Cáncer en Andalucía: una causa sin partido que merece un pacto común
No se trata de quién gobierna, sino de quién responde a tiempo. Cada retraso en un cribado no es un error técnico: es una oportunidad perdida para vivir.
En Andalucía cada año más de cuarenta mil personas reciben un diagnóstico de cáncer. Detrás de cada cifra hay un rostro, una familia, una historia que se rompe en silencio. El cáncer no distingue entre ideologías ni votantes: golpea con la misma fuerza en cualquier hogar, en cualquier pueblo, sin preguntar a quién se votó en las últimas elecciones. Precisamente por eso, resulta insoportable ver cómo la política andaluza sigue sin encontrar una unidad de acción clara contra una enfermedad que no entiende de colores.
Las cifras hablan solas. En 2023 se estimaron más de 45.000 nuevos casos en la comunidad, una de las tasas más altas de España. El cribado de colon apenas alcanza el 40 % de participación, lejos del objetivo mínimo del 60 % que recomiendan los estándares europeos. El de cérvix, recién implantado en toda Andalucía, aún no ha tenido tiempo de consolidarse. Y el cribado de mama, orgullo histórico del sistema andaluz desde los años noventa, ha sufrido un golpe serio de credibilidad tras el escándalo de los retrasos en la notificación de resultados a unas dos mil mujeres. No son simples desajustes administrativos: son fallos que pueden costar diagnósticos, tratamientos y, en última instancia, vidas.
Del PSOE al PP, más continuidad que ruptura
Conviene repasar el camino recorrido sin las anteojeras del partidismo. Bajo los gobiernos socialistas se sentaron bases sólidas: el Registro de Cáncer de Andalucía, creado por decreto en 2007, permitió medir la incidencia y planificar recursos. El cribado de mama se consolidó como un referente nacional y se ensayaron los primeros programas de detección de colon. También se introdujeron mejoras tecnológicas, algunas gracias a donaciones privadas canalizadas al sistema público, que modernizaron parte del parque de radioterapia.
Cuando llegó el PP al gobierno autonómico, en 2019, heredó un modelo razonablemente ordenado, pero necesitado de renovación. Lo envolvió en un documento global —la Estrategia de Cáncer 2021-2025— que en el papel resulta impecable: prevención, detección precoz, investigación, humanización y cuidados paliativos. Bajo ese marco se amplió el cribado de cérvix a las ocho provincias, se anunció la extensión del de mama hasta los 75 años y se puso sobre la mesa la implantación de dos equipos de protonterapia en Sevilla y Málaga, una apuesta tecnológica relevante.
Sin embargo, los problemas no se arreglan solo con buenas intenciones. La baja participación en el cribado de colon, la falta de agilidad en los circuitos de comunicación y la torpe gestión del caso de las mamografías con retraso revelan un déficit clásico de la administración andaluza: la distancia entre el diseño de los programas y su ejecución real. La sanidad, cuando falla en el detalle, convierte los planes en papeles mojados.
Una enfermedad transversal que exige unidad
El cáncer no necesita propaganda ni enfrentamiento, sino precisión, continuidad y cooperación. Lo urgente es blindar un pacto andaluz contra el cáncer, un acuerdo que trascienda gobiernos y garantice la estabilidad de los programas de detección y tratamiento. No hablamos de una foto conjunta, sino de compromisos medibles y públicos: aumentar la participación en los cribados, garantizar la comunicación inmediata de los resultados, reforzar el registro oncológico y publicar los datos anualmente, con transparencia total.
Ese pacto debería incluir un consejo andaluz del cáncer donde estén sentados el Gobierno, la oposición, los profesionales y las asociaciones de pacientes, con actas públicas y auditorías externas. No se trata de repartir méritos, sino de exigir resultados. Los avances tecnológicos —como la protonterapia o la digitalización de los historiales— solo serán útiles si llegan a tiempo a quienes los necesitan.
Saldar una deuda con las víctimas del silencio
Cada retraso en una prueba, cada mensaje que no llega a una paciente, cada diagnóstico que se demora es un recordatorio de que el sistema sigue teniendo grietas. Andalucía sabe lo que tiene que hacer —sus planes lo dicen desde hace años—, pero le falta voluntad política y coordinación para cumplirlos sin excusas.
El cáncer no espera a elecciones ni presupuestos. Si los partidos son capaces de pactar inversiones o estrategias turísticas, también deberían serlo para acordar una hoja de ruta que salve vidas. No hay mejor terreno para ensayar un nuevo modo de hacer política: una causa que una, no que divida.
Un pacto real contra el cáncer en Andalucía no daría votos, pero devolvería confianza. Y eso, en un tiempo de ruido y desencanto, sería quizá la victoria más humana de todas.