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Cronología del pánico matando moscas a cañonazos

El Parlamento cierra filas y rechaza una comisión: la transparencia se esconde y la verdad se pudre en los pasillos del poder.

 

La película empezó antes del estallido. Con las listas de espera desbocadas, la Junta activó en 2024 un plan millonario para rebajarlas a golpe de derivaciones y propaganda. Un año después, los tiempos seguían atascados y el discurso oficial viró del triunfalismo al matiz. Luego llegó el latigazo: los fallos en el cribado de cáncer de mama. Ahí se acabó el maquillaje. El líder creciente de la derecha española, el secante de Ayuso en el PP y posible recambio de Feijóo, dejó de sonreír y empezó a mostrar su cara más desagradable. La de la ira contenida.

 

Primer acto: el espejismo de las listas

El Gobierno andaluz vendió como solución un plan de choque de cientos de millones, con la privada de muleta y la promesa de rebajar drásticamente la lista quirúrgica y las demoras en consultas. La letra pequeña era otra: recortes modestos sobre el papel, quirófanos sin personal suficiente y miles de pacientes esperando diagnóstico como quien rasca una puerta cerrada. La foto oficial mostraba curvas descendentes; en los pasillos la realidad era otra: tiempos altos, profesionales exhaustos y una Atención Primaria que no levantaba cabeza. El problema no era un bache: era estructural. El modelo debe ser cambiado porque no funciona.

 

Segundo acto: estalla el caso de los cribados

A comienzos de octubre, una grieta se convierte en boquete,  más que boquete parece un agujero negro. Se destapa que el programa de detección precoz del cáncer de mama falló de forma sistémica en hospitales clave, con mujeres que no fueron informadas a tiempo ni citadas como marcaban las guías y protocolos. La consejera dimite a toda prisa en un claro gesto de «política del trineo» por parte de Bonilla, soltar perros para entretener a los lobos, mientras San Telmo intenta contener la hemorragia con un plan de urgencia y promesas de revisión masiva de afectadas. Demasiado tarde: la cifra de casos sube día a día y el relato oficial se rompe. No es un error puntual: es un síntoma.

Moreno Bonilla opta por la contención de daños y nombra consejero a Antonio Sanz Cabello, el hombre que controla billetera en mano, el relato político que deben publicar los medios en Andalucía, beneficiarios de una millonada anual en publicidad y patrocinios. Empezó metiendo la pata y terminó el domingo tendiendo la mano. Aunque tardíos, buenos reflejos dignos del maestro ‘Jedi’ Arenas.

 

Tercer acto: trincheras políticas y daño social

La respuesta del Gobierno entra en modo búnker. Antes que transparencia, defensiva con el consiguiente lema aznariano «el que pueda hacer que haga». Antes que pedir responsabilidades, control de daños. El Parlamento rechaza una comisión de investigación y la creación de un fondo de indemnización. Pero hay algo más grave que el bloqueo político: el origen del desastre está dentro de esa misma Cámara. Miren qué curiosa coincidencia.
Su actual presidente, Jesús Aguirre, fue quien, siendo consejero de Salud, modificó el sistema de avisos de cribado que funcionaba hasta entonces y ordenó dejar de avisar individualmente a las mujeres tras el cambio de empresa externa, algo que se supone se haría mecánicamente y ¿falló?  Y qué curioso, el fallo parece que duró años y nadie se dio cuenta, mientras cambiaban y cambiaban consejeras de Salud. El trineo seguía a su velocidad de crucero en Sanidad. Ese cambio administrativo, aparentemente técnico, es el punto de partida de toda la tragedia. Así lo documenta con precisión el periodista Javier Martín Arroyo en El País, en un reportaje que reconstruye cómo aquella decisión política – que ganase el concurso la empresa presidida por Eduardo Serra, un hombre de Juan Carlos I, ministro de Defensa con el PSOE y el PP, (Felipe y Aznar), desmanteló o paralizó cuanto menos un protocolo que había salvado vidas durante años. La verdad ya no se sostiene con comunicados: está escrita negro sobre blanco.

En la calle, mareas blancas y profesionales empujan, sindicatos y sociedades médicas exigen claridad y recursos, y las familias quieren certezas, no titulares. El Ejecutivo promete más dinero y reorganizaciones, pero persiste la sombra de las derivaciones sin evaluación independiente, la opacidad con los datos y la tentación de culpar al sistema o a los de antes. En su alocada estrategia de defensa inicial, el PP intentó echar la culpa a María Jesús Montero de la crisis de los cribados, cuando ella era consejera de Salud once años atrás.

 

Último acto: la factura

Hoy la factura es triple. La sanitaria: miles de mujeres angustiadas y un sistema que debe demostrar que aprende, audita y repara.

La institucional: dimisiones en cadena, una Fiscalía asomándose y un Parlamento que se negó a escrutar lo sucedido.

Y la política: el relato del “milagro sanitario” ha volado por los aires. Cuando una administración confunde comunicación con gestión y propaganda con soluciones, el boomerang vuelve siempre. La sanidad pública no necesita titulares: necesita personal estable, tiempos garantizados y datos abiertos, hospital por hospital. Lo demás es ruido. Y el ruido ya no tapa el silencio de las salas de espera.

Epílogo: la calle y la vergüenza

El domingo, Sevilla fue la foto que el Gobierno no quería ver: unas 30.000 personas —4.500 según el PP— colapsaron el centro para exigir dignidad sanitaria. Entre ellas, las mujeres convocantes de AMAMA, el colectivo que más claro ha hablado y más caro está pagando por hacerlo. Desde el poder, en lugar de empatía, recibieron ataques. Tony Martín, portavoz popular en el Parlamento, y otros cuadros del PP andaluz insinuaron que AMAMA “responde a consignas políticas”. También califico la concentración como «escrache», como si San Telmo fuese la vivienda de Moreno Bonilla. Fue el golpe más sucio: el que intenta desacreditar a quien denuncia una injusticia apelando al silencio como virtud.

Pero el silencio se rompió también dentro del aparataje de propaganda bajo la mano férrea del PP andaluz. Trabajadores de la RTVA han dirigido una carta a la presidenta de AMAMA pidiendo disculpas “por el trato informativo injusto y sesgado” impuesto desde la dirección general. En el texto, admiten que Juan de Dios Mellado y Carmen Torres – DG y jefa de informativos de Canal Sur- condicionaron la cobertura de Canal Sur para minimizar la magnitud del escándalo y desdibujar la voz de las afectadas. Es un gesto de dignidad profesional, una rectificación desde dentro que desvela la otra grieta: la de los medios públicos que olvidaron a quién deben servir,  por decencia y por Ley.

Si algo deja esta crisis, más allá de la devastación personal y política, es una evidencia: la mentira institucional tiene las piernas más cortas que nunca. Las redes y las calles ya no se pliegan a los argumentarios de gabinete y asesores desbordados por inútiles y porque todo les sale mal. Y cuando las víctimas se organizan, ni el ruido mediático ni el control informativo pueden taparlas.
En Andalucía, la sanidad pública se defiende en los quirófanos y en las plazas. Y el domingo, las mujeres de AMAMA la defendieron por todos nosotros.

¿Cuatro mil, treinta mil? qué más da el número de asistentes en la manifestación, pero ayer en Sevilla no se cabía por el centro. Con menos manifestantes comenzaron las movilizaciones de Spiriman en Granada contra las fusiones hospitalarias. Y mira donde está hoy Susana, de tertuliana en Mediaset y AtresMedia. Y el PSOE-A chupando rueda en la oposición.