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Alfonso Rodríguez Gómez de Celis

Siempre apostó por un nuevo socialismo que ajeno a los aspavientos y boutades de una vida pública empobrecida por una mediocre lucha por el poder, sea legible para las mayorías sociales.

Hay una esporádica unanimidad en los ambientes políticos, sociales, mediáticos y económicos sobre la oportunidad e idoneidad de los nombramientos, tanto en un primer como segundo nivel, llevados a cabo por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Incluso la excepción del caso Máxim Huertas se superó con diligencia e implementando un nuevo estilo de resolución de crisis muy lejano a los enrocamientos e imposturas del Partido Popular. Esa bondad en la distribución de responsabilidades a ciertos niveles puede que no lleguen al gran público y sin embargo denotan una cosmovisión general certera en la comprensión del momento político que vive el país. Uno de esos nombramientos es el de delegado del Gobierno en Andalucía en la persona de Alfonso Rodríguez Gómez de Celis.

 

Los medios de comunicación han hecho y harán especial hincapié en la rivalidad política entre la presidenta de la Junta de Andalucía y el recién nombrado delegado del Gobierno, quizás trivializando los desencuentros que efectivamente ha habido entre ambos en el sentido de obviar que en la esgrima política las partes no siempre se compadecen con las mismas armas ni los mismos instrumentos, ni los mismos fines.

 

La fallida peripecia de Susana Díaz por alzarse con el poder en el PSOE, que tan grata resultó a la derecha, porque de hecho gracias a aquel coup de force en Ferraz pudo gobernar el PP, mientras se boicoteaba la candidatura a la presidencia del Gobierno de Pedro Sánchez al imponerle una serie de líneas rojas que eran las mismas que exigían los conservadores, contrasta con que Gómez de Celis, por su parte, supo aglutinar la espontánea reacción de las bases para evitar la deriva que estaba tomando el PSOE y que no era sino la construcción de un espacio de oquedad política e ideológica, cuyos elementos sustantivos y constituyentes de la vida pública y orgánica son desplazados por las redes clientelares y un unamuniano fulanismo que hace que ya no se sepa, desde el poder, hablar sobre ideas, de conceptos, con razones, sino de un nominalismo cainita donde la única alternativa a la incondicional devotio ibérica hacia el líder es el ostracismo, lo cual conduce a un empobrecimiento intelectual, humano y político de la organización y las instituciones que gobierna.

 

Buen conocedor de la realidad andaluza, Gómez de Celis, en su etapa en el ayuntamiento de Sevilla, realizó, junto al alcalde Alfredo Sánchez Monteseirín, una extraordinaria labor en la modernización de la ciudad, después de que el impulso del 92 había llegado a su obsolescencia.

 

Ya entonces conoció como en el PSOE existía en ciertos sectores ese placer por el vértigo que siente el suicida ante el abismo y la importancia, en esos contextos, de estar en la parte razonable de la controversia. Es por ello, que Gómez de Celis siempre apostó por un nuevo socialismo que ajeno a los aspavientos y boutades de una vida pública empobrecida por una mediocre lucha por el poder, sea legible para las mayorías sociales. Después de que en los últimos años pareciera que un redivivo Shakespeare tomara de nuevo la pluma para poner en boca de Ricardo III los más disparatados planes e intrigas en el seno del PSOE, es el momento de la normalización y la consolidación de auténticas alternativas desde el ámbito de las ideas progresistas. No hay ya ni espacio ni tiempo para óperas bufas ni conspiraciones de sargentos chusqueros.