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Cuando el progresismo no es sinónimo de progreso

Tengo tres figuras preferentes a los que suelo remedar como espejos de la sociedad actual, Napoleón, Groucho Marx y Winston Churchill.

 

De vez en cuando me gusta acudir a las citas de grandes hombres porque son paradigmáticas a la hora de analizar la actualidad y referentes para comprobar que la historia se repite. Entre ellos, tengo tres figuras preferentes a los que suelo remedar como espejos de la sociedad actual, Napoleón, Groucho Marx y Winston Churchill. El estadista británico es, sin duda, quien mejor describe en sus frases lo que está ocurriendo en estos momentos en la política española. Pertenecía al partido conservador, pero si hay alguien que luchara contra los fascismo fue él, y lo digo para que no sea tachado de profascista.Y cito sólo algunas de sus frases. Decía Churchill: “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria” y añadía sobre los comunistas, “si pones a comunistas a cargo del desierto del Sahara, en cinco años habrá escasez de arena”. Ambas citas se podrían aplicar al nuevo maxigobierno progresista de coalición que encabeza Pedro Sánchez en el que socialistas y comunistas comparten la supermesa del Consejo de Ministros. Sánchez se ha hartado de repetir lo del “gobierno progresista de coalición” para que se nos quede grabado en la mente a todos los españoles. El Doctor No, cree, como decía Goebbels, que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad aceptada”. Y él y su equipo de asesores, encabezado por Iván Redondo and company, nos van a bombardear incesantemente en todas las televisiones de la cuerda con el “progresismo” del nuevo Gobierno sociocomunista de PSOE y Podemos.

 

Y es falso, absolutamente falso, que el progresismo que quieren vendernos para vestir el muñeco de su incapacidad e incompetencia signifique progreso. Tenemos ejemplos paradigmáticos en todo el mundo que ese “progresismo” de izquierdas, al que tanto se agarran, sólo ha traído hambre, ruína y miseria a los paises que lo han sufrido o lo siguen sufriendo, véase Venezuela, Cuba o Nicaragua por citar sólo tres ejemplos cercanos en nuestro idioma común. A quienes opinen que he acudido a la demagogia para desacreditar a Sánchez y los suyos, sólo les reto a que me citen tres o cuatro países de todo el mundo donde haya funcionado este tipo de “gobiernos de progreso” en los últimos cincuenta años. Retomando a Churchill, éste afirmaba que “algunos hombres cambian de partido por el bien de sus principios, otros cambian de principios por el bien de sus partidos”. ¿Les recuerda al alguien? Y para finalizar este capítulo dedicado a Churchill, una cita más que se podría aplicar a la postura dialogantes que el nuevo Gobierno tiene sobre el independentismo catalán. “Un apaciguador -decía el político británico- es alguien que alimenta al cocodrilo, esperando que éste se coma a otro antes que a él”. Que se aplique al cuento con la mesa de diálogo pactada con ERC. Claro que, tras el nombramiento de la ex ministra de Justicia, Dolores Delgado, como nueva Fiscal General del Estado, todo parece mucho más fácil para hacerse con el apoyo definitivo de nacionalistas catalanes y vascos con el fin de sacar adelante los nuevos presupuestos. No es que Montesquieu haya muerto, como anunció en su momento Alfonso Guerra, es que Sánchez lo acaba de enterrar, como hizo con Franco, con bajo el manto de el progresismo.

 

Y en esas estamos. Esperando que, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, el Gobierno de Sánchez vaya desmembrando el estado social y de derecho y la monarquía parlamentaria que recoge la denostada Constittución de 1978  y que nos ha dado cuarenta años de desarrollo y progreso, para encaminarnos hacia un régimen autocrático y a ser posible pseudorrepublicano, en el que la nueva casta dominante va a arrasar con una serie de libertades consideradas como fundamentales en una sociedad moderna. La educación, la Jefatura del Estado, los medios de comunicación, las relaciones laborales, la libertad religiosa, la libertad de expresión, la independencia judicial, el control de los sistemas públicos, serán algunos de los objetivos primordiales que el nuevo Gobierno y sus ministros (y ministras, claro) van a traer en sus pulidas y flamantes carteras de piel de Ubrique que acaban de estrenar. Por lo pronto, la ministra de Hacienda y portavoza, la sevillana Maria Jesús Montero, ya ha avisado sobre una subida de impuestos que va a crujir a la clase media española. Sólo cabe esperar que la oposición trate de frenar en el Congreso y Senado las ansias dictatoriales de los muchachos de Pablo Iglesias y el egocentrismo egoísta de Sánchez (“el Estado soy yo”) y que los españoles, tan acostumbrados a la pasividad, al mutismo y al adormecimiento, sean capaces de alzar la voz en la calle para impedir que se recorten sus derechos y sus libertades en nombre del “progresismo”, que no del progreso, que van a comprobar fehacientemente que no es lo mismo. Pero para mí que eso es mucho pedir, tal y como esta el panorama. Me parece que nos quedan al menos dos años de, como dijo Winston Churchill, “sangre, sudor y lágrimas”.