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La reina de la alpaca

Lola Álvarez, Periodista
Lola Álvarez

Su figura no cambió un ápice en los más de quince años en los que tuve el privilegio de contar con su amistad. Siempre sobre sus eternos zapatos de tacón alto, delgada, con su media melena brillando como el carbón, perfectamente maquillada sea la hora que fuese,  hablándote en una exótica mezcla de franspanglish con acento boliviano y  acompañándose de un compás de manos y brazos que ni la mismísima Carmen Amaya.

Beatriz Canedo Patiño, perteneciente a una de las grandes familias bolivianas, me confesaría, apesadumbrada – al poco de conocernos- que lamentaba no poder contestarme a las preguntas que le hacía sobre Bolivia porque apenas conocía su propio país. Con una niñez y una adolescencia transcurrida entre internados de Europa y América, acabó en Paris estudiando moda y de ahí a la neoyorkina Fashion Avenue, la avenida de la moda, en donde llegó a tener durante muchos años taller propio y  show room  al que acudía lo más selecto de la sociedad estadounidense a comprar sus diseños, en especial sus abrigos de alpaca, en una época dorada para el diseño y la moda en el que reinaba con su estilo lánguido de “exótica-señorita –de- familia- bien” , siempre acompañada por sus amigos Oscar de la Renta y Carolina Herrera, a quienes adoraba.

Nos presentó Ficho, el Jaime Peñafiel boliviano, en su casa-museo de La Paz llena de los originales arcángeles de Calamarca. Allí conocí a una mujer culta, elegante, orgullosa de ser boliviana y enamorada de España. Con ella tuve la suerte de recorrer Bolivia, y descubrir un inmenso, desconocido y poliédrico país.

Jamás hubiera imaginado que hoy estaría escribiendo en su memoria desde esta esquina. Como jamás hubiera imaginado que los obituarios de su país subrayarían con especial ahínco su condición de “diseñadora de los trajes del presidente”.

La prensa norteamericana la bautizaría como “La Reina de la Alpaca”, un  título del que se sentía muy orgullosa. Beatriz fue una auténtica pionera,  la primera diseñadora de alta costura que puso a esta lana tan especial, amorosa al tacto y extremadamente ligera  – procedente de las alpacas, primas hermanas de las llamas- , en el cénit de la moda, al utilizarla para sus abrigos, trajes de chaqueta y hasta vestidos de novia. Cuando en Bolivia ni tan siquiera se olían que podía ser aquello del I+D, se lanzó a  investigar y crear mezclas hasta entonces desconocidas: alpaca con algodón, con lino y hasta con sedas, dando lugar a tejidos novedosos y de cualidades extraordinarias. Pero en aquellos años, finales de los 70  y comienzos de los 80, era difícil encontrar telares adecuados y, sobre todo, productores de lana de alpaca de calidad. Así que decidió volver a Bolivia e instalarse en La Paz. ”Tenía que conseguir lana para mis telas y no iba a irme al Perú, al menos aquí estaría en casa”, me contaría años después. Buscando a las alpacas subió por primera vez al altiplano, negoció con pequeños ganaderos, les ayudó a organizarse en cooperativas, montó telares, abrió escuelas y talleres donde aprendieron a tejer telas y coser la alpaca. Llegó a traerse desde París a un afamado maestro de sastres para que enseñara a su gente a cortar, hacer patrones y plasmar sus míticos diseños. Y todo esto, sola. Sin más ayuda que la de unos pocos amigos, algunos de sus hermanos y ante la mirada conmiserativa de la alta sociedad local.  Cuando me contaba por todo lo que tuvo que pasar en aquellos inicios, yo no daba crédito. “Lo tuyo, Beatriz, es digno de una película de Hollywood”, le decía, y sus carcajadas – con las que trataba de quitarse todo el mérito- llegaban hasta el viejo Illimani, la sagrada montaña que vigila y guarda desde sus nieves eternas la ciudad de La Paz y que veíamos, majestuosa, desde las ventanas de su boutique-taller en la Avenida Arce.

Su última aparición estelar fue en la Semana de la Moda de Paris de hace dos años, con una colección según ella “recopilatoria”. Parecía intuir que sería la última. 

Jamás hubiera imaginado que hoy estaría escribiendo en su memoria desde esta esquina. Como jamás hubiera imaginado que los obituarios de su país subrayarían con especial ahínco su condición de “diseñadora de los trajes del presidente”. En cambio, sí que me la imagino a ella diciéndome con sus grandes ojos abiertos de par en par: “Pero ¿tú has visto, my dear? Toda mi vida dedicándome a la haute couture,  para acabar pasando a la posteridad como la modista chic que le diseñó los trajes a Evo Morales, I can´t believe it, ce´st terrible ¡por favor!

Artista visionaria, rompedora, mujer valiente, libre y trabajadora, sin miedo a nada ni a nadie. Una de esas escasas referentes que marcan época y a las que echaremos de menos siempre.

Sea este, mi pequeño homenaje en la distancia, a quien un día me acogió con tanto cariño como generosidad y con quién tuve el privilegio de conocer una Bolivia que ni soñaba que pudiera existir.

Descansa en paz, mi querida Beatriz. Que los ángeles de Calamarca te acompañen y te guarden por siempre.