The news is by your side.

La peligrosa osadía de los ignorantes

Yo soy partidario de mantener los nombres porque, por suerte o desgracia, forman parte de nuestra historia.

Dicen que la ignoracia es atrevida. Yo diría más, añadiría que es osada, cerril, peligrosa. Porque no hay nada más peligroso en este tiempo que un tonto con poder. Mientras el tonto en cuestión se dedique, como decía Forrets Gump, a decir tonterías, a teorizar, la cosa tiene un pase sin mayor importancia. Todos estamos acostumbrados a escuchar en la radio o en la tele, a leer en los periódicos cientos de idioteces diarias en declaraciones, entrevistas y tertulias, sobre todo en boca de ignorantes supinos que se las dan de genios con su fluído tertulianés del “a nivel de” o “en base a”, pero, como decía, eso no deja de ser una mera anécdota que se convierte en algo trágico cuando al tonto en cuestión se le da un cargo. Entonces el ignorante, el tonto con balcones a la calle, quiere dejar su impronta, su indeleble sello en la sociedad que le ha elevado al poder y, como es lógico, impone a rajatabla alguna de sus muchas tonterías, que lleva rumiando desde hace tiempo y que suele afectarnos a todos. Como es natural, cuanto más poder ostente el tonto en cuestión, mayor va a ser el alcance y la repercusión de sus hechos. No es lo mismo que sea concejal de un pueblo de 200 habitamtes que presidente del Gobierno. Su solemne tontería llevada a la práctica puede costarnos un simple disgusto o, por el contario, como en el caso de Rodríguez Zapatero, una crisis económica que deja en el paro y la indigencia a cientos de miles de conciudadanos.

 

Los ejemplos son numerosos y los españoles los llevamos sufriendo desde hace mucho tiempo. Antes las tonterías las hacían los reyes, mandamases por voluntad divina y por hereditaria cuna de sangre azul, los obispos o los caciques, y había que aguantarse so pena de que te pudieran dar garrote o quemarte en la hoguera por disidente y revolucionario. Pero es ahora, en el último medio siglo, desde que los españoles gozamos de una democracia más o menos real, cuando los tontos con poder han florecido como setas en otoño. Y no sé si será por el clima, la historia o por la situación geográfica, pero la comunidad de España que más tontos está dando en los últimos años es, sin duda alguna, Cataluña. Sólo hay que echar un vistazo a las hemerotecas para comprobar que el número de tonterías protagonizadas por dirigentes catalanes (Pujol, Mas, Puigdemont, Torra, Rufián, Junqueras, Colau, Valls y un largo etcétera, por citar sólo a algunos) supera con creces la media nacional, que de por sí ya es bastante alta. Y que conste que el panorama no sólo se da en nuestra tierra. Fuera también hay ejemplos paradigmáticos con los dirigentes ingleses, italianos o franceses y con Trump o Maduro a la cabeza.

 

Viene todo esto a cuento de la anécdota protagonizada estos días por Jesús García Royo, el ignorante concejal de Vox de la localidad aragonesa de Cadrete, quien ha ordenado retirar el busto de Abderraman III y el nombre de una calle del pueblo en esa nueva reconquista que los muchachos de Abascal quieren emprender en todo el territorio español.

 

Una tontería más que añadir a la ya larga lista. Como digo no deja de ser una simple anécdota merecedora de un suelto en página par del Heraldo, pero pone de manifiesto que la ignorancia, la incultura y la idiotez no son privilegio de ideologías concretas, sino que, a uno y otro lado del espectro político, campan a sus anchas por toda nuestra piel de toro. No sé los estudios que tendrá el tal García Royo y que conocimiento tiene del Califato cordobés, pero me da la impresión de que su acción está más que pensada y avalada por la dirección de su partido. El concejal en cuestión sólo ha puesto en evidencia lo que las izquierdas llevan haciendo en pueblos y ciudades españolas desde que accedieron al poder en las primeras elecciones municipales, hace ahora la friolera de cuarenta años.

 

Era lógico retirar nombres que recordaran la nefasta guerra civil, pero no era lógico, como han estado haciendo los últimos cuarenta años, quitar a los del bando franquista para colocar a los del bando republicano. A unos y a otros convendría darles el mismo tratamiento, más que nos pese a algunos. Se merecen el reconocimiento o el olvido. Y permítante decir que yo soy partidario de mantener los nombres porque, por suerte o desgracia, forman parte de nuestra historia. El caso es que el nomenclátor callejero de cientos de ciudades ha dado tal vuelco que los pobres carteros han tenido que hacer horas extras para reconocer las nuevas direcciones. No se me olvidará la primera vez que llegué a Sevilla, a fnales de la década de los 70 del pasado siglo. Subí a un taxi y, guía de la ciudad en mano, le indiqué que me llevara a la Plaza de la Falange Española, donde estaba ubicada la Asociación de la Prensa. Al taxista sólo le faltó acordarse de mis muertos. Me insultó repetidamente ante de aclararme, ignorante yo que venía procedente de Arjona, que esa Plaza se llamaba de San Francisco.

 

Y es que si como muestra basta un botón, ciñámonos como mero ejemplo a las barbaridades cometidas por algunas corporaciones sevillanas de izquierdas cambiando el nombre de la avenida del Tiro de Línea dedicada al héroe de la guerra de Cuba, general Merry, por el de la actriz Pilar Bardem o lo de pluralizar La Raza por lo más políticamente correcto de Las Razas. ¿Habrase visto tamaña idiotez? Lo dicho, hay más tontos que botellines.