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Almería: las torres gemelas del Toblerone

En mayo de 1998 fue dinamitada una construcción de nueve plantas demasiado cercano al puerto, conocida como la Torre Trino.

 

Sin duda debe tratarse de un despiste mío. No puede ser que en casi cuatro meses en Almería, la primera vez desde hace muchos años que, debido al confinamiento, me paso tanto tiempo en mi tierra de manera continuada, no haya visto en periódico alguno ninguna noticia, o foto, sobre ese desmán urbanístico que son las Torres Gemelas del Toblerone. Se me ha debido pasar, o no, porque ni su majestad Internet, ni siquiera San Google, me echan una mano para sacarme de dudas.

 

Como durante casi dos meses solo salí a la calle para comprar alimentos y medicinas no me di cuenta de la monstruosidad, pero cuando ya permitieron pasear un poquito y me di una vuelta por los alrededores de la vieja estación de ferrocarril no me podía creer lo que veían mis ojos justo detrás de la emblemática fachada de la Renfe.

 

Estaban construyendo, y continúan en ello, dos enormes edificios, dos gigantescas torres de catorce o quince pisos cada una que destrozan el entorno, prostituyen la poca estética que le quedaba a la zona y fijan para siempre esas dos moles de cemento en el lugar más insultante de los imaginables. Agresión que certifica, una vez más, la impunidad con la que se mueven los desaprensivos en esta ciudad sin remedio.

 

Cuando hace un par de años vi los primeros carteles de la promotora avisando que en esa zona se iban a construir un par de edificios, no tomé conciencia de la espantosa dimensión de la tragedia, entre otras razones porque ningún otro de alrededor superaba las nueve plantas de altura, ni en Oliveros, ni en la Avenida de Cabo de Gata, y en los planos de promoción no se apreciaba bien el desatino. No se me ocurrió pensar que pudieran llegar a tener tanta cara dura.

 

Donde ahora se están construyendo esos dos engendros de quince plantas cada uno, había hasta hace unos años una especie de mole metálica color granate, cuyas formas recordaban las de los envoltorios del chocolate Toblerone. Con este nombre era como se conocía en la ciudad esa nave triangular construida en los tiempos en que trenes cargados de mineral llegaban hasta allí desde las explotaciones del interior de la provincia para que las vagonetas vaciaran su carga, tras regar convenientemente de polvo las casas de la Ciudad Jardín y el Zapillo, en enormes barcos con inmensas bodegas que esperaban atracados en el puerto.

 

Cuando finalizó la explotación minera, se empezó a pensar qué hacer con todo ese entorno. Han pasado muchos años y desde hace cuatro, la estación de ferrocarril se encuentra por fin en proceso de rehabilitación. Con una lentitud exasperante, pero ahí andan. A su lado, en lugar de apostar por un entorno sostenible se yerguen ahora, insultantes e inapelables, esas dos moles con las que sus promotores, y quienes lo hayan tolerado, decidieron arruinar el entorno para siempre.

 

El despropósito salta a la vista e hiere claramente la sensibilidad de todos aquellos que aún alimentaban la esperanza de que, alguna vez en su historia, la estética tuviera una oportunidad en la ciudad de Almería. Las torres gemelas del Toblerone son una auténtica monstruosidad, pero lo que a mí me llama la atención es lo poco que se habla de ello. Como decía antes, la prensa calla, las radios no dicen ni mú, y una vez más, los carentes de prejuicios hacen con Almería lo que les da la gana. La torres del Toblerone son otro Algarrobico, otro Cortijo de los Genoveses, otro desastre como las tercermundistas conexiones ferroviarias que sufre la provincia, un agravio de difícil remedio dada, sobre todo, la escasa virulencia de las reclamaciones ciudadanas.

 

En mayo de 1998, apenas a doscientos metros de donde se construyen ahora esas torres infames, fue dinamitado sin piedad una construcción de nueve plantas demasiado cercano al puerto, conocida como la Torre Trino. Para demolerlo, se argumentó que ese edificio era una agresión al entorno, y no encajaba con el nuevo concepto urbanístico pensado para esa zona de la ciudad. Parecía un sueño y, en efecto, en eso quedó porque como podemos comprobar, pasados solo unos años, aquellas buenas intenciones son ya historia y olvido. ¿Cómo es posible?

 

Lo preguntas y encuentras el silencio por respuesta. En Almería siempre hubo miedo a hablar.  Y eso, claro, ayuda a que los especuladores de siempre acaben haciendo lo que les da la gana sin que nadie se les enfrente y diga hasta aquí hemos llegado. ¿Que la ciudad es fea? Que lo sea. Así viene menos gente. ¿Que está incomunicada por tren? Mejor, así tenemos menos moscardones. ¿El Algarrobico, el Cortijo de los Genoveses…? Tampoco será para tanto, hombre, anda, relájate. Y si continúas insistiendo, acaban mirándote como bicho raro, como una mosca cojonera a la que están deseando quitarse cuanto antes de encima. ¿Cuándo te vas?, acaban preguntándote.