LO DE ALMERÍA (II)
El sumario de la Magistrada Montserrat Peña abrió una ventana a la doble vida política del Poniente almeriense.
Para entender lo que está ocurriendo hoy en Almería hay que abrir una carpeta que sigue oliendo a pólvora, aunque hayan pasado más de quince años: la Operación Poniente. No solo por lo que significó judicialmente, sino porque fue la primera vez que una provincia entera pudo asomarse, casi de golpe, al interior de las alcobas y despachos del poder local. Poniente no fue solo un caso de corrupción. Fue un retrato íntimo, crudo. a veces grotesco y esperpéntico de lo que realmente sucedía detrás de los discursos, las fotos oficiales y los golpes de pecho dominicales ante La Divina Infantita o la Virgen del Mar.
Lo recuerdo con absoluta nitidez. Cuando como periodistas conseguimos acceder a los primeros 22 tomos del sumario que instruía la magistrada Montserrat Peña —un sumario que no cabía en una sola mesa y que parecía no terminar nunca con 544 tomos al final de todo— nos llevamos una sorpresa que todavía hoy me sigue acompañando. Esperábamos corrupción económica, irregularidades contables, contratos amañados, ingeniería financiera. Y sí, todo eso estaba. Pero lo que nos encontramos además fue algo que ninguno habíamos previsto, un retrato sociológico hiperrealista : un catálogo detallado de la doble vida de quienes administraban dinero público como si fuera suyo.
Las transcripciones telefónicas eran un universo paralelo, muchas veces flipante. Conversaciones interminables entre investigados sus amigos y compinches o con sus amantes, confesiones de despechos políticos, relatos de traiciones internas dichas desde la cama, promesas sentimentales mezcladas con contratos, adjudicaciones, favores. Todo ello aderezado con yates atracados en marinas privadas, coches de alta gama pagados con dinero que luego se justificaba como gastos de empresa, apartamentos junto al mar para mantener a barraganas a las que algunos acudían cada noche por teléfono a desahogarse, aunque no precisamente para hablar de sexo, sino para llorar sus propias guerras internas. La quiromancia y ritos de brujería blanca, también aparecía como clavo ardiendo en momentos complicados de alguno. En el fondo proyectaban la imagen de poseer almas tremendamente solitarias, profundamente infelices y tristes. El dinero no lo era todo y en este proceso quedaba más que en evidencia.
Y luego estaba el símbolo máximo del derroche: la famosa American Express de color negra, – “la negra” la denominaban- con un millón de euros como límite de gastos, utilizada con la misma naturalidad con la que uno paga un desayuno o un aperitivo en Almerimar. Tener esa tarjeta, como tenía el considerado ‘cerebro’ de la trama Poniente, el Interventor municipal Pepe Alemán Bracho, suponía también tener un mayordomo 24/7 a tu entera disposición para todo lo que pudieras desear: gestiones inimaginables, del tipo que fueran, viajes, hoteles, espectáculos, compras, museos, restaurantes… En los salones más caros de París, los más galardonados, nunca tuvo el interventor municipal de El Ejido problemas para reservar su mesa. Aquello no era ya un caso judicial. Era un hiperrealismo moral, como gastarse cerca de veinte mil euros en un pedido de caviar de Riofrío. El sumario era un espejo de la realidad.
Nada de esto, como es lógico, servía para el núcleo de la investigación penal. No sumaba delitos, no añadía cifras al fraude, no cambiaba el mapa de responsabilidades penales. Pero abría una ventana imprescindible para comprender la arquitectura mental de aquel grupo de dirigentes políticos de la derecha del Poniente almeriense. Funcionaban egoístamente, en un mundo propio donde el dinero público era patrimonio personal, la administración una finca privada y la ciudadanía un ruido de fondo que apagaban por las buenas… o por las malas. El contraste entre sus excesos y la realidad de los pueblos y pedanías del Poniente, con familias trabajando desde la madrugada en los invernaderos, nunca les arrancó la menor reflexión. Y no hablo solamente de los emigrantes bajo plástico, víctimas en el 2000 de verdaderas cacerías humanas nocturnas cuando literalmente El Ejido ardió durante días tras el asesinato de una joven del pueblo por un magrebí, chispa que desencadenó todo..
Tras nuestra denuncia periodística el Día de los Enamorados de 2008, le siguió una atropellada personación en Fiscalía de IU y del PP denunciando formalmente la trama que se adivinaba tras la documentación publicada. Nadie esperaba que la sociedad civil se movilizase. Pero lo hizo a su manera en este caso. Y supo sacar provecho a los primeros compases del activismo ciudadano que se abría paso en Internet a través de blogs abiertos a comentarios libres. Aquello fue una pequeña revolución en nuestra primera década, una instrucción judicial narrada en tiempo real o casi.
Cuando estalló el 20 de octubre de 2009 la Operación Poniente, el 8 de noviembre, los periodistas del diario «Ideal» Miguel Cárceles, Quico Chirino y José Mª Granados firmaban una información en la que contaban que «La Operación Poniente lleva colgada en un blog de internet desde principios de año» (…) «Operación Topolino ofrece algunos datos de la presunta trama corrupta de El Ejido utilizando nombres del cuento Alicia en el País de las Maravillas». Efectivamente, todo cuanto se publicaba allí estaba encriptado bajo nombres del cuento de Alicia. Pero a los miles de lectores diarios de El blog de Topolino les interesaba más el pecado que el pecador, exactamente los hechos que se investigaban bajo secreto judicial. Y allí se apuntaban posibles hechos y nombres con sobrenombres, pero perfectamente identificables por los paisanos ejidenses. Algunos de los que escribían sus opiniones en el blog, horas antes, habían estado con la policía Judicial contándoles lo que querian saber como testigos. Entre ellos muchos trabajadores de ElSur. Aquello generó cierta histeria colectiva, como luego se comprobaría al oir las charlas grabadas por la Jueza.
En respuesta, el clan corrupto investigado no dudó ni un momento en emplear sus medios públicos a la desesperada contra quienes, sin tener información privilegiada, sabían de sobra lo que la Justicia se estaba encontrando en los sótanos del Poniente. Lógico, era vox populi, lo hacían todo con descaro y a la luz del día. La emisora municipal Radio Ejido y la cadena provincial de emisoras de la Diputación ACL Radio —actualmente Dipalme Radio— con el PSOE en la sombra, totalmente cómplices y callados, fueron durante meses los martillos pilones empleados sin piedad contra todo el que osara opinar contra los corruptos y sus protectores, ya fuese político, empresario o periodista.
Por su parte, el canal privado de tv controlado por el PAL, denominado Ejido TV, cuyo propietario y director editorial era José María Díaz, hermano de uno de los tres tránsfugas del PAL socios del PSOE en Diputación, se utilizó singularmente para emitir reportajes «de investigación» contra Gabriel Amat, sus socios y familiares, decían, metidos en negocios poco claros o nada transparentes. Siendo muy graves las cosas que denunciaron contra Amat, algunas de las cuales acabarían años después negro sobre blanco en papeles judiciales, los reportajes de Ejido TV fueron pólvora mojada, sin efecto alguno. Amat nunca se querelló, algo raro desde luego. Solo anunció demanda en una ocasión, cuando «la voz» de Enciso y su ideólogo Pepe Añéz en Radio Ejido, director de la emisora, dijo que Amat y su familia tenían dinero oculto en Gibraltar y en otros paraísos fiscales. Años después más de uno podía relacionar las evasiones del empresario hotelero Miguel Rifá, con estos rumores ya que Rifá era socio del sobrino más emprendedor y rico de Gabriel Amat.
Nunca escuché tan cabreado e indignado a Amat como aquella mañana al teléfono, cuando me pidió la grabación para «querellarme contra esos canallas mentirosos». Nunca lo hizo. Lógico, en esos primeros compases de la O.P la atención mediática y ciudadana, escandalizada, siguió concentrada en Juan Enciso Ruiz y los saqueos de su banda; un grupo de desalmados que al final se comprobó que lo tenían engatusado, neutralizado, engañado en muchas decisiones, pero loquito de contento con las obras de ampliación en un cortijo/bodega de su propiedad en un pueblito de Las Alpujarras. Pero aquella contraofensiva de Enciso contra Amat desde la tele local de sus amigos del PAL, dejó un poso inquietante sobre el líder de la derecha en Almería, el PP, su familia, sus socios y sus manejos o negocios en el sector inmobiliario y urbanístico. Y eso lo contaban nada más y nada menos que flamantes ex camaradas de partido, quienes hasta hacía bien poco habían pertenecido al PP de Amat y Arenas y no como simples militantes de base. Juan Enciso no fue un cualquiera en el PP de Almería. Arenas lo había llegado a bautizar tiempo atrás como «el mejor alcalde de España». Años después, de todo eso que sacaron a la luz los imputados contra Amat desde la tele de los hermanos Durán, se hablaría y con detalle en el procedimiento que se conoció como la «Trama Amat» ( también archivadísimo) y que impulsó en los tribunales como casi todos los procedimientos anticorrupción en Almería una asociación civil y apartidista denominada AMAyT, nombre nada casual que partía de un rebuscado «Asociación Mediterránea Anticorrupción y por la Transparencia», el acrónimo resultante era AMAyT que les sonaba familiar, a pedir de boca. En el fondo eran un puñado de locos por la higiene democrática de Almería, sin un euro para pleitear, barreras que jueces subían o bajaban a su antojo, luchando contra los molinos de viento de todos los tamaños. El final era el esperado: El ratón nunca caza al gato. Las venturas y desventuras de esta asociación, denunciante de infinidad de casos ante los fiscales de Almería, (o Granada) resumiría con bastante detalle las rutas empleadas por la corrupción y sus autores en aquella provincia.
Aquel sumario del Poniente reveló también el papel, no menor, de la multinacional andaluza Abengoa en los manejos de la trama delictiva. Felipe Benjumea Llorente, representante de una poderosa y respetada saga empresarial sevillana, aparecía en el epicentro de unas operaciones que jamás se habrían podido tejer sin la complicidad mutua entre poder político (por supuesto también la Junta del PSOE que agasajaba a todos en la Feria de Abril de Sevilla) y los más altos ejecutivos del entramado corporativo. Recuérdese, Abengoa, un grupo empresarial con expolíticos de pelaje bipartidista en su Consejo de Administración. Abengoa, que entonces era gigante y hoy es un derribo, representaba perfectamente ese vínculo simbiótico —y tóxico— entre lo público y lo privado. La empresa semipública El Sur de El Ejido era eso: dinero público que se llevaban los ejecutivos de la multinacional privada y sus compinches a través de subcontratas a medida. Un saqueo de libro.
Los años pasaron, pero la Operación Poniente siguió avanzando lentamente, casi a paso de tortuga boba. La Agencia Tributaria, en la Hacienda del presidente Mariano Rajoy, con un tal Cristóbal Montoro de ministro, desesperaba al fiscal Jesús Gázquez esperando informes tributarios que tardaron años para afinar las acusaciones finales que debería sostener el Ministerio Público en la lejanisima vista oral. Quince años tardó la Justicia en hablar, y aún hoy hay recursos rodando por el Tribunal Supremo. Mientras tanto, miles de informaciones periodísticas detallaron cada esquina, cada conversación, cada reintegro, cada adjudicación, cada delirio diurno o nocturno de sus protagonistas. Pero lo más importante no fueron los titulares. Lo importante fue la radiografía.
Poniente nos enseñó algo que muchos no quisieron ver: la corrupción no era episódica ni excepcional; era hereditaria. Se transmitía como un relevo. No importaba la edad, la generación o el aula política a la que pertenecieras. El sistema absorbía y formateaba a cualquiera que entrara.
Por eso, cuando ahora vemos a jóvenes dirigentes —muchos preparados, formados, con carrera— protagonizar los nuevos escándalos, no sorprende tanto la conducta como la lógica. Repiten patrones que no inventaron. Se suman a un juego que ya estaba diseñado antes de que ellos aprendieran a usar la brocha y el cubo de cola, pegando carteles de los muy veteranos y legendarios Luis Rogelio Rodríguez-Comendador o del paracaidista Rafael Hernando. Y se integraron con la misma comodidad que sus predecesores. No es vocación. Es herencia.
La Operación Poniente dejó claro que en Almería existía un subsuelo político donde los códigos morales eran sustituidos por otras normas: lealtades secretas, pactos invisibles, favores cruzados y un control férreo sobre la Diputación, auténtico corazón financiero público de la provincia, -después de Cajamar, el cooperativismo más capitalista y duro- el gran botín público del que sacar y saquear. Ese subsuelo nunca se desmanteló. Sólo cambió de manos y de generación.
Hoy, cuando vemos a la UCO entrar en oficinas públicas y llevarse documentación bajo el brazo, es imposible no recordar aquellas primeras cajas del caso Poniente la fresca mañana de un 20 de octubre de 2009, aquellos primeros teléfonos pinchados, aquellos primeros sobres reciclados como pruebas. Todo lo que se está descubriendo ahora es hijo directo de aquello.
La Operación Poniente no terminó. Simplemente mutó.
Próxima entrega: “La derecha que jamás cedió el poder: guerras internas, partidos fantasma y el mando de Amat”
Un análisis de cómo el PP almeriense sobrevivió a todas sus fracturas internas gracias a partidos clon, tránsfugas estratégicos, independientes y un líder que convirtió la provincia en una fortaleza inexpugnable y sin rival.
Aquí el primer artículo:
De Barcelona a Almería: como un caso de narcos reveló el subsuelo político mejor guardado de Andalucía.