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Los sin techo, invisibles también en el voto

Recorremos las calles de Sevilla durante la jornada electoral para ver cómo la vive el colectivo más excluido socialmente

Guillermo Hildebrandt/ Redacción C.A.- Para la mayoría es un día especial. Es domingo, la Navidad está a la vuelta de la esquina y se están celebrando unas elecciones generales “decisivas”, “históricas”, “del cambio”. Por la avenida de la Constitución de Sevilla, familias, parejas y grupos de turistas desfilan cargados de bolsas, cámaras de fotos y teléfonos móviles. Hay nubes y claros, así que algunos transeúntes llevan las gafas de sol puestas y otros las lucen sobre la cabeza. Sentado en el suelo, Antonio pide unas monedas para comer. Para él hoy no hay nada especial. Ha dormido otra noche más entre cartones, y no va a votar, porque ni siquiera tiene DNI.

“En muchos casos la desconexión de los sin techo es total; no existen. Estigmatizados, no tienen la responsabilidad de llevar documentación encima, ni se espera de ellos que participen a nivel social, cultural o político”.

Según quién haga el cálculo, en España se estima que hay entre 30.000 y 40.000 personas sin hogar (la última encuesta del INE, de 2012, situaba la cifra en cerca de 23.000, contabilizando solo los que acudían a albergues). Alcanzar un dato fiable es difícil, como en todo lo que rodea al colectivo más exlcluido de la sociedad. Los que son españoles (alrededor del 60 %) estaban llamados a votar, aunque los expertos consultados coinciden en que es un colectivo muy tendente a la abstención. Como Antonio, muchos carecen de documentación o de una dirección postal en la que recibir la tarjeta del censo. Es, además, un grupo sobre el que se ceban las enfermedades mentales (12,4 %), las minusvalías físicas o las adicciones (según datos del INE de 2014, el 17,1% es drogodependiente y el 16,6%, adicto al alcohol).

David Lagunas, antropólogo social de la Universidad de Sevilla, apunta: “Hay que entender que no es gente marginada, sino excluida. En muchos casos la desconexión es total; no existen. Estigmatizados, no tienen la responsabilidad de llevar documentación encima, ni se espera de ellos que participen a nivel social, cultural o político. Y, desde luego, no se les facilita”.

No les representan

Antonio muestra un sobre de votar. / G.H.
Antonio muestra un sobre de votar. / G.H.

Antonio, que lleva los últimos 20 de sus 77 años en la calle, intenta estar informado. Dice que escucha todos los días Hora 25 y otros programas informativos de radio, y para hablar con Confidencial Andaluz interrumpe la lectura de la sección internacional de un ejemplar atrasado de El Mundo. “Habrá que ver qué hacen los nuevos, que vienen limpitos, sin mochila a rastras”, reflexiona sobre estos comicios en los que no participa. No se renueva el DNI porque no entiende el sistema de contestador para pedir cita, y porque cree que vale “10 duros, y yo no tengo ni para una cama”. No cree que ningún partido vaya a preocuparse por revertir su situación, y solo pide a sus líderes “que sean honrados y que intenten, aunque solo sea una vez, ponerse en mi lugar”.

Bernardo, con su mascota. / G.H.
Bernardo, con su mascota. / G.H.

Un poco más abajo, Bernardo, de 66 años, dice tras una barba enmarañada que aunque él sí tiene documentación, no le interesa votar, algo que solo hizo en 1977. “A mí no me representan”, sentencia mientras acaricia a su perra Rocío, quizá sin saber que reproduce uno de los lemas icónicos de las manifestaciones de estos años. Tampoco tiene mucha fe en los políticos: “Si les dejo, me quitan lo poco que tengo”, y señala con el dedo sus posesiones, contenidas en un carrito de tela.

Los únicos partidos que han incluido en su programa medidas para garantizar el acceso a una vivienda digna son Izquierda Unida y Podemos.

Lucha por la visibilidad

Ya en la céntrica y espléndida Plaza Nueva, nuevos elementos discordantes rompen el ambiente general de prosperidad. Estos no pasan tan desapercibidos. Tienen pancartas y un árbol de Navidad de cartón. De cuando en cuando se acercan curiosos preguntar de qué va el tema. Estamos en el Campamento Dignidad, que lleva desde el pasado 17 de septiembre reivindicando cambios. Entre sus objetivos, una auditoría del dinero público que se destina a atender a personas sin hogar, o la cesión de un terreno para paliar la situación “extrema” por la que pasa el colectivo. Denuncian que en Sevilla hay unas 800 personas en la calle, y solo 314 plazas en albergues.

Domingo tampoco votó. / G.H.
Domingo tampoco votó. / G.H.

Para Lagarder Danciu, principal instigador y agitador del Campamento Dignidad, el valor de la iniciativa –inspirada en los Hijos de Don Quijote, que revolucionaron la campaña electoral francesa de 2007– no reside solo en visibilizar el problema para el resto de la sociedad, sino que es un arma de empoderamiento para estas personas y un punto de encuentro para que socialicen y se informen. Han sido desalojados varias veces (el activista Danciu sonríe, «se están poniendo nerviosos»), pero la noche del jueves volvieron a dormir 12 personas frente al Ayuntamiento. El 24, a partir de las 20.30, ofrecerán una cena de Nochebuena.

Junto a Danciu escuchan y asienten Manoli y Domingo, este último renqueante sobre su muleta pero felizmente vestido con una camiseta del Betis que han traído unos voluntarios. Ninguno de los dos ha votado al carecer de DNI, y a Domingo es como si le hablasen en otro idioma: “¿Que yo qué votaría? Vaya pregunta me haces, yo de eso no entiendo”.

De manera paralela al Campamento Dignidad, se ha ido desarrollando la asociación La Carpa, que ya ha conseguido una pequeña victoria: la cesión de un local propiedad del Ayuntamiento para la instalación de un centro social en el que atender las necesidades más básicas de los sin techo en peor situación: aquellos con discapacidades y enfermedades crónicas que, por su difuso estatus legal, no reciben tratamiento. Felipe García, miembro de la asociación y también antropólogo social en la Universidad Pablo de Olavide, enumera los rasgos que estigmatizan a las personas sin hogar frente al resto de la sociedad: “Presencia descuidada, ruptura con los tejidos sociales, no consumir. Y, por supuesto, no votar”.

En la misma Plaza Nueva, no lejos del campamento-protesta, un grupo de la calle conversa animadamente al calor de un litro de marca blanca de cerveza que pasa de mano en mano. Uno de los ocho ha ido a votar. Domingo da un trago refrescante y cita el artículo 47 de la Constitución Española, que consagra el derecho a una vivienda digna: «Tiene su motivo: que no haya gente en la calle». ¿Solución para situaciones como la suya? Después de unos segundos de reflexión y un suspiro superlativo: «A ver, una solución… eso es muy difícil. Pero al menos estaría bien que se viese un poquito de voluntad».

Manuel, en la Plaza Nueva. / G.H.
Manuel, en la Plaza Nueva. / G.H.