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La cobardía del Gobierno Rajoy

 

Pablo Gea
Pablo Gea*

La Historia nos enseña que las políticas de apaciguamiento sólo sirven para que los matones se crezcan. La negación de este principio no resiste un análisis empírico. No hay que ir más lejos con el caso catalán. Tantos años de mirar para otro lado y de alentar un nacionalismo totalitario y excluyente nos han traído hasta hoy. Hasta este momento. El Parlamento de Cataluña ha aprobado ilegalmente la Ley para el referéndum ilegal. Y todos tan panchos. Toca llevarse las manos a la cabeza y preguntarse cómo demonios hemos permitido que este asunto se nos vaya de las manos hasta semejante extremo. ¿Éramos ciegos? ¿Sordos? ¿Tontos, quizá? Puede. Porque no hemos sabido elevar un grito unánime contra quienes no han dejado de sembrar el odio y la discordia entre los españoles. Y porque no hemos sabido exigir a los diferentes gobiernos que nos han representado que tomaran medidas drásticas ante un problema drástico.

 

Todos nos acordamos de ese Presidente del Gobierno socialista jubiloso y henchido de orgullo ante un Estatuto que luego el Tribunal Constitucional declaró fuera de ley en nada menos que catorce artículos.

 

 

Un problema, no quepa la menor duda, creado por los políticos para su propio beneficio. Y aquí no hay distinciones entre los nacionalistas y los que no lo son. Ahí teníamos a Zapatero y a todo el PSOE dando alas a los independentistas para conseguir apoyos de cara a las investiduras y a la aprobación de leyes. Todos nos acordamos de ese Presidente del Gobierno socialista jubiloso y henchido de orgullo ante un Estatuto que luego el Tribunal Constitucional declaró fuera de ley en nada menos que catorce artículos. Aun a sabiendas de lo peligroso que era. Una actitud tan enfermiza como la comprensión que desde este partido se les ha dado a los secesionistas, en ese absurdo intento de parecer más guay o más demócrata por animar a una élite corrupta -como se ha demostrado- a iniciar el camino de la colisión contra el Estado de Derecho. Y aun así estos palidecerán ante los radicales populistas del comunismo 2.0, tan empeñados en cargarse, literalmente, cargarse, la unidad de un país cuyo nombre son incapaces de pronunciar sin que les salga urticaria y cuyos símbolos e historia repudian con venenosa insidia. Una Historia, por cierto, que Pedro Sánchez debería mirarse en uno de esos libros manipulados que se emplean en las escuelas. Todo sea para librarnos de la insufrible sensación de vergüenza ajena que a todos nos produce el oírle hablar de una plurinacionalidad ficticia, forjada en la desesperación de una derrota electoral tras otra y fermentada en un patético guiño a los nacionalistas para lograr un gobierno a la portuguesa. Cal viva mediante.

 

¿Queréis un culpable? Ahí lo tenéis. Señaladlo con el dedo. El cálculo político. Siempre es el cálculo político.

 

El daño más inmediato, por encima incluso de la comparsa del espectáculo más cínico imaginable, lo produce la abulia de un gobierno paralizado por el miedo. El miedo al qué dirán, al buenismo de lo políticamente correcto que -no me cansare de decirlo nunca- es hoy la ideología que impulsa la Inquisición del Siglo XXI. Un miedo que genera una reacción explosiva cuando se mezcla con un cálculo político criminal por cuanto implica tolerar ilegalidades para beneficiar a un partido político. Los números salen rápido: el Partido Popular no va a hacer nada que le haga perder más votos de los que ha perdido ya. Va a esperar a que los otros golpeen primero y sean los malos. Si es que hace algo, claro. Paralizado por la nula capacidad de liderazgo de un opositor político como Mariano Rajoy, que no tiene ningún proyecto de país más que mantenerse en el Poder, se contenta simplemente con poner recursos ante el Tribunal Constitucional para evitar tener que tomar decisiones. Pero que no olvide que los tribunales son un parapeto que salva contra bayonetas pero que no protege contra obuses.

 

Si este gobierno hubiese tenido el valor de anteponer los intereses de la sociedad y del país al suyo propio y al de su partido acorralado por la corrupción, el problema catalán habría sido atajado hace tiempo. Así que sí, señalemos a los culpables, que si lo son de algo no es de inmovilismo, sino de haberles dado a los independentistas todo lo que han pedido y más, y de haberles dejado hacer lo que les ha dado la gana. Está claro a estas alturas la importancia que las resoluciones judiciales tienen para ellos. Así que sigan poniendo recursos ante los tribunales para que nos creamos todos que hacen algo. ¿Queréis un culpable? Ahí lo tenéis. Señaladlo con el dedo. El cálculo político. Siempre es el cálculo político.

 

*Pablo Gea es Analista y Activista Político.

@Pablo_GCO