Tras las legislativas del 28-A, y a solo nueve días de constituirse las nuevas Cortes Generales, parece esfumarse aquella esperanza de que esos comicios despejarían confusiones y aclararían incertidumbres. Por el contrario, las vibraciones que llegan del escenario político sugieren que la perplejidad va a continuar siendo factor común en la política nacional.

Pedro Sánchez, el más que probable presidente del Gobierno durante la legislatura que echará a andar el 21-M, ha puesto su índice ―de la mano izquierda, naturalmente― sobre Miguel Iceta, secretario general del Partido Socialista Catalán (PSC). Aquél quiere que éste sea el próximo presidente del Senado. Otra insólita ocurrencia del líder del nuevo socialismo. Un aperitivo para abrir boca y un síntoma avanzado de los despropósitos que previsiblemente van a venir.

No parece muy ejemplificador que la cuarta magistratura del Estado ―tras su jefatura, la del Gobierno y la presidencia del Congreso―, fuera ostentada por alguien con un currículo inasequible a la formación sólida, y a los estudios superiores; sería todo un récord. Alguien con un expediente académico con el que solamente podría ingresar en el cuerpo de ujieres, que prestan sus servicios en la cámara que don Miguel pretende presidir. No, definitivamente, no parece una designación ejemplificadora.

Tampoco resulta muy coherente que, recayendo en el Senado la capacidad para autorizar, en su caso, la aplicación del artículo 155 de la Constitución, esa cámara haya de presidirla precisamente una de las personas que, aparte de los independentistas “pata negra”, se ha mostrado pública y más reiteradamente complaciente con el separatismo catalán.

Tiene su “pourquoi” que, entre los 123 senadores electos del Partido Sanchista Obrero Español (PSOE) ―de ellos 3 del PSC (2 por Barcelona y 1 por Tarragona)―,  ninguno resulte idóneo para presidir la cámara de los senadores.

Y haya que buscarlo fuera. De tal forma, Sánchez, desplegando su acreditado filibusterismo, trata de transustanciar a Iceta, que no es senador. Quiere, sin pasar por las urnas, pasarlo de diputado autonómico a senador e, inmediatamente después, a presidente del Senado.  Uno, en su ingenuidad, se dice que, si tan imprescindible fuera don Miguel para presidir el Senado, ¿por qué no fue incluido en las listas del PSC para 28-A? ¿Tal vez por la previsión de que, al ser las candidaturas a la cámara alta en listas abiertas, Iceta no saldría elegido?

Lo más grave ―seguro que el lector habrá caído en ello―, es que, para tal pasteleo, Sánchez deberá contar con la aquiescencia de los separatistas en el parlamento catalán. Lo que tendrá su coste en gestos y concesiones políticas, que pagaremos todos. ¿O es que alguien se cree, que los compinches de los del banquillo del Supremo van a regalar con sus votos la más alta toga senatorial a Iceta, simplemente para darle gusto a Sánchez? Vístanlo como quieran en Ferraz, la negociación política del PSOE con la clerecía separatista catalana no ha finalizado, tras el rotundo fracaso de la “estrategia del diálogo” de la anterior legislatura. Por el contrario, ha florecido―cosas del mes de las flores, quizás―, incluso antes de abrirse la nueva legislatura. Todo un mal presagio.

La gestión “patrimonial” de las normas, los resortes y los medios del Estado por parte del señor Sánchez son una burla a la virtud del esfuerzo, a la lógica de la razón y, en definitiva, a todos los españoles. Así las cosas, un amoscado general (no raso) me escribe que, lo de Iceta, “es como si se eligiese para JEME a alguien que no fuera militar”. Pues ya veremos. Porque, a este paso, me temo que nada sería descartable en la legislatura en ciernes. Hasta que explotase; que también podría suceder. Después ya se vería. Estamos en el indeseable umbral de que lo insólito sea la médula de una amenazante normalidad.

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