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Viaje al Olimpo (II)

Insistió hasta la extenuación en que estas confidencias realizadas 'off the record'  se plasmasen en un atestado con el único aval de mi firma personal.

 

Esa mañana de primavera la sala del juzgado estaba algo revuelta. El fiscal anticorrupción andaba por allí buscando y preguntado por la oficial Maripuri, pero ésta debía andar en otras cosas.  En sus manos varios legajos amenazaban con desparramarse por el suelo. Su mirada no reflejaba emoción alguna, ni afecto  ni consideración, ni tan siquiera curiosidad. Desde su posición oteaba las mesas de los agentes  como si buscase algo abstracto, como quien mira a través de un cristal opaco el paisaje que le rodea. Pero daba la impresión que tras el cristal no encontraba nada.

El asunto de las Torrijas había pasado de la fiscalía a un juzgado de instrucción y algún medio de comunicación -afín a un partido de la oposición- se había hecho  eco de la noticia. La casualidad quiso que “Torrijas” recayese en un juzgado cuya titular mantenía estrechos lazos de amistad con dirigentes de este partido.

El fiscal buscaba el expediente de “Las Torrijas” pero no estaba en la mesa de Maripuri. Como ausente y sin mostrar reacción alguna se giró unos centímetros hasta enfocar sus llamativos ojos verdes en los míos.

 

– Buenos días, le buscaba a usted, señor fiscal. Le dije, presentándome y ofreciéndole amistosamente la mano

 

La respuesta, como su mirada, se perdió entre el run run de voces, el tableteo de ordenadores y el clic clac de  una fotocopiadora a pleno rendimiento.

 

Un mísero madero de pueblo

 

De aspecto cuidado y refinada educación, sus ojos revoloteaban ajenos todo a cuanto le rodeaba. Con aires de suficiencia parecía no pertenecer  este  mundo y en su fuero interno debía entender que un mísero madero de pueblo no sería capaz de apreciar sus múltiples cualidades, pues éstas  debían permanecer ocultas  a los simples mortales.

 

  • Quería comentarle algo acerca del asunto de  “las Torrijas”. Se han tramitado varios requerimientos judiciales pero la titular del juzgado ha sido recusada por una de las partes acusadas y no está operativa, así que no sabemos si continuar o esperar a la resolución de la Audiencia.

 

Mi única intención en esos momentos, como buen profesional era buscar la verdad, pero lo cierto es que desde que la instructora se hizo cargo de la investigación, ésta tomo una deriva incomprensible para mi.  La saturación de peticiones de lo más variopinto nos había llevado a una especie de  duermevela que amenazaba con apagar cualquier intento de avance en la misma.

 

  • Por mi parte no veo ningún inconveniente, prosigan ustedes con su labor y vayan dando cuenta oportunamente tanto a la instructora como a la fiscalía.

 

Finalmente desistió de buscar el expediente. Debió suponer que se encontraba  en el despacho de la instructora.

La ausencia forzada de la instructora y la anuencia  del fiscal nos dio la oportunidad de retomar las vías de investigación que considerábamos más apropiadas para  este tipo de delitos.

Del asunto “Torrijas” que inicialmente se trató como una simple estafa se  fueron desgajando distintas  líneas de investigación por otros tantos ilícitos penales.

Pero una cosa no acababa de quedarme clara. ¿Me estaba viendo forzado no  a elegir la vías más adecuadas desde el punto de vista profesional, sino las que consideraba más probable que fueran del agrado de la instructora?, lo que en la práctica significaba que  ambos afrontábamos  el problema desde la misma perspectiva. No se trataba de una situación en la que pudiese escoger lo más conveniente según mi experiencia profesional, ni siquiera lo más adecuado desde el punto de vista de la  técnica policial. Había alcanzado un nivel en el que todos mis esfuerzos estaban encaminados a intentar anticipar lo que la instructora deseaba que ocurriese.

Esto me hizo reflexionar y a partir de ese momento comencé a manifestar mis dudas acerca de la línea de investigación que se mantenía y, sobre todo, ante la actitud excesivamente proactiva de la instructora y su desmedido afán de protagonismo.

 

El Caso Torrijas, una auténtica pesadilla

 

El caso de las Torrijas se desparramó de tal manera que para un grupo tan exiguo como el que yo dirigía  se  convirtió en una auténtica pesadilla. No obstante se fueron abriendo distintas líneas y articulando  estrategias para  cada nuevo asunto.

Aunque estas estrategias ya diferían bastante de las sugeridas por la instructora y sus asesores, aún mantenía la esperanza de reconducir todo el asunto a criterios de eficiencia y no de oportunidad. El asunto Torrijas salpicaba de lleno  a la cúpula del partido hegemónico en la ciudad en los últimos  años y sus adversarios políticos no estaban en dispuestos a desperdiciar semejante oportunidad para hacerse con las riendas del poder, aunque para ello hubiese que sacrificar a muchos inocentes.

El criterio de eficiencia aconsejaba deslindar cada nuevo ilícito penal que surgía  de la investigación, ilícitos distintos aunque en cierto modo vinculados con el original  y dar traslado al  decanato para su adjudicación,  a través del turno de reparto, a los correspondiente órganos instructores.

En cambio, el criterio de oportunidad aconsejaba la acumulación de todas las nuevas causas en el mismo órgano instructor, dando lugar a una macro causa dirigida  y gestionada con mano férrea por la cada vez más auto encumbrada  gran lideresa.

De un modo directo la instructora puso sobre la mesa varios nombres de personajes a los que había que “investigar”. Las informaciones anónimas y no tan anónimas, los rumores, cotilleos y chivatazos en torno a este asunto eran numerosos y constantes y las posibilidades de contrastarlos muy limitadas.

Las dificultades no solo eran de carácter técnico debido a la ausencia de medios y recursos sino de carácter práctico pues la diversidad de informaciones hacía inviable el adecuado seguimiento de cada una de ellas.

 

No obstante, lo suculento de algunas  de estas informaciones hicieron presa en las calenturientas mentes que asesoraban a  la instructora que, a falta de una comprobación fehaciente de los hechos denunciados insistió hasta la extenuación en que estas confidencias realizadas off the record  se plasmasen en un atestado con el único aval de mi firma personal.

 

Avisos, sugerencias, amenazas y corte de yugular

 

Ni que decir tiene que las presiones comenzaron a hacerse patentes, las internas y las externas. Primero de un modo sutil, avisos, sugerencias, amenazas veladas, luego con golpes a las espinillas para acabar con un corte sesgado en la yugular.

El revuelo mediático y político  ocasionado por el terremoto que supuso el tema Torrijas tuvo como colofón un cambio histórico en las élites locales gobernantes. Pero esto sólo era el principio, el asunto prometía. La opinión pública fue hábilmente desinformada, se enviaron mensajes catastrofistas , se engordaron  las cifras y se vendieron como ciertas toda una serie de presunciones y conjeturas.

La instrucción no dudó en dar un triple salto olímpico y, de un simple abogado laboralista con ideales de gran empresario llegó, con unos pocos autos de imputación a lo más alto de la estirpe gobernante en esos momentos.

Pero el salto de gigantes que había dado al  querer comerse directamente la guinda del pastel había que sustentarlo en atestados policiales que corroborasen su osada decisión.

Llegado a este punto me preguntaba ¿cuál sería el equilibrio de Nash (John Nash famoso matemático protagonista del libro Una mente maravillosa) en este escenario de decisiones?. El equilibrio de Nash en este juego pasaba por  tomar aquella decisión que todo el mundo sabe que los demás van a acabar eligiendo, pero aún así nadie puede mejorar y por tanto no va a cambiar.

En definitiva, me encontraba ante lo que se denomina en la teoría de juegos el dilema del prisionero: colaborar o asumir el castigo. Como quiera que la información de la que disponía era imperfecta, una información asimétrica, se me planteaba la posibilidad de colaborar con lo que, a todas luces consideraba incorrecto, por no decir ilegal o mantener mi mermada  integridad y criterio con el riesgo de ser acusado de todo aquello que pudiesen recabar en mi contra.

En este caso la no toma de una posición claramente favorable a las tesis de la instrucción  determinó que ésta,  de motu propio, me colocara en el lado opuesto, pasando de este modo  de ser un imprescindible colaborador a un engorroso y molesto espectador.

Continuará