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Ésto sí va contigo, colega

No hay forma de evadirse de la puta pandemia y sus letales consecuencias tanto sanitarias como económicas.

 

Si les soy sincero, he de confesarles que estoy hasta la mismísima coronilla del coronavirus. Pensaba escribir este artículo sobre cualquier otra cosa como la putada que nos han vuelto a hacer (una vez más) los hijos de la gran…Bretaña o los líos en los que anda metido nuestro particular Che Guevara que van a acabar con su partido único, pero es que no hay forma de evadirse de la puta pandemia y sus letales consecuencias tanto sanitarias como económicas. Nos robaron la primavera y llevan camino de repetir robándonos también el otoño y el invierno.

 

Este año, el 2020, en el que vivimos peligrosamente podría ser sólo la punta del iceberg de lo que nos espera a corto y medio plazo si todos, comenzando por el Gobierno y continuando por todos nosotros, no nos ponemos las pilas y ponemos los medios, no para impedir los brotes y rebrotes que ya nos invaden, sino la tan temida segunda oleada que ya acecha detrás de la esquina de la canícula. La suma del Covid y la gripe puede ser una ecuación trágica para una sociedad a la que se le ha metido el miedo en las entrañas y que ha pagado con cerca de cincuenta mil muertos, la mayoría de ellos jubilados, su cuota de irresponsabilidad liderada por políticos ineptos e incapaces. Espero que, si volvemos a ser confinados, los aplausos de los balcones a los sanitarios se conviertan en gritos de indignación contra los que nos dirigen. El “miedo a vivir” se ha impuesto en una sociedad hedonista que no contemplaba la posibilidad de que algún desastre (pandemia, meteorito, erupción volcánica, terremoto) nos cambiase las reglas y diera un vuelco radical a nuestro cortoplacista futuro.

 

La reentré del doctor Simón tras sus vacaciones portuguesas nos ha devuelto a los peores días de marzo (“no esperamos que en España haya más de tres o cuatro contagios”). Miedo me dan. La cara del científico loco restando importancia a la pandemia para salvarle los muebles al Gobierno de su admirado Pedro Sánchez es un “dejá vú”, algo que nos suena, y bastante mal, a los españoles que estuvimos tres meses confinados en casa y que comprobamos la tremenda fragilidad de un sistema que creíamos el mejor de los posibles y que es como un castillo de naipes presto a derrumbarse al primer soplo de viento. Algo sí ha cambiado. Si hasta ahora el control estaba en manos del Gobierno de Sánchez e Iglesias y la culpa de los contagios era de los viejos hacinados en residencias de ancianos, ahora son los presidentes de las 17 comunidades autónomas quienes tienen en sus manos la responsabilidad de atajar la pandemia. Sánchez se lava las manos y ejerce de Pilatos culpando a los jóvenes de los nuevos brotes y a escaso control que se tiene sobre los botellones, las reuniones multitudinarias y los saraos juveniles. Y, en parte lleva razón. Yo, incauto de mí, pensaba que los botellones estaban prohibidos por los ayuntamientos desde hace más de una década y cuál ha sido mi sorpresa al comprobar que era otra de las clásicas prohibiciones laxas (como la de los okupas) a las que nos tiene acostumbrados nuestra progresía. Espero y deseo que los gobiernos autonómicos tengan dos dedos de frente y sepan adoptar las medidas urgentes y necesarias que pongan coto al disparate en el que estamos sumidos.

 

Imagino que todos ustedes habrán podido comprobar que para los jóvenes españoles, la pandemia del coronavirus era algo ajeno, una enfermedad contra la que se creían inmunizados por su escasa edad y su nula responsabilidad colectiva. Si estos días ha salido a dar una vuelta por la noche por su ciudad o por su lugar de veraneo, habrá podido comprobar cómo abundan reuniones multitudinarias en descampados de chavales que, sin mascarillas y sin guardar distancia alguna de seguridad, comparten cubatas y gin-tonics, litronas y mojitos como si todo ésto no fuera con ellos, colegas. Afortunadamente mi hijo hace tiempo que ha superado esta etapa y no tengo que preocuparme demasiado por que me contagie en sus cada vez más esporádicas visitas a casa, pero tengo cantidad de amigos que están con las carnes abiertas sabiendo que sus chavales veinteañeros vuelven a las cinco o las seis de la madrugada sin saber muchas veces con quienes han compartido diversión y copas. Tenemos lo que nos merecemos. A nuestros hijos les hemos dado libertad y medios para ejercerla, les hemos consentido demasiadas cosas sin pedirles responsabilidades, les hemos dado muchos derechos sin exigirles los correspondientes deberes. Hemos creado una generación cómoda a la que le va a costar Dios y milagros salir de lío en el que estamos inmersos. Es verdad también que a muchos les han cogido las peores crisis económicas de este siglo, pero eso no es nada nuevo y también lo hemos sufrido casi todos en mayor o menor medida. Por todo ello, cuando cualquier chaval al que le recrimines que no lleve mascarilla, te conteste eso tan usual de “esto no va conmigo, colega”, recuérdale que sus padres o sus abuelos podrían ser los próximos inquilinos de las UVIs hospitalarias o, peor aún, de las abarrotadas morgues comunitarias si todos, y ahora ellos los primeros, no ponen bastante de su parte para atajar cuanto antes la pandemia y evitar su propagación. Sé que ninguno de estos chavales me va a leer y les va a dar igual lo que yo escriba, pero si tiene alguno cercano en su entorno, recuérdeselo y repítale el clásico refrán español que decía aquello de “un grano no hace granero, pero ayuda al compañero”. Pues eso.