Del “po, po, po” al linchamiento: cuando el debate muere de histeria
¿De verdad una onomatopeya es un acto de violencia machista? ¿O es que ya hemos perdido del todo el sentido común?
Hay tertulias que no merecerían trascender más allá de los estudios de radio, pero esta vez el griterío mediático ha hecho de una anécdota un escándalo nacional. En la SER, Berna González Harbour se enfadó con Javier Aroca. Él, en mitad del debate sobre el caso Ábalos y Koldo, soltó un “po, po, po” para imitar su insistencia. Ella lo interpretó como burla, como falta de respeto. ¿De buen gusto? No. ¿Un insulto machista? Tampoco. En la tensión de un debate, todos hemos usado un tono o una palabra que no emplearíamos en frío. Aroca aclaró, se disculpó y siguió. Fin del asunto. O eso debería haber sido.
Pero lo que era una discusión de plató se convirtió en una cruzada en redes. Harbour se proclamó ofendida y parte del periodismo militante salió en tromba a denunciar el “machismo” de Aroca. El asunto escaló hasta límites delirantes. ¿De verdad una onomatopeya es un acto de violencia machista? ¿O es que ya hemos perdido del todo el sentido común?
Aroca se ha ganado el respeto por decir lo que piensa sin mirar a quién molesta. Y eso no se perdona. El problema no es solo la sobreactuación, sino quién la compra. Muchos que jamás se indignaron ante ataques reales, despidos o silencios interesados se apresuraron a señalar al hereje. Las derechas ultras, que lo detestan por su crítica feroz al trumpismo ibérico, aprovecharon para cobrarse la pieza. Parte de la izquierda, acomplejada y desorientada, se ha sumado al linchamiento para no parecer tibia. Y los que aún creen en el periodismo con criterio, asistimos atónitos al espectáculo de una falsa causa elevada a moral absoluta.
Berna González Harbour no es una novata. Fue subdirectora de El País durante la era Caño, una etapa que muchos recordamos como la más conservadora y autoritaria del periódico… de momento. Que ahora quiera dar lecciones de ética mediática resulta, cuando menos, curioso. Su reclamación de contundencia con Ábalos y Koldo porque le parece mal que estén en libertad revela una concepción punitiva de la justicia impropia de quien se dice demócrata. En ese contexto, que Aroca le replicara con ironía no fue un acto de machismo, sino de discrepancia política.
Lo han dicho varios colegas con sentido común: flaco favor le hacen al feminismo quienes lo utilizan para cobrarse rencores personales o ajustar cuentas ideológicas. Convertir una diferencia de criterio en un ataque de género banaliza el verdadero machismo y debilita las causas que sí importan. Lo que Aroca sufre ahora, esa campaña indecente de descrédito, no nace del feminismo, sino del rencor. La polémica retrata el nivel del debate público: ruido, histeria y miedo.
Para terminar añadiría una pregunta. ¿Estaría teniendo lugar esta campaña contra Javier Aroca si este no fuera uno de los tertulianos habituales en los principales programa de RTVE que están contribuyendo a la subida de los índices de audiencia de la televisión pública?