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El mundo del trabajo

El problema es más profundo que los vagos que no quieren trabajar.

 

En España falta mano de obra en transporte, agricultura, construcción y servicios con más de tres millones de parados. Ayudas, estado de bienestar, baja retribución, precariedad laboral y una deficiente regulación producen este resultado. Una oferta de trabajo digna en salario y accesible por distancia no debería poder rechazarse sin perder las ayudas. Me cuenta un amigo gallego (Picolo) dos ofertas de trabajo rechazadas: como maderero, 1.400 euros/brutos/mes, 28 años, a 10 minutos de su casa porque había que madrugar; taller de mármol, 1.600 euros, soltero de 49 años por ser un trabajo duro. Ambos viven con sus padres en Galicia. 

El problema es más profundo que los vagos que no quieren trabajar. En la construcción, profesión de mi padre, un hermano y algún sobrino, vivieron años gloriosos en la década de los 90 pero hoy es rara avis la empresa que cumple el convenio. Exigen una cantidad exagerada de metros enfoscados, enladrillado o enlosado para ganar 30 euros/día. Si se cumplieran los convenios y abonaran lo estipulado, otro gallo cantaría.

Ocurre lo mismo en los servicios, camareros o empleados en comercios. Los salarios rondan los 1.000 euros/mes prorrateadas pagas extras, con jornadas de trabajo de 9-12 horas teniendo firmadas en contrato y cotizando por 6-8; muchas son jornada partida, lo que obliga al trabajador a permanecer varias horas deambulando y comiendo fuera de casa hasta el turno de tarde-noche, o a desplazarse a su domicilio y volver con el consiguiente gasto. 

En la recogida de fresa se ofrecen 10.000 puestos de trabajo de temporada y aparecen 800 candidatos. Con 1.000 euros/mes de salario la oferta se circunscribe a pueblos cercanos desde los que puedan desplazarse y llevarse su comida en táper, porque supongo que nadie pretenderá que un parado de Sevilla se desplace y vuelva a diario, o abone alojamiento para recoger fresas en Lepe, a 125 km., o en El Ejido, a 370 km. El mundo global de la comunicación y la libre circulación de mercancías no es el mundo de los trabajadores. Los políticos están en su mundo, con coches oficiales, salarios estratosféricos, dietas, familiares y correligionarios bien colocados como para preocuparse de estas vulgares circunstancias de los vasallos, que aspiran además de a trabajar a comer y dormir cada día dignamente. Los agricultores y pequeños empresarios reciben una insoportable competencia de multinacionales que traen productos de cualquier lugar del mundo a bajo precio usando mano de obra esclavista. En España trabajan inmigrantes ilegales durmiendo en casas derrumbadas o chabolas sin luz ni agua. Los españoles que se desplazan a la vendimia francesa cobran el doble que aquí y tienen donde alojarse. Liberté, Égalité, Fraternité.

Se podría escribir de los becarios, aprendices o todos esos jóvenes en distintas profesiones explotados laboralmente a la vista de políticos y empresarios, asumido como algo que forma parte del panorama laboral habitual de este país, una regla de conducta empresarial. Me entrevistó hace pocos años para una tv una periodista joven, delgada, de poca estatura y apariencia frágil, con una gran cámara sobre su hombro que casi la aplastaba sujeta por su mano derecha y el micrófono en la izquierda. Cobraba 600 euros/mes sin horario y era angustioso verla. Sigue ocurriendo porque se predica con palabras lo que se desmiente con hechos; comportamiento empresarial cínico y tóxico. 

Trabajadores con pocos derechos, colas de hambre, condiciones de vida de ancianos, paro juvenil y pobreza infantil son lacras instaladas en nuestra sociedad que deben ser erradicadas. El presunto paraíso en que vivimos como sociedad solo existe en la fábula mentirosa de la clase política. Sin libertad, igualdad, fraternidad.