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Crisis sanitaria: una oportunidad que no podemos dejar pasar

La ciudadanía exige respuestas, transparencia y rendición de cuentas. Ese despertar cívico es, probablemente, el mayor activo que deja esta crisis.

 

 

La crisis que sacude hoy al sistema sanitario andaluz tiene muchas caras: listas de espera interminables, profesionales exhaustos, desconfianza ciudadana y un sentimiento de abandono en miles de pacientes. Pero, pese al panorama sombrío, también nos deja algunas lecciones y oportunidades que conviene no desperdiciar. Porque solo cuando el sistema se agrieta se ve con claridad lo que hay detrás de los muros.

Durante años, los andaluces hemos convivido con un deterioro lento, casi invisible, de la atención pública. La pandemia terminó de desnudar sus carencias y, desde entonces, el desgaste no ha dejado de crecer. Sin embargo, este colapso progresivo tiene un efecto positivo: ha puesto en el centro del debate político y social lo que muchos preferían callar. Ya nadie puede fingir que no sabía.

Por fin hablamos de la falta de personal, de los contratos precarios, de los quirófanos cerrados por falta de manos y de la urgencia de reforzar la atención primaria. Se acabó el silencio cómodo. La ciudadanía exige respuestas, transparencia y rendición de cuentas. Ese despertar cívico es, probablemente, el mayor activo que deja esta crisis.

También se abre paso otra evidencia: el modelo de prevención del cáncer no puede seguir centrado casi exclusivamente en el de mama. La salud pública no se mide por campañas puntuales, sino por planificación a largo plazo, tecnología diagnóstica y coordinación entre niveles asistenciales. Andalucía necesita mirar al conjunto de la prevención oncológica, y hacerlo con una visión de equidad territorial. No puede ser que el código postal determine la rapidez de un diagnóstico o la supervivencia.

Los profesionales sanitarios —médicos, enfermeros, técnicos, celadores— están siendo el verdadero dique de contención. Su entrega y su compromiso, a menudo mal pagados y peor reconocidos, son la prueba de que el valor de la sanidad no se mide en ladrillos ni en inauguraciones. Porque los resultados demuestran que menos ladrillos y más batas blancas bien pagadas sería un lema sensato para cualquier gobierno.

Pero no es el momento de bajar la guardia. Con miles de millones invertidos en los últimos años, resulta inaceptable que la sanidad pública andaluza esté retrocediendo en calidad y equidad. No se trata solo de mala gestión: detrás de cada colapso hay un modelo que avanza, a veces de forma silenciosa, hacia el beneficio del sector privado. Y esa deriva no puede normalizarse.

Por eso, esta crisis puede —y debe— convertirse en un punto de inflexión. Andalucía necesita un gran pacto por la salud, un acuerdo de mínimos que saque la sanidad básica del barro de la bronca política. No es un terreno para el enfrentamiento partidista, sino para la responsabilidad compartida.
Porque si algo nos enseña esta crisis es que la salud pública no pertenece a un gobierno ni a un partido: pertenece a todos los andaluces.