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Vodevil catalán

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch

Parece una broma pero no lo es. Por fin, casi en el último minuto, Cataluña va a evitar nuevas elecciones anticipadas. Al menos de momento. El “Consejo Nacional del Movimiento” de la Cup ha logrado torcer el brazo a Artur Mas: éste ha tenido que  renunciar a sus pretensiones de repetir como presidente de la Generalidad de Cataluña. La falacia del tándem Mas-Junqueras, que pretendía hacernos creer que los independentistas eran un grupo compacto ha quedado desmontada en los últimos dos meses. En el vodevil catalán, Mas y Junqueras, esos dos actores que podrían haber salido del elenco del Teatro Chino de Manolita Chen, intentaron formar su nuevo estado y ni siquiera ha sido capaces de formar su gobierno. Y el rotundo no a una Generalidad presidida por Mas —quede ello remarcado— no se ha dado desde Madrid, sino desde la propia Cataluña. Si a Mas le quedara algo de vergüenza torera ya habría dimitido. Pero, como me temo que no le queda nada, seguramente pretenderá, aunque sea desde la sombra, seguir pilotando un proceso de secesión, el “procés”,  que no puede conducir más que a complicar y dificultar la vida de todos, a la frustración y a finalmente a la nada.

[blockquote style=»1″]¿Sería mucho esperar un responsable ejercicio de cordura en Madrid? Parece urgente y necesario que, a nivel nacional, se planteara un Pacto por España, que diera paso a un Ejecutivo de amplia base parlamentaria que afrontara solventemente aquellos retos. [/blockquote]

Artur Mas se ha mostrado como persona indigna de ostentar la presidencia de la Generalidad de Cataluña. Ha traicionado al Estado, del que todavía es el representante en funciones en esa comunidad autónoma. En las agónicas y fracasadas negociaciones para intentar lograr el voto favorable de la CUP, se ha mostrado particularmente impúdico y mezquino. Buscando ser investido como fuera, ha aceptado todo tipo de condiciones hasta vaciar de contenido de fondo a la presidencia de la Generalidad. Afortunadamente para los catalanes no ha tenido éxito en sus afanes. Le ha pasado lo que a la falsa madre del Juicio de Salomón al plantear que la presidencia de la Generalidad o era para él o no lo sería para nadie. Pues ha hecho bacarrá. Le han dado finalmente una patada en el trasero, y el objetivo de la independencia ha pasado a otras manos. Objetivo que ni él ni sus compinches lograrán. Ni ellos ni nadie, ni por las buenas ni mucho menos por las malas.

Ahora, de gobernanza y administración autonómica veremos poco. Hay prisa. Los independentistas tienen que apresurarse y abreviar vertiginosamente los plazos, para que el nuevo parlamento catalán —pasteleo de escaños mediante— apruebe la investidura del nuevo candidato, Carlos Puigdemont, el alcalde de Gerona, como presidente de la Generalidad de Cataluña. Inmediatamente después se constituirá el nuevo gobierno catalán, que previsiblemente retomará con renovado ardor el objetivo de la independencia. Nuevamente nos bombardearán desde el palacio de San Jaime de Barcelona con esos recurrentes “rolletes” del discurso victimista (que si el “mandato” popular coaccionado por el centralismo, que si la soberanía catalana, etc, etc). Y, seguramente también, intentarán resucitar el ilegal desarrollo de la resolución independentista del parlamento catalán, aprobada por éste nada más constituirse, y que fue anulada por el Tribunal Constitucional (TC).

Un perverso escenario que forzosamente debería influir en el proceso nacional en curso para conformar las nuevas instituciones, Cortes y Gobierno de la Nación, de acuerdo con el complicado resultado de las generales del 20-D. Un ejercicio de aritmética política muy complejo, precisamente en un momento especialmente crítico para el futuro de España. Y no solamente por el reto de cerrar, cuanto antes y por mucho tiempo, el problema de Cataluña. También por la conveniencia de acelerar la salida de la crisis, consolidar los logros económico-financieros (resultado del esfuerzo de los españoles durante la crisis), así como  continuar con las reformas.

[blockquote style=»1″]Un perverso escenario que forzosamente debería influir en el proceso nacional en curso para conformar las nuevas instituciones, Cortes y Gobierno de la Nación, de acuerdo con el complicado resultado de las generales del 20-D.[/blockquote]

¿Sería mucho esperar un responsable ejercicio de cordura en Madrid? Parece urgente y necesario que, a nivel nacional, se planteara un Pacto por España, que diera paso a un Ejecutivo de amplia base parlamentaria que afrontara solventemente aquellos retos. Un Gobierno con la necesaria fortaleza política para, en cumplimiento de la Constitución y las leyes, poder emplear sin restricción alguna los recursos y palancas a su alcance para hacer cumplir la ley y, en su caso, atajar la potencial rebeldía de la nueva Generalidad contra la Nación y el Estado de los que forma parte. Tales instrumentos serían, por ejemplo, la intervención de la Comunidad Autónoma prevista en el artículo 155 de la Constitución, la declaración de estados de alarma/excepción/sitio del 116, o el uso de la fuerza, que incluye alternativa o simultáneamente  la de los mossos, la de las FCSE y la militar como último recurso.

Uno, que en el fondo es un poco ingenuo, esperaría que, en tal coyuntura, los objetivos nacionales —tanto de estado como de sentido común— primasen sobre los partidistas. Y desde esa referencia desearía que la gente más cabal del PSOE,  con la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, a la cabeza, hiciera el esfuerzo de convicción interna y el sacrificio externo que posibilitara la formación de un gobierno en Madrid de fuerte base parlamentaria. Porque, en definitiva, el destino del “procés” no depende solamente de lo que suceda en Cataluña; va a depender fundamentalmente de lo que pase en el eje Madrid-Sevilla.