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Punto de reflexión

Según el FMI, España, en 2020, va a sufrir un tremendo batacazo tanto en riqueza, como en deuda, déficit o paro.

 

La hipótesis más peligrosa de la pandemia: una nueva oleada de contagios durante este verano sigue acechante. La nueva anormalidad va consolidándose en España, mientras las previsiones económicas del FMI, para las 18 principales economías mundiales, apuntan hacia una gran catástrofe. Según el FMI, España, en 2020, va a sufrir un tremendo batacazo tanto en riqueza, como en deuda, déficit o paro. Nuestro país, al alimón con Italia, encabeza la lista de las mayores pérdidas de riqueza, con una caída del 12,8% del PIB. Asimismo, el Fondo augura un incremento del déficit del 13,9% y una subida del paro hasta el 20,8%. Todo ello significa que nuestro país, en 2020, perderá todo lo ganado durante los últimos seis años, tras la salida de la crisis anterior.

En el plano político, sigue volando contumazmente sobre el Gobierno el buitre de la ilegitimidad. Pecado originado por el timo de Sánchez a aquellos de sus votantes, que creyeron ingenuamente en su compromiso de “nunca coaligarse con Podemos”. Una losa inamovible hasta que sea levantada en unas nuevas elecciones. Pero el Gobierno existe y, a pesar de sus recurrentes crisis internas, parece que ni Sánchez ni Iglesias tienen intención, de momento, de hacerse el haraquiri. Escenario que demanda de la “oposición razonable” un ejercicio de balanceo entre dogmatismo y pragmatismo, para afrontar solventemente y superar las dificultades derivadas del tremendo tsunami anunciado por el FMI.

Se presentan dos posibles cursos básicos a la acción opositora. El primero sería la oposición abierta. Supondría, inicialmente, oxigenar al Gobierno incluso aunque ello facilitara a éste consolidar su relato de autobombo, exculpatorio y encubridor de la mala gestión de la crisis pandémica. Daría una positiva imagen interna e internacional favorable a España en su conjunto. Ofrecería, asimismo, la potencial ventaja de  alejar al ejecutivo de sus veleidades de izquierda radical, aunque ello incrementaría las tensiones internas en el seno del Gobierno.

El segundo, la oposición cerrada, sería una especie del “no es no” (del que Sánchez tiene el “copyright”). Supondría alargar e incrementar la crispación política hasta límites intolerables. Y, colateralmente, daría coartada al Gobierno para seguir reposando sobre los brazos de independentistas y nacionalistas, cuyo objetivo principal es ahora la desestabilización del estado, para la posterior ruptura de la Nación. Es una opción que nada favorecería los esfuerzos frente a la catástrofe económica anunciada.

Personalmente, abogo por la oposición abierta. En todo caso, la piedra de toque de todo este tinglado se materializará tras el verano, cuando el Gobierno apruebe y envíe al congreso de los diputados el proyecto de ley de los presupuestos generales del estado para 2021. Porque si tales presupuestos fueran rechazados ―no olvidemos que siguen prorrogados los “presupuestos Montoro” de 2018―, entonces, seguramente, se produciría la disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones generales en la primavera de 2021.