The news is by your side.

Yo soy el Estado

Los cargos públicos son voluntarios servicios prestados a la comunidad y sin ánimo de perpetuarse.

 

Cuando un Estado pretende controlarlo todo se convierte en una tiranía donde las libertades democráticas desaparecen paulatinamente; la cultura emanada de la intelectualidad retrocede y el temor toma protagonismo social. Si un Estado desea calidad democrática debe diseminar los poderes, la sabiduría cívica y el respeto a la libertad.

A veces, un cargo elitista de un político o política (obviamente y aunque requiera concretarlo para evitar rasgados de vestidos femeninos) llega a identificarse en sus quehaceres y recurre a la temible afirmación: «El Estado soy yo», frase cumbre del absolutismo atribuida a Luis XIV de Francia, el llamado Rey Sol. Dicen haberla dicho en el Parlamento cuando tenía dieciséis añitos. Entonces ─digo yo─ un gran atenuante tendría el mocito por su inmadurez.

Recordemos la cambiante emotividad de los humanos a lo largo de la vida y cada día, consecuencias de los impactos informativos recibidos, la segregación de las glándulas biológicas, y para los políticos el baño casi diario de adrenalina, los pobres. Les llegan estados alterados de conciencia y surgen frases sin meditar. Una vez ─caso raro en mí─ felicité a un alcalde después de una colosal bronca de la oposición. Quizá sus oponentes deseaban una réplica similar, pero el edil mantuvo una flema increíble, desconcertando a sus adversarios.

 

La señora ministra de Justicia Dolores Delgado, asaetada por la oposición, sintiéndose víctima inocente, claro, dijo algo así: «Vuestros ataques van contra el Estado, al cual represento y sirvo». Quiero pensar en su inexperiencia y nervios incontrolados. 

 

Entonces, uno, presuntamente, cree en una casi identificación de la señora Ministra con el mocito francés. El compenetrarse un miembro de una institución con ella misma en grado superlativo constituye un ingenuo error porque, antes o después, amortizado el citado, si acaso le agradecerán los servicios prestados y, ‘a otra cosa, mariposa’ ¡marchando un sustituto!  Los cargos públicos son voluntarios servicios prestados a la comunidad y sin ánimo de perpetuarse. Resultaría imposible identificarse plenamente con los estatutos de cualquier institución y, lo peor: si pretendiésemos cumplir con todas las reglamentaciones resultaría  imposible vivir contigo mismo. Sus miembros las acatan porque no hay más remedio, como decía Max Weber: «El Estado puede ser identificado como una organización respaldada por el monopolio de la violencia legítima».

 

Para bien o para mal, algunos asistimos al declinar de las ideologías, sin encontrar causas concretas.

 

Resulta difícil hallar diferencias entre un ‘liberal’ y un ‘socialista’, por ejemplo. A lo más, se trataría de detectar los defectos en los planteamientos económicos y fiscales de las democracias actuales. Los moderados de la España desanimada y miedosa, necesarios siempre, son en cierto modo unos héroes situados entre dos masas críticas de uranio para evitar la explosión.

Hubo un tiempo en el cual un antiguo seminarista quiso proyectarse en el ámbito político y lo logró radicalmente: Josef Stalin. Los pueblos muchas veces buscan su ruina engañados por sentimentalismos cargados de  esperanzas e imposibles promesas. ‘El Padrecito’ llevó a la perfección lo del ‘Estado soy yo’ con la inevitable dictadura totalitaria. Si bien hizo de Rusia una potencia industrial, la implantación de la lucha de clases a base de deportaciones y crímenes, lo hizo abyecto. No es nuestro caso, pero ¡ojo a los desbarros!