Añagazas, cohetería y otras cuestiones complementarias
Los artefactos explosivos han aumentado en cantidad y potencia creyendo algunos viejos la llegada de los sempiternos enemigos.
En los 15 de agosto Andalucía huele a pueblo, a ropas blancas y a pólvora bendita, porque las numerosas festividades marianas están acompañadas por una profusa cohetería. De niño pensaba en una progresiva mesura ante las protestas del respetable, sobre todo de los necesitados del descanso por trabajar al día siguiente. En absoluto: los artefactos explosivos han aumentado en cantidad y potencia creyendo algunos viejos la llegada de los sempiternos enemigos.
Un cura, párroco de un pueblo donde las zarabandas marianas alcanzan alto grado de porfías, me decía con gracejo: «La abuela Paca mea dos o tres veces durante la noche, pues al son tira sus correspondientes cohetitos. Los vecinos ven salir la estela de su patio…».
O esos padres después de un largo proceso para dormir al niño, al depositarlo con suavidad en la cuna, ¡baann…! un cohetazo le provoca un berrinche, predecesor de una noche toledana o, mejor dicho, agosteña. Al tiempo el hermanito balbucea: «Mamá, tengo hipo, tengo hipo…». Los matrimonios, unidos en la desgracia increpan en arameo (la mejor lengua para maldecir) a los implicados en el evento. Marcapasos a destajo, bandadas de pájaros despavoridos, cristalerías temblorosas, todo a ritmo de la batuta de uno aislado o de una tanda con aspiraciones de ametralladora checa…
En cualquier caso uno comprende las manifestaciones del amor, rebasando cualquier esquema: desde un Shubert transfigurado interpretando el Ave María, a la abuela Paca desafiando al insomne personal con un «¡Coño! tenéis muchos días para dormir!», o la satisfacción de los lanzadores de los cohetes grandes, como Dios manda, no esos cursilones propios de forasteros remilgados.
Al parecer, algunos no han reparado en la diversidad de plantas en los montes donde los oréganos dejaron su monopolio, o sea, la constatación de un mundo plural donde las minorías piden su espacio social, no vaya a suceder un enriquecimiento desmesurado de los empresarios pirotécnicos al establecerse una competición emberrenchinada de todos contra todos bajo un lema: «Acabemos con los cohetes tirando todos cohetes».
Podría plantearse en un pleno municipal la cuestión para encontrar unos límites horarios, pero constituiría una castaña calentita y se la pasarían de aquí para allá porque las cuentas de los votos no le saldrían a algunos, quiero decir los dineros emanados de los sufragios y todo lo demás…
Tal vez algunos depositen el mayor amor a ‘su’ virgen con una mayor potencia cohetera (iba a escribir potencia de fuego) dando lugar a una delicada situación por si un artefacto cambia su ojiva y cae la varilla en el plato de la señora del presidente de Corea del Norte, entre gritos y amenazas: «¡Lla la emol liaol!» (Transcripción heterodoxa del autor).
A estas horas de mis apaños con la vida sintonizo con Schopenhauer cuando decía: «La Humanidad es un nido repleto de bandoleros y de locos. La ausencia de sentido es un dato eterno de la existencia». Ya me agradaría recabar la opinión del alemán si conociese la antropología de estas tierras. Solo por saber si ratifica su aserto o lo considera moderado.