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La muerte en la agenda digital

Borrarlo sería como borrar una parte de la memoria compartida. Otros lo mantienen como quien guarda una carta vieja o una fotografía.

 

Cada cierto tiempo, la tecnología nos pone delante dilemas tan íntimos como incómodos. Uno de ellos es qué hacer con los contactos de personas fallecidas que siguen figurando en la agenda digital del móvil. Un nombre que aparece en pantalla puede bastar para abrir una herida, un recordatorio inesperado que devuelve, de golpe, la ausencia.

La opción de borrarlos parece lógica: mantener la agenda al día, limpia de números que ya no responderán. Es práctico y evita sobresaltos. Incluso puede ser un paso más en el proceso de duelo, una forma de aceptar la nueva realidad.

Pero también hay razones para no hacerlo. Para algunos, ese número conserva un valor simbólico, casi sagrado. Borrarlo sería como borrar una parte de la memoria compartida. Otros lo mantienen como quien guarda una carta vieja o una fotografía: con el convencimiento de que, mientras siga ahí, de algún modo la persona permanece.

No todos los nombres que pesan en la agenda son de fallecidos. También aparecen los de personas vivas, a quienes trataste de cerca, incluso apoyaste en sus luchas, y que un día desaparecieron de tu vida sin más explicación. Están ahí, como “muertos vivientes” de la memoria digital. Esos contactos, a diferencia de los que se fueron de verdad, duelen de otro modo: recuerdan la ingratitud, la distancia o simplemente la volatilidad de las relaciones humanas.

Y en este contraste se aprecia lo mucho que aportan las buenas personas cuando se cruzan en tu camino. Aquellas que dejan huella, que acompañan y suman, que enseñan con su ejemplo de vida. Quizá la agenda digital, tan fría en apariencia, sirve también como espejo para distinguir quién mereció la pena y quién no.

La cuestión, en el fondo, no es tecnológica sino humana. La lista de contactos del teléfono nos habla de la vida y sus vínculos: de la memoria y el olvido, de la gratitud y la decepción. Lo que decidamos hacer con esos nombres —borrarlos, mantenerlos o apartarlos— es, en última instancia, una manera de reconocer quiénes fueron importantes y cómo queremos recordarlos.