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Un debate infumable

El gran ausente, pues en los debates, no fue VOX, sino el pueblo español.

 

Toda España asistió al espectáculo. En parte era previsible pero, en honor a la verdad, desbordó todas las expectativas. Los bloques ideológicos claramente delimitados confirman la polarización ideológica, no así sus respectivos líderes, que pelearon denodadamente por tan codiciado título. Los cierto es que lo que quedó claro en TVE y en Atresmedia es que tenemos lo que nos merecemos. O quizá no. Porque merecerse algo así requiere pecados acumulativos de indudable relevancia. Y, aunque a veces no hacemos los deberes, los castigos psicológicos como los que hubo que sufrir desafían todo cómputo. La política de Frentes se ha consolidado y ha llegado para quedarse, al igual que VOX, que si bien es exagerado decir eso de que ‘ganó’ el debate con su ausencia, lo cierto es que las continuas referencias al ‘ausente’ (como en su momento lo fue Primo de Rivera) no hicieron más que fortalecerlo y hacer más sabrosa aún la comidilla que le sirven sus votantes.

 

Y aunque en Atresmedia cambió -un poco- el tono, el fondo siguió siendo exactamente el mismo: niños mimados y protestones, con una falsa superioridad moral en nada acorde con su capacidad de liderazgo o la de sus formaciones. Los ataques personales no pudieron contenerse, y las referencias veladas se convirtieron en insultos destructivos que persiguieron en todo momento enviar a la lona al adversario-enemigo, pero en ningún momento presentar soluciones prácticas y creíbles a los problemas reales de los españoles. Es lo que sucede cuando el ego sustituye a la percepción de la realidad. Que uno se concentra en él e ignora todo lo demás. Y es lo que les ocurre a los cuatro candidatos que estuvieron presentes. El núcleo de su respuesta era siempre uno: ellos. Y nadie más. El gran ausente, pues en los debates, no fue VOX, sino el pueblo español.

 

Por estas razones Pedro Sánchez no pudo defender con credibilidad su labor de gobierno ni alejó el miedo a volver a pactar con los Independentistas y los herederos de ETA.

 

Por eso Pablo Iglesias decidió, de repente, envolverse bajo el manto de un Constitución que desprecia y que quiere destruir. Por eso Albert Rivera dilapidó su capital político lanzándose a una catarata de insultos y descalificaciones a diestro y siniestro. Y por eso Pablo Casado apenas alcanzó a tratar de defender su posición de líder del centro-derecha, pero sin conseguir presentarse como ese ‘valor seguro’ que quiere y no puede ser.

 

Los debates electorales no han sido expresión de otra cosa que de la suprema mediocridad intelectual de nuestros líderes políticos. Acartonados y artificiales, demasiado sujetos al guion como para levantar el vuelo y convertirse en estadistas. Porque el estadista precisa de una cosa para ser tal: valor y sentido revolucionario. Ninguno lo tiene. Piensan en ellos y sólo en ellos. Atresmedia reflejó este egoísmo político-mediático al reducir al mínimo el espacio para tratar el asunto del Independentismo Catalán y la cuestión de los pactos, dos ejes fundamentales sobre los que basarán los ciudadanos sus razones de voto el domingo. Pero es igual. Porque con unos líderes tan ambiciosos como miopes, salga quien salga, quien perderá será España, pilotada políticos sin escrúpulos, capaces de echarse al monte con los extremismos de derecha y de izquierda con tal de gobernar, aun a costa del daño social y moral irreparable que al país se le va a ocasionar.

El 28 no será día para celebrar nada. A lo mínimo, para asistir con semblante sombrío a la degeneración a que hemos llegado. A lo máximo, para pegar un golpe en la mesa y decir: ¡Basta ya!