The news is by your side.

Si Feijóo y Abascal no arreglan Valencia ¿van a arreglar España?

Hoy, tras la caída de Mazón, el telón del drama se ha levantado de nuevo. Y en el centro del escenario, los focos iluminan a Alberto y Santiago. Dos actores principales.

 

La tragedia valenciana no empezó con la DANA, aunque la riada fue su símbolo más cruel. Las aguas se llevaron vidas, hogares, cosechas y también la confianza de una parte importante de la ciudadanía en su Gobierno autonómico. Carlos Mazón, el hombre que llegó al Palau con la promesa de gestión y eficacia, acabó convertido en el rostro de la impotencia. También logró convertirse en el perfecto sinvergüenza que sobrevive en la política española.  Su dimisión, tan rocambolesca como inevitable, ha dejado un escenario político en carne viva. Y ahora, bajo los focos, solo quedan dos figuras: Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal. El líder gallego, además, lleva otra penitencia sobre sus espaldas. Tiene abiertamente enfrente a los que mandan en su partido en Valencia. Tiempo de navajas.

Durante todo este año de crisis, ambos han sostenido a Mazón contra viento y marea. El PP y Vox cerraron filas, calculando daños y rentabilidades, ignorando las mareas de ciudadanos indignados que, semana tras semana, salían a la calle. Han sido muchas las manifestaciones en Valencia, Alicante y Castellón reclamando responsabilidades y respuestas desde el dolor y la indignación de las víctimas. Pero Feijóo y Abascal prefirieron mirar hacia otro lado, parapetados en la idea de que admitir errores equivalía a perder poder. Además, ya saben, «mentir no es ilegal».

No faltaron gestos que retratan su jerarquía de intereses. Cuando Mazón, en plena emergencia, reconocía antes de irse que “Feijóo me ha dicho que no solicite la Emergencia nacional”, dejó al descubierto la prioridad del cálculo político sobre el deber institucional. Aquella frase quedó flotando en el aire como una confesión involuntaria: más importante era no dañar el relato nacional del PP que socorrer con rapidez a miles de valencianos devastados por la catástrofe. Pero una vez que la frase ha sido conocida por todos, parece lógico que Nuñez Feijóo salga a la palestra a explicar los motivos de aquel «consejo».

Feijóo y Abascal han demostrado, una vez más, que su brújula apunta más hacia la táctica y la estrategia que hacia el interés general. Uno, obsesionado con consolidar su perfil de gestor moderado ante Europa y los mercados. El otro, decidido a no ceder un milímetro de su discurso de fuerza y pureza ideológica. Mientras tanto, la gente en la Comunidad Valenciana contaba los muertos y los días sin ayudas, viendo cómo sus gobernantes se enredaban en declaraciones y excusas.

Hoy, tras la caída de Mazón, el telón del drama se ha levantado de nuevo. Y en el centro del escenario, los focos iluminan a Alberto y Santiago. Dos actores principales que deberán decidir si interpretan el papel de hombres de Estado o el de simples supervivientes de partido, movidos por el odio eterno declarado a Pedro Sánchez. La pregunta es simple, pero letal: ¿serán conscientes de que esta es su prueba del algodón?

Porque lo que ocurra en Valencia marcará la percepción de todo un país. Si Feijóo y Abascal no son capaces de recomponer la confianza y ofrecer una salida política digna a este caos, ¿cómo convencerán al electorado de que pueden gobernar España? La escena valenciana se ha convertido en su espejo: si fallan aquí, si se muestran incapaces de cooperar y resolver una crisis de su propia casa, ¿qué nos hace pensar que podrán afrontar los desafíos de un gobierno de coalición nacional?

La moraleja está servida. Ha llegado la hora de demostrar que piensan en algo más que en sus intereses personales y de partido. Dejar de medirlo todo en votos, encuestas y equilibrios internos. Porque, cuando las mareas ciudadanas se levantan —y en Valencia ya lo han hecho—, suelen ser letales para quienes confundieron la política con un tablero de ajedrez. Feijóo y Abascal tienen la solución política a la crisis valenciana. Pero también tienen en sus manos, sin saberlo, su propio destino político.

Tras su primer encuentro este martes han hablado de «cordialidad». Qué bien.