Al virus por los cuernos
Esta crisis supone una terrible cura de humildad. Ese manido y triunfal “tenemos la mejor sanidad del mundo” ha quedado en cuestión.
El coronavirus (Covid-19) lleva un tiempo atacando, a nivel global, a todos los sectores de la actividad humana. A pesar de ello, incluso después de que la pandemia se asentara en Italia ―el Wuhan europeo―, el Gobierno español la afrontó con lo que un editorial del New York Times ha denominado una “respuesta vacilante”.
Por fin, este sábado pasado, tras siete horas de gresca gubernamental ―con Pablo Iglesias rompiendo su aislamiento y dando así un deplorable ejemplo a la ciudadanía―, el consejo de ministros cogía el virus por los cuernos y decretaba el estado de alarma en todo el territorio nacional, en aplicación de la Ley Orgánica 4/1981, de 1 de junio, de los estados de alarma, excepción y sitio. Con ello, deberían lograrse, entre otros, dos objetivos esenciales: unidad de acción en la lucha contra la pandemia y atajar el gran desorden institucional propiciado por inacción gubernamental.
Los presidentes autonómicos Urkullu (País Vasco) y Torra (Cataluña) han vuelto a dar pruebas de su deslealtad democrática. Ya trataron de marcar territorio adelantándose, por horas, a “imponer” medidas que, en todo caso, solo puede adoptar el Gobierno de la Nación. Sus desafíos al RD del estado de alarma durante la videoconferencia de presidentes de esta mañana, especialmente el de Torra, son, con la ley en la mano, la clásica paparrucha bravucona de separatistas y nacionalistas. Para evitar la desinformación de la activa y tendenciosa propaganda separatista, se recuerda que el artículo diez de la LO 4/1981, refiriéndose al incumplimiento o resistencia a las órdenes del Gobierno dice que “si fuesen cometidos por Autoridades, las facultades de estas que fuesen necesarias para el cumplimiento de las medidas acordadas en la ejecución de la declaración del estado de alarma podrán ser asumidas por el Gobierno”. Cristalino. Esperemos que el señor Sánchez, que ya no puede llevarse los pantalones más abajo, no los pierda ahora definitivamente.
Esta crisis sanitaria supone una terrible cura de humildad. Ese manido y triunfal “tenemos la mejor sanidad del mundo” ha quedado en cuestión. Porque si bien es cierto que contamos con un personal sanitario excepcionalmente preparado y sacrificado, que está haciendo su trabajo de manera muy encomiable, no lo es menos que la atención sanitaria lleva tiempo desbordada. En propia carne he podido constatar cómo a pesar de la propaganda oficialista, tanto en el nº 900 102 112, como en ASISA o en el ramo de la sanidad militar se han desatendido peticiones de pruebas cuando existían síntomas de infección, mientras si se han realizado a políticos asintomáticos. Claro que así los casos desamparados no eran contabilizados en la fatal estadística del Covid-19.
Qué lejos parece aquel ”España se incorpora a un selecto grupo de países que cuentan con la instalación militar más avanzada del mundo: un hospital capaz de dar asistencia sanitaria a más de 25.000 personas en los escenarios más adversos”. Era la ministra de defensa, Carme Chacón, en 2011, refiriéndose al hospital de campaña Role 3 que, en el verano de 2019, otra ministra de defensa, Margarita Robles, dejaba caer por recortes presupuestarios. Hoy, al hacer el inventario de capacidades militares para el estado de alarma, esa instalación ha sido echada en falta. Siento decirlo así ―y no cuento todo―, pero así de tozudos son los hechos.
La salud pública demanda una acción común frente al Covid-19. Ahora, por tanto, toca apoyar al Gobierno en la aplicación de todas las medidas necesarias para ese combate. Con el estado de alarma, la ley, durante 15 días prorrogables con autorización del Congreso, pone a disposición del Gobierno unidad de acción, medios y el “mando” institucional para mayor eficacia en la lucha contra el virus. Hay que forzar el aparcamiento de la política aldeana e los intereses bastardos de separatistas y nacionalistas. Ya habrá tiempo de exigir responsabilidades por acciones u omisiones. Incluyendo la hipótesis de descontrol en la investigación o producción de un nuevo virus allende dos continentes, que hubiera sido, de permanecer desconocido, una repugnante y formidable arma biológica.