Esperando a los bárbaros
Hay un número creciente de derechistas muy cabreados con las actuales democracias woke cuyos relatos y legislaciones ‘buenistas’ quieren reventar.
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¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros? Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.
Versos finales del poema Esperando a los bárbaros, K. Kaváfis
Hay en el ambiente político un cierto impasse, una sensación de encontrarse ante un callejón sin salida. Parece flotar en el ambiente una cierta inquietud porque no se acaba de resolver lo que ineluctablemente, y para muchos, ha de acabar ocurriendo, porque ese es el destino marcado por los dioses, el dios tribal o el santo de la devoción de cada uno de los que tanto empujan para echar el portón democrático abajo.
Hay un número creciente de derechistas muy cabreados con las actuales democracias woke cuyos relatos y legislaciones ‘buenistas’ quieren reventar desde posicionamientos extremos en las muchas batallas de la llamada guerra cultural que se libra desde hace unas décadas. Ese algo que flota en el ambiente y tiene que ocurrir irremediablemente, tantas veces innombrado e infinitamente postergado a la manera kafkiana, es la vuelta a un autoritarismo más o menos disimulado y con más o menos capas de barniz democrático que ayude a disimularlo.
Lo que más llama la atención en ese aspecto es la facilidad con la que muchos centristas y derechistas, de aparente pedigrí democrático y liberal caen en los tentáculos del discurso autoritario, aunque sean remisos a convertirlo en un voto electoral más allá del que le otorgan a unos partidos conservadores clásicos por otra parte cada día más cercanos a la extrema derecha que proporcionan—y permítanme la ironía—, una experiencia inmersiva muy similar a la de la genuina y auténtica extrema derecha. Y sin salir de casa. Y sirva de ejemplo nuestro entrañable PP convertido actualmente en una fábrica de memes con firma, no se vaya a creer la gente que esos memes tan ocurrentes los fabrican los de Hazte Oír para Vox.
Que estas pulsiones autoritarias no se conviertan positivamente en voto a la extrema derecha en la mayor parte de los casos, algo que supondría un auténtico peligro de las normas de convivencia en caso de convertirse en tendencia mayoritaria en algunos países europeos, no significa que no tenga una nefasta influencia en el ecosistema democrático, mediático y cultural. Así es como nos damos cuenta de que bajo el traje de sinceros demócratas —como ocurrió hace justo un siglo en España y en toda Europa con el peligro rojo, a veces solo liberal y democrático—, late un corazoncito que busca incansablemente la derrota definitiva de sus rivales keynesianos en diferente grado, de los socialdemócratas, izquierdistas, ecologistas y demócratas sinceros de toda laya, reformadores y progresistas, y que, puestos a elegir, y sin dudarlo, se van a echar en los brazos de ese matón de discoteca tan seductor que es el autoritarismo como ya lo han hecho antes cada vez que se les ha presentado la ocasión
Esto de la tentación que supone constantemente el autoritarismo de derechas (una vez superado totalmente el autoritarismo comunista en Europa), como ya hemos dicho, no es nuevo. Basta que confluyan determinados intereses económicos o de cualquier tipo para que se active. Y no espontáneamente; hay que poner mucho dinero encima para conseguirlo. No es casualidad que hayan pasado tan pocas décadas desde la caída del muro de Berlín y con él el autoritarismo comunista (en realidad el desmembramiento del imperio soviético). Pero, ¿ahora qué quieren? Lo quieren todo, y no disimulan, unos anhelan convertirse en mesías (Zuckerberg), siguiendo la tradición judía o judeocristiana, otros en reyes filósofos platónicos o directamente en führer. Basta seguir los pasos de dos de los gurús tecnológicos más radicales y antidemocráticos, y también más peligrosos e influyentes, los dos ‘boers’ que se criaron en la Sudáfrica del apartheid; Elon Musk y Peter Thiel, para saberlo. De origen ‘boer’ es también Coetzee, autor de la preclara novela Esperando a los bárbaros, al que no podía dejar de citar con el título de este artículo. Karl Popper, en la primera parte de su obra La sociedad abierta y sus enemigos, hasta hace nada un libro fetiche de los liberales (pero solo para señalar con el dedo al autoritarismo comunista), cita ni más ni menos que, aparte del deísmo de Hesíodo o el tribalismo religioso de la tradición judía y el concepto de ‘pueblo elegido, a Platón (que se crió y educó en el seno de la democracia ateniense y cuyo padrastro fue muy cercano a Pericles). De modo que, según Popper, el aristocratismo o gobierno de los mejores de Platón, La República y su ‘rey filósofo’ están en la base genealógica del autoritarismo actual), y no es extraño, porque si rascamos lo suficiente en la roña de la muñeca del idealismo de cualquier signo, empezando por la influencia platónica en nuestro cristianismo paulista, que es esencial, acaba apareciendo el reloj de pulsera del autoritarismo, la alergia a la realidad y a las verdades más simples y la intolerancia extrema siempre a la búsqueda constante de enemigos a los que convencer. O vencer. O someter. O humillar. O desaparecer. O fusilar. O enterrar.