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Alandete, lo que no hay que ser en periodismo

David Alandete constituye un ejemplo claro de lo que sucede cuando se descuida la línea que separa la información de la propaganda,

 

El periodismo no es un ring de denuncia, aunque a muchos les guste creerlo. David Alandete constituye un ejemplo claro de lo que sucede cuando se descuida la línea que separa la información de la propaganda, cuando se abandona el deber de autocrítica y se cultiva la hostilidad en lugar del rigor.

Alandete se suele presentar como experto en desinformación, corresponsal prestigioso con historia, premios y corresponsalías en países en conflicto. Pero detrás de ese currículum reluce una práctica que deja mucho que desear: su constante tendencia a politizar cada gesto, cada entrevista, cada titular; su rol acaba siendo más el de un activista que el de un periodista. Su posicionamiento político lo impregna todo, con lo cual resulta complicado distinguir cuándo está haciendo periodismo y cuándo propaganda.

Una de sus tácticas más frecuentes, desde los tiempos en que hundió “El País” (más de lo que ya estaba) junto a Antonio Caño, consiste en denunciar censuras o presiones políticas y al mismo tiempo alimentarlas con narrativas grandilocuentes que no siempre están acompañadas de pruebas contundentes. Como aquella vez en que hizo el ridículo más flagrante acusando de defender intereses rusos a un humilde periódico digital sevillano.

Entre sus costumbres está atacar lo público sin parar, demonizar al “otro bando”, ridiculizar al interlocutor a través de tuits, provocarlo. Cuando critica a Fortes, por ejemplo, un profesional que no es precisamente santo de mi devoción, no lo hace solo argumentando, sino con admoniciones directas (“un periodista de RTVE tiene el deber de preservar la neutralidad y abstenerse de realizar pronunciamientos tan partidistas…”), tono acusatorio, exigiendo pureza ética como si él estuviera en condiciones de presumir de ejemplo de algo.

También es habitual en Alandete la exageración retórica: hablar de censura como si viviera en una dictadura, de “purga”, de periodistas que “han sido despedidos fulminantemente” por disentir, de complots mediáticos… No parece dispuesto a admitir sus descarados sesgos, pasa por alto que la línea editorial de los medios  para los que trabaja (ABC, COPE, Telemadrid….) no es neutral en absoluto, ni que su propio espacio de opinión suele atender a intereses, presiones o militancia.

Un periodista decente admite errores, pero Alandete actúa como si las críticas le vinieran solo de enemigos predeterminados. En lugar de ese “yo defiendo el debate cívico”, muchas veces lo que suena es “yo tengo la verdad y los demás mienten”. Afirmar, como ha hecho, que si el tono de un periodista de medios públicos no es aséptico se «perjudica la credibilidad» de ese medio, distinguir entre periodismo en medios públicos o privados, o exigir una moralidad que él no practica es hipocresía pura. Si te dedicas a opinar como opositor permanente señalando sólo a los que tú defines como “bando contrario”, si tu línea narrativa repite ese manido esquema de “el poder me persigue, yo resisto”, lo que estás haciendo es justo lo que criticas.

Si se quiere ser buen periodista, basta con hacer lo contrario de lo que hace Alandete. Se trata de no dramatizar sin pruebas plenamente verificadas, ni polarizar en primer plano, ni confundir opinión con información, ni reclamar ética sólo hacia afuera. Tampoco de victimizarse, ni de usar un tono agresivo, presentar dilemas morales como absolutos o abstraerse de que también uno es parte del juego del poder. Leer a Alandete, sobre todo en redes sociales, es conocer más de sus convicciones ideológicas que de sus verdades periodísticas. La faena es que en este momento, en nuestro país, hay demasiados Alandetes.