The news is by your side.

Paco y su perro

Pido disculpas por alguna licencia al emplear un humor serio, habitual subterfugio.

 

En el espacio entre la verdad oficial y lo observado, leído o escuchado, intento apuntalar mi existencia. Con la impresión de encontrarme en las vísperas de una larga convalecencia, aprovechable para  afrontar con ánimo un mundo cambiado, le he prohibido a mi cuerpo perecer. De ocurrir lo contrario, desearía constase en acta la sedición de algún respetable por si el remordimiento de conciencia le sirviese para algo.

En la prolongada infancia de la vida, o sea, de igual lectura desde su principio al final y viceversa,  muchos alquilan por poco dinero opiniones políticas, creencias o pronósticos sanitarios. Mientras, terco, en lugar de escribir locuciones breves para evitar la irrupción de la parca en la mitad de una larga frase, pues no, a seguir con una retahíla de oraciones subordinadas.

Mi mirador al mundo se ha reducido a observar una calle, ahora solitaria, donde ―cada día menos―, Paco y su perro alsaciano, ambos unidos por el cordón umbilical de la correa, merodean sin rumbo. A veces, el perro mira a Paco, dueño enjuto y melancólico, para escucharle algo dado el raro silencio. Me recuerdan a don Quijote y Rocinante por los caminos de la Mancha. Cualquier día le pide un policía el documento certificado para justificar sus andanzas y no ser excomulgados como le ocurrió a Cervantes en Écija y Córdoba por requisarle trigo a unos canónigos. Pero todo sea para ignominia de los coronavirus, provistos de unas trompetitas, no sé si para dejarse oír, para enterarse de las cuitas de sus enemigos o, tal vez,  para por fin vencidos, integrar las bandas de música de los desfiles procesionales.

Como la vida da oportunidades para practicar la respiración y su ejercicio lo recomiendan los médicos para ventilar los pulmones, muy apetecidos por los susodichos trompetistas, también sería útil reflexionar sobre el azar para frenar nuestra arrogancia, muy superior a la del bobalicón perro de Paco. Somos el resultado de éxitos, fracasos y eventualidades para ocupar un lugar, y más por los trompetistas surgidos inopinadamente de microscópicos lugares donde otro universo pululará con sus leyes, jerarquías y, acaso,  egoísmos a granel.

A Felipe II le costaba seis meses recibir respuesta de su virreinato en Lima, pero en este mundo global  donde la propagación desde una intrascendente noticia hasta un virus mortífero, resulta veloz como el rayo, los nacionalismos, por ejemplo, solo pueden existir tras la mascarilla de la ridiculez y el respirador del dinero. La maltratada madre Tierra nos avisa de la existencia de un espíritu global, más allá de la evolución donde el paso del tiempo todo lo sucumbe y cambia.

Pero, todavía, algunos no se acaban de enterar de la participación de todos en la escritura de la aventura universal para mantener unos valores en un mundo incierto. Solo un puñado de verdades ―arropadas con múltiples falsedades brillantes para disimularlas―, hace falta para apañarnos: así se escribió la historia, aunque algunos inocentes crean en las masas como protagonista de la misma.

Pues a tocar palmas desde los balcones, mensaje de gratitud a nuestros héroes. ¡Perdonad! Desde el teclado no puedo decirlo todo, las palabras escasean para expresar los sentimientos de unión ante la pérdida de tantos seres queridos. Lloro con vosotros porque alivia más: el hacerlo solo resulta poco solidario. Vuelvo una y otra vez a peregrinar por el corto recorrido entre el ordenador y el balcón para ver si Paco y su perro mantienen ese hálito vital añorado por los contagiados.

Una secreta esperanza asoma por los entresijos de la insatisfacción: la catarsis de un cambio para resituar las piezas de una España difuminada, discípula perezosa de las enseñanzas de un tal Cervantes, nuestro mayor filósofo para épocas álgidas.  Confundido entre la triste realidad y los sueños evasivos, pido disculpas por alguna licencia al emplear un humor serio, habitual subterfugio.