pequeñas pecas. Los ojos parecieron doblar su tamaño  amenazando con salir disparados de sus órbitas  en direcciones opuestas.

Sonidos que se podrían traducir como  palabras salieron de esa ridícula boca de barby venida a menos encastrada en  unos mofletes que evidenciaban varias sesiones de bótox. Pero no eran palabras ni una frase coherente,  más bien parecía  un misil tierra aire.

 

  • Creo que es usted amigo de uno de los abogados de la defensa.

 

He de confesar que cuesta trabajo mantener la compostura cuando, a las primeras de cambio, una insigne magistrada te ataca de ese modo tan belicoso.

  • Pues no sé a qué se refiere usted, esto es, verá yo conozco a muchos abogados y no por eso digo que sean amigos míos.
  • Es que este abogado lo ha propuesto a usted como testigo en  un asunto en el que está implicado un compañero suyo, un tal Peláez.
  • Sí, conozco el asunto de Peláez, pero creo que la denuncia que presentaron contra él es totalmente falsa, aunque usted se la ha creído a pies juntilla.
  • Yo?

Ese “yo” sonó como un disparo en la galería de tiro. “Yoooooooo”.

 

  • Yo no he creído nada, ha sido el jefe del Sr. Peláez el que ha presentado un atestado denunciándolo.
  • Permítame que le diga que en ese atestado contra Peláez se esconde una vendetta personal y todo lo que dice ese colega es falso o cuanto menos, falta deliberadamente a la verdad.

 

Conozco bien a Peláez, y aunque no es santo de mi devoción no lo creo capaz de hacer eso de lo que tan suciamente lo acusa su propio compañero.

 

  • Lo lamento pero ya he solicitado a la jefatura su relevo, así que debe hacer entrega de todo lo relacionado con esta investigación a su jefe directo.

 

Aún no eran las dos, tenía que ser un poco antes pues a esa hora comienza la desbandada en las dependencias de la pasma en la calle  Blas de Lezo. El despacho situado  en la primera planta, más conocida como planta noble, estaba  decorado con muebles de la época yeyé tenía la puerta abierta, señal inequívoca de  que su morador permanecía dentro. Un despacho amplio y luminoso, ideal para leer la prensa y atender a las asociaciones de vecinos. Muy adaptado a las necesidades de todo un señor Comisario.

  • Con su permiso, señor Peregil?

Embutido en una corbata de color verde a juego  con el marrón parduzco de la chaqueta del tiempo de la riada, se encontraba un tipo de no muy avanzada edad aunque se empeñaba en parecer el abuelo de Matusalén, con un corte de pelo militar intentaba disimular la incipiente calvicie lo  que unido a las grisáceas canas  le daban un aspecto entre antiguo y casposo.

En su ridícula interpretación de lo que él entendía como un gesto de superioridad y rango, levantó el entrecejo y en su atribulada mirada parecía leerse: No me llame señor, llámame Dios directamente.

 

  • Gata, he de comunicarle que, a través del súper tacañon jefe, la Magistrada  ha solicitado su cese inmediato del asunto de las Torrijas. Así que ipso facto le hace entrega de todo a Gutiérrez.
  • Muy bien señor Perejil (o dios como usted  prefiera), solo una cosita. Le recuerdo que esta investigación se inició a instancia de la Fiscalía de la Audiencia Provincial, Usted estaba presente el día en que nos encomendaron este trabajo, ¿lo recuerda? Casualmente coincidió con el día de su presentación,  usted había recurrido  a mí para hacer de maestro de ceremonias. Por tanto y aunque la Señora Magistrada haya hecho suyo el asunto, será a la Fiscalía la que haré entrega de todo el material, en ningún caso le daré un solo papel a Gutiérrez.

 

  • Pues hágale entrega a la Fiscalía. Adiós buenas tardes.

 

El Sr. Perejil no superaba la calificación de estúpido engreído. Este tipejo  tenía  las dos características que más detesto en un jefe,  prepotente y analfabeto profundo. Aunque en el fondo solo era un  pobre diablo,  una marioneta en manos de su patrocinador el otrora influyente “Sr. Flanders”. Con un gesto de la barbilla que simulaba un taconazo militar me despidió y continuó con su laboriosa tarea de completar el sudoku del dominical anterior.

 

Los malhechores que esperen

 

Miércoles a media mañana, las dependencias de la segunda planta del juzgado  estaban efervescentes, las caras aún relajadas. Se notaba una ausencia. Pero esa calma duraría poco. Su alteza real no tardaría en hacer su aparición estelar y todo volvería a ser como siempre en ese juzgado. Malas caras, cuchicheos, trato despectivo casi tiránico. Es bien conocida  su rutina. No llegar al juzgado antes de las diez, previo toca sesión de peluquería, después el resto, los malhechores que esperen.

Sin demasiado entusiasmo la oficial Maripuri accedió a recepcionar el papelito mediante el cual  se especificaba que el inspector Gata había hecho  entrega de toda la documentación relativa al Caso de las Torrijas a la Fiscalía de la Audiencia Provincial. Previo sellado de la copia, Gata y Antúnez se disponían a abandonar el circo romano bajando por las escaleras y, por Pólux y Castor, iniciando la triunfal subida a su templo apareció la gran, la ilustre, la sin par, ella las más bella.

¡Coño, el diablo! (el infame que llevo dentro a veces me susurra cosas malas). Menos mal que solo fue un pensamiento y de mi boca sólo salió un buenas, ya hemos hecho entrega de todo a Maripuri.

 

  • De eso quería yo hablar con usted, me acompaña a mi despacho?

 

Con boquita de piñón articuló estas pocas palabras que me hicieron tambalear en los peldaños de la escalinata. Casi se me sale el corazón por los calzoncillos. Su tono resultó irreconocible, incluso agradable diría yo, bueno no hay que exagerar, pero me sorprendió ese amago de amabilidad y cortesía.

La seguí escaleras arriba, sus piernas blancuzcas casi parecían esbeltas, (¡solo casi eh!) y de tipito no estaba mal, nada mal.

La puerta del despacho se cerró tras nosotros, la conversación fue breve y directa. Ella, la más bella se había enterado que el encargado de continuar con el tema de las Torrijas era Gutiérrez al que consideraba ‘un chivato’ y poco hábil en la redacción de documentos y menos apto aún para hacerse cargo de tan importante asunto.

Tras esta asombrosa confesión, ella me propuso continuar con lo que ya estaba en marcha. Obviamente un caballero extremeño ante semejante propuesta no puede por menos que aceptar y rendirse a los encantos de su serenísima.

El viaje hasta casa fue amenizado con  esa media hora de eslalon y trasiego entre aspirantes a pilotar fórmulas uno y carajotes que se colocan delante para impedir que otros los rebasen. Una manera canalla de hacerse notar y dar  por culo al resto de conductores.

Serían las cinco o así, no, más bien serían las seis y media porque los súper tacañones no llegan a jefatura antes de las seis.

Al asomarme tímidamente por la puerta entreabierta del sumo sacerdote, una voz pétrea me hizo reaccionar y casi me trastabillo al unir los talones (reminiscencias militronchas).

 

Siga Ud. con el Caso Torrijas

 

Adelante Sr. Gata, soy el comisario (tu dios, tu señor, tu amo), realmente no se qué habrás hablado con la jueza, pero el jefe supremo ordena que continúes tú con la investigación de las Torrijas.

Superado  ese primer escollo que parecía insalvable,  la situación pareció cambiar, pero  a peor. Las siguientes entrevistas con Ella se desarrollaron siempre en el mismo contexto.

Postrado en la escalinata de acceso a su púlpito atendía impertérrito a sus arengas. Con ojos penetrantes y la barbilla algo por encima de su pecho parecía decirme: Eres un simple  madero de pueblo y te rendirás a mis deseos. Has tenido suerte de que la lámpara mágica que has encontrado haya caído en nuestras manos. Sí, un zafio como tú nunca hubiese sabido que hacer con semejante regalo. Para eso  ya estamos nosotros, los que sabemos dónde andamos y en qué manos nos ponemos. Seré condescendiente contigo y te dejaré que me adores, solo has de cumplir mis instrucciones. Mírame esto y lo otro y lo de aquí y lo de allí y lo de más allá. Míralo todo, estúdialo, saca conclusiones, haz juicios de valor. Yo te lo ordeno. Mírame el pecho. ¿Me deseas, verdad?. Eres como todos, tus instintos básicos te pueden, una mirada insinuante, una caidita de ojos, unos pendientes que se quitan sin darse cuenta, un zapato que se pierde bajo la mesa…!ah!, cuan simples eres, como todos, ya babeas…me deseas, ¿verdad?. Arrodíllate.

La camisa no me llegaba al cuello, no era miedo ni asco, quizá una mezcla de ambas cosas, pero no, no era eso. No podía creer lo que estaba ocurriendo. Quería pensar que todo era normal, que sólo eran imaginaciones mías, quería hacerlo bien. Era un profesional  o creía que lo era y tenía mis ambiciones. Y ella lo notó. Exploró mi Yo más allá de mi propio Yo y descubrió que no era sexo lo que me interesaba, ni fama, ni salir en el Vogue. No, no era ese el camino a explotar. Con la habilidad y astucia propias de Livia Drusila  supo  encontrar mi más profunda y oculta debilidad, y éstas no eran otras que  la soberbia y el ansia de reconocimiento. Sí, he  de reconocer que me pudo la arrogancia y la pedantería. Fui débil y manipulable, sí, lo fui. Todo esto te daré si me adoras, le dijo entre miradas erótico festivas y altaneras. Largas conversaciones llenas de elogios, halagos y lamentaciones.” Estoy muy sola en esto, necesito que me ayudes, eres el único que sabe de qué va todo esto, no me dejes”, le decía. Y el estúpido hombre que llevo dentro se  encaramó y sobrepuso al instinto profesional. Y donde,  en un principio no había, se buscó y hubo, donde no se entendía se tradujo  y  se entendió, donde nadie sabía, se  preguntó y se  supo.

 

Continuará…