La cara no siempre es el espejo del alma
Casi son todos cachas, con cara angelical, arregladitos y con pinta de buenas personas.
Sé positivamente que ustedes están disfrutando de los últimos días de vacaciones y, en espera de lo que ocurra con la clase política en septiembre (investidura de Sánchez o nuevas elecciones), no quieren complicarse la vida en esta semana de final de agosto. Lo comprendo y lo comparto, Por eso no voy a reemprender la matraca del “jartible” político y prefiero divagar sobre algo que me tiene bastante confundido. Dice el clásico refrán español que “la cara es el espejo del alma” y, con sus excepciones, era algo admitido. De hecho en mi niñez, desde la representación católica del diablo como macho cabrío (que no sé que tendrían los cristianos contra los carneros) hasta los nefastos personajes clásicos de la historia (Atila, Nerón, Calígula, Hitler, Mussolini etcétera) siempre eran bastante malencarados y feos comparados con los “buenos” como César, Alejandro Magno, Ulises, El Cid o Kennedy. Un estereotipo que fue recalcado por Hollywood en sus películas. Los “malos” estaban protagonizados siempre por gente como Bela Lugosi, Boris Karloff, Telly Savalas o Edward G. Robinson, mientras que los “buenos” los representaban actores como Gary Cooper, John Wayne, Cary Grant o James Stewart. Todos lo teniamos claro. Feo y con cicatrices, malo malísimo y esi era indio en las películas del oeste, ni te cuento. Era salir Jack Palance o Lee Van Cleff y ya sabíamos como se las iban a gastar contra los buenos.
En política también casi siempre ha sido así. Para el franquismo, los comunistas tenían cuerno y rabo y, desde Carrillo a la Pasionaria, pasando por Azaña, Negrín o, en casos mas alejados temporalmente como Fernando VII, sus retratos siempre nos mostraban a unos personajes con el rostro ceñudo y de mal genio. Claro, que, como ocurre con casi todo, esta fealdad depende siempre del punto desde el que se contempla, es decir, del cristal con que se mira. Porque, seamos realistas, tampoco Franco era un dechado de belleza sin par. El que es malo para unos puede ser buenísimo para los contrarios. El caso es que los tiempos han cambiado una barbaridad y, en los últimos años, los expertos en marketing, los arriolas y las ivanes redondo de turno, han optado por “vendernos” líderes que parecen sacados de un casting del programa “Hombres, mujeres y viceversa” o, mejor, de una obra de teatro del fallecido Arturo Fernández. Salvando las excepciones podemitas de Iglesias, Echenique o Alberto Rodríguez el de las raftas y los líderes de ERC o JpCat, casi son todos cachas, con cara angelical, arregladitos y con pinta de buenas personas. Y con las señoras, obviando también algunas excepciones, pasa algo de lo mismo. Inés Arrimadas, Begoña Villacís, Nadia Calviño, Irene Montero, Cayetana Álvarez de Toledo o Andrea Levy, por poner algunos ejemplos y que me perdonen las feministas, todas son muy jóvenes y monas siguiendo la norma ahora habitual, y añadiendo por supuesto que su inteligencia se les da por supuesto como ocurría con el valor en la mili.
Los esquemas que teníamos asumidos la gente de mi edad, rozando las jubilación, sobre buenos y malos, han quedado hecho añicos. Ahora resulta que el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, llamado también “el guapo”, tan aparente él que parece un actor de Hollywood sacado de una película de Hitchcock y sobresaliendo sobre el grupo de líderes del G-7, el G-10 o el G-20 debido a su altura baloncestística, no quiere renunciar al papel que él mismo se ha buscado de “malo de la película”. Y se le nota que está incómodo por lo que busca aliarse con el “ciudadano” Albert Rivera y, así, entre los dos, formar una pareja similar a la de Paul Newman y Robert Redford en “Dos hombres y una destino” o “El golpe”. Sin olvidar, claro está, al líder el PP, Pablo Casado que tampoco se queda atrás en el porte. No sé si el tándem Sánchez-Rivera que algunos propugnan, funcionaría, pero es indudable que tendría un tirón mediático importante en el exterior. Sobre todo después de contemplar las caras de chancla de Donald Trump o Boris Johnson en la reunión de este fin de semana en Biarritz. Es que no hay color.
Con esto de los buenos y los malos está ocurriendo como con muchas cosas que imponen las nuevas tecnologías. Ya no hay jóvenes emprendedores que inicien nuevos proyectos empresariales, o, mejor dicho hay pocos, pero pululan como moscas sobre la miel por internet los “youtubers”, los “instagramers” o “los influencers”, que no son sino espabilados que se aprovechan de una sociedad cada día más inculta y aborregada. Propiciados por el “buenismo” de Zapatero y de la nueva progresía podemita, ya no hay buenos y malos, al menos los buenos y los malos de siempre y, de ahí que la Policía en Barcelona no sepa como atajar los altos índices de delincuencia que están sembando el pánico en diversos barrios de la Ciudad Condal. Ha sido su propia y nefasta alcaldesa la que ha confundido los clásicos papeles. Ahora el bueno es el Edward G. Robinson interpretando a Al Capone y el malo es el Gary Cooper de “Solo ante el peligro”. Con este nuevo reparto no hay quien se aclare. La cara, ya y ahora, no es el espejo del alma sino simplemente un rostro impenetrable cada día más duro que el cemento. Es lo que hay.