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En busca del diálogo perdido

La forma de hacer política ha evolucionado mucho y ha ido de mal en peor. La transición democrática se caracterizó por el diálogo.

 

Hace unos días asistí a un acto en Sevilla que reunió en la Fundación Cajasol a un centenar de políticos y periodistas de la llamada “vieja escuela”. Era la presentación de un libro, “Los periodistas estábamos allí para contarlo”, que ha sido coordinado por Fernando Jaúregui con motivo del 40 aniversario de la Constitución.

Más de un centenar de profesionales de la información, ya entrados en años (plumillas y fotógrafos), evocan sus recuerdos de los primeros años. De una transición democrática que, pese al desprecio que manifiestan ahora muchos de los actuales políticos, costó sangre, sudor y lágrimas.

 

No hemos sido protagonistas de la historia, sino simplemente testigos privilegiados de la misma

 

Sacar adelante en los años de plomo del terrorismo etarra y de la amenaza involucionista del golpe de Estado militar. Dejenme que les aclare que no soy de los que alaban el onanismo y el ombliguismo de una profesión, la de comunicador, que es bastante dada a echar la vista atrás y ponerse medallas. Cuando en realidad no hemos sido protagonistas de la historia, sino simplemente testigos privilegiados de la misma.

Como decía, el acto en Sevilla no sólo congregó a viejos periodistas, casi todos ellos ya jubilados. También a numerosos políticos andaluces, sobre todo socialistas. Que fueron claves en los años de la transición en Andalucía.

Allí estaban, entre otros, los ex presidentes de la Junta, José Rodríguez de la Borbolla, Manuel Chaves o el “popular” Juan Ojeda. Junto a miembros de la nueva hornada que hoy, dirigen la política como Alfonso Rodríguez Goméz de Celis, Juan Lanzas o Elías Bendodo.

 

Nada nuevo bajo el sol de los recuerdos de un tiempo pasado

 

Todo muy evocador y emotivo como si nos hubiésemos metido en la máquina del tiempo y aterrizáramos en los años 80 del pasado siglo. Nada nuevo bajo el sol de los recuerdos. De un tiempo pasado que no fue ni mejor ni peor, sino muy diferente al actual.

Lo único que me quedó medianamente claro, en la hora y media de tertulia que sucedió a la presentación del libro, es que la forma de hacer política ha evolucionado mucho desde entonces y ha ido de mal en peor.

 

La transición democrática se caracterizó por el diálogo

 

La transición democrática en España, elogiada entonces por medio mundo y ahora tan vilipendiada, se caracterizó por el diálogo. Los dirigentes de todas las fuerzas políticas, desde la Alianza Popular de Fraga al Partido Comunista de Santiago Carrillo, pasando por el PSOE de Felipe González o la UCD de Adolfo Suárez, tenían claro que España no saldría adelante si no se llegaban a acuerdos claves.

Que pusieran la base de una nueva etapa de convivencia para superar el trauma nacional de la Guerra Civil. Había que reconciliar a las dos España. Para construir un nuevo país moderno y europeo. Apartado cada vez más de la imagen goyesca del “Duelo a garrotazos” que nos había identificado en los últimos siglos.

 

La Constitución de 1978, sentó las bases para encarar con garantías el siglo XXI

 

Gracias a ello, los españoles avalamos con nuestros votos una Constitución. La de 1978, que, con sus virtudes y defectos, sentó las bases para encarar con garantías el siglo XXI.

Es evidente que toda esa loable infraestructura de convivencia ha sido demolida en los últimos veinte años. Por gobernantes sin escrúpulos. En los que han primado más sus intereses personales y de partido que el interés general.

La cota de degradación política ha ido en progresión geométrica. Alcanzado dimensiones sublimes con nuestros últimos presidentes de Gobierno. Zapatero, Rajoy y, cómo no, Pedro Sánchez, Por egoísmo o incompetencia, unos y otros han avivado de nuevo el enfrentamiento entre los españoles.

Poniéndonos de nuevo en el absurdo disparadero de elegir entre lo malo y lo peor. Entre el estalinismo o el fascismo.

 

Las próximas elecciones generales del 28 de abril recuerdan demasiado a los 30

 

Las próximas elecciones generales del 28 de abril recuerdan demasiado a los trágicos y odiosos enfrentamientos entre el Frente Popular y la CEDA en los años 30 del pasado siglo.

No sé si vieron la entrevista que acaba de emitir la Secta (perdón, la Sexta) hace unos días. Jordi Évole charlaba con Alfonso Guerra sobre la actual situación de España. No comparto muchas de las ideas del exvicepresidente socialista, pero he de reconocer que actualmente hay pocos políticos en activo que le lleguen a la suela del zapato. Tanto intelectual como ideologicamente.

Guerra no sólo le desmontó al “follonero” su dialéctica sectaria y manipuladora, de la que usa y abusa en sus entrevistas, sino que dio una imagen del político de Estado de la que carecemos por completo en estos momentos.

 

Su análisis de la situación catalana, su desprecio a los independentistas, su feroz ataque a la dictadura venezolana de Maduro

 

No suponen lo que algunos tachan de “derechización” del viejo socialismo. Sino que pone un punto de equilibrio y madurez en una política en la que, a tono con las nuevas formas de comunicación por internet, prima la inmediatez y la superficialidad. Por encima del sentido de Estado y la convivencia en paz de los españoles.

Y concluyo. Pienso que volvemos a encaminarnos a pasos agigantados a una España en blanco y negro de ingratos recuerdos. Sería necesario no sólo recuperar los grises, sino darle un toque de color a un panorama sombrío que amenaza con cubrir a España de negras y terribles nubes.

 

Es urgente recuperar el diálogo perdido

 

Siempre que ese diálogo, como es el caso del independentismo catalán, no sea un diálogo de sordos. Y cabría preguntarse si en España queda algún líder político que sea capaz de encabezar la necesaria regeneración.

Como diría Lampedusa, “que todo cambie, para que todo siga igual”. Que todo cambie para que la sociedad española continúe avanzando en progreso, libertad y democracia. Ojalá.