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Yo insulto, tú te jodes

Lola Álvarez, Periodista
Lola Álvarez

La tecnología, en general, y el mundo de las redes sociales  en particular, nos han abierto una ventana al mundo tan amplia y rica como compleja.

Internet – ese “gran basural lleno de joyas” que definiera hace ya años,  mi amigo y maestro, Alex Grijelmo- vino al mundo trayendo bajo el brazo a las redes sociales, a mayor gloria de la comunicación y la libre expresión. Un acceso fácil y cómodo, unido a un bajo precio ha popularizado hasta lo increíble el uso de estos nuevos canales de comunicación. Pero, admitámoslo, esa transformación tecnológica no ha venido acompañada en la misma medida de una mejora en la educación y el comportamiento de sus usuarios.

Podríamos hablar y no parar sobre todo lo que es posible encontrar por esos caminos tecnológicos  y de cómo pueden multiplicarse sus efectos. Uno de los agujeros más negros que tiene internet y, por ende, las redes sociales es el anonimato. Tras él se embozan muchos para decir las burradas más grandes a sabiendas de sentirse impunes. Cierto es que no todo el monte es orégano y que la mayoría hace un uso racional y lógico de las redes, comportándose en ellas con un mínimo de respeto hacia sus semejantes,  pero hay quien no.   

[blockquote style=»1″]Pero, admitámoslo, esa transformación tecnológica no ha venido acompañada en la misma medida de una mejora en la educación y el comportamiento de sus usuarios.[/blockquote]

De un tiempo a esta parte proliferan también los adictos al “yo te insulto y  tú te jodes”, cuyo nivel de poca vergüenza es directamente proporcional al de la cantidad de seguidores que tenga el aludido y la capacidad de multiplicar sus mensajes. A mayor exposición pública, más leña al mono. Aquí no hay veda. Y, al parecer, no hay manera de hurtarse al hecho, salvo bloqueando a los descerebrados o cerrando tu cuenta. La presión (léase: insultos, comentarios vejatorios, amenazas, etc.…)  puede ser tan tremenda que mucha gente ha decidido no volver a entrar en una red social en su vida y muchos se están yendo, asqueados con lo que se encuentran.    

Podríamos seguir enumerando y no acabaríamos, tan larga es la lista de despropósitos que ensombrecen las virtudes del invento. No sé si hay alguien ya trabajando en ello pero, asumiendo de antemano lo ingenuo que pueda parecer la propuesta, planteo la necesidad de abordar- y  con urgencia- el desarrollo de un protocolo sobre ciberética que establezca con claridad un mínimo de normas de comportamiento bajo el que movernos en estos nuevos ámbitos. No puede ser que un magnífico invento destinado a mejorar y potenciar la comunicación se convierta en un muro donde cualquiera pueda lapidarnos con total impunidad y alevosía bajo el santo y seña de la libertad.