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Las rosas blancas de Seisdedos, de los jornaleros de Casas Viejas y de Blas Infante: ‘cubierto de barro sangriento’

La catástrofe de Casas Viejas firmó a corto plazo la caida del II Gobierno de Azaña.

 
Entre los días 10 y 12 de enero de 1933 (martes/jueves), la localidad gaditana de Casas Viejas, entonces una pedanía de Medina-Sidonia y con poco más de 2.000 habitantes se vio sacudida por unos tremendos sucesos, los llamados ‘Sucesos de Casas Viejas’.

 

Fue una masacre en toda regla que, por redondear, se cerró con un total de 26 muertes por todos los conceptos, incluidos tres guardias civiles. Los otros 23 eran vecinos ‘casaviejeños’ de un pueblo de honda penetración anarquista y que, lisa y llanamente, se había sublevado ante la anulación de los repartos de tierra (‘fanegas’) a los jornaleros que inicialmente se habían establecido por las autoridades locales. En esa cancelación de los repartos de tierra tuvo mucho que ver cierto cacique local: José Vela, ‘El Tuerto’ Vela.

 

No es propósito de este texto hacer un relato detallado de la masacre producida en Casas Viejas al borde de los idus de enero de 1933. Se necesitaría un periódico entero y no bastaría la inmensa ayuda de los recuerdos, libros y textos de Salustiano, ‘Salus’ Gutiérrez, José González Benítez, ‘Pepe González’ y Bernardo Cózar. Los hechos -tras la cancelación del reparto de tierras- incluyeron una primera revuelta con el objetivo del cuartel de la Guardia Civil -y corte de la línea de teléfono- más la posterior represalia sangrienta de las llamadas ‘Fuerzas del Orden’, Guardia Civil y Guardia de Asalto, bajo las órdenes terminantes de Arturo Menéndez, Director General de Seguridad del II Gobierno presidido por Manuel Azaña Díaz en la II República. El Ministro de la Gobernación era Santiago Casares Quiroga. Menéndez -ejecutado en la Guerra Civil por el bando franquista- dio orden a un batallón de Guardias de Asalto, enviado desde Jerez de la Frontera y al mando del capitán Manuel Rojas Feijespán de ‘disparar sin piedad’. 

 

En su posterior defensa en tribunales, Rojas alegaría textualmente (entre otras cosas) que ‘las órdenes que tenía eran muy severas’. ‘¿Cuáles son las órdenes que traen?’, preguntó a uno de los de ‘Asalto’ el escritor y periodista Ramón J. Sender, presente en los hechos. «Cargarse hasta a María Santísima, si hace falta». Tal fue la respuesta que Sender, de convicciones anarquistas, escuchó con sus orejas. Sender fue a Casas Viejas para informar de los acontecimientos en los periódicos donde colaboraba: ‘La Libertad’ y ‘Solidaridad Obrera’. 
Otro periodista (de ‘La Tierra’, donde colaboraba junto al mismo Sender) presente e implicado en Casas Viejas fue el anarquista Eduardo de Guzmán, que llegaría a escribir en la revista ‘Triunfo’, en los años 60 y 70. Posteriormente, el aragonés Sender, exiliado tras la Guerra Civil y fallecido en 1982 en San Diego, EE UU, escribiría un apasionante relato novelado de aquellos días: ‘Viaje a la Aldea del Crimen’. El resumen de las órdenes se le adjudicaría (por el propio capitán Rojas, en su juicio y corroborada por testigos) al presidente Azaña con una frase que se hizo célebre: «Ni heridos, ni prisioneros. Los tiros, a la barriga». El comandante Bartolomé Barba Hernández, de la clandestina UME y luego gobernador civil bajo Franco, corroboró esa frase de Azaña. En 1935 se produjo un careo judicial entre Azaña y Barba… cuyo legajo judicial desapareció. «No hay nada más peligroso que un autor al que nadie lee y que cree que debe ser leído; y Azaña es de ésos», observaba sobre Azaña un tal Miguel de Unamuno. La catástrofe de Casas Viejas firmó a corto plazo la caida del II Gobierno de Azaña… quien defendió personalmente en las Cortes la actuación de sus fuerzas en Casas Viejas sin saber exactamente la terrible magnitud de los crímenes. Un nuevo error.

 

Tras el juicio de 1934, el capitán Rojas fue condenado a 21 años de reclusión por 14 homicidios. Justo cuando la condena se le había reducido a sólo tres años (…) por un conspicuo Tribunal Supremo, ya en 1936… estalló en Marruecos la sublevación militar del 17 de julio de 1936… y en sólo una semana, Rojas ya se había pasado al bando franquista, en Granada. Allí se le dio el grado de comandante, participó en numerosos ‘hechos de guerra’ y se le relaciona señaladamente (Luis Rosales…) con el pelotón que ‘paseó’ a Federico García Lorca y del que el ‘Soldadito’ Ramón Ruiz Alonso fue el gran protagonista. Tras ser acusado de una serie de actividades ilegales por el propio Ejército franquista, Rojas Feijespán (o ‘Fengespán’) desapareció en los últimos días de la Guerra (In) Civil, ya en 1939, el llamado ‘Año de la Victoria’. Nunca más se supo de Rojas; no existen certezas de cuándo ni cómo murió.

 

ASALTO A LA CHOZA ANARQUISTA DE LOS ‘SEISDEDOS’

 

Los sucesos de Casas Viejas tuvieron como epicentro la choza de paja, barro y piedra del activista anarquista Francisco, ‘Curro’, Cruz Gutiérrez ‘Seisdedos’, carbonero, cartonista y zapatero, nacido en 1862 (nada de 1874) y registrado en Medina; esta choza se ubicaba justo donde hoy se encuentra el llamado ‘Hotel Utopía’ (…), cuyo patio corresponde al solar exacto de la choza. Francisco Cruz era conocido como “Seisdedos” por tener ese número de dedos en manos y pies.
Por contextualizar, los anarquistas del Sindicato de la CNT en Casas Viejas se hallaban bajo el influjo de ‘Tierra y Libertad’, la potente organización del campo de Jerez que lideraba José Olmo; con su correspondiente periódico del mismo nombre. En mayo de 1915 ya se suicidó Gaspar Zumaquero al ser detenido por la Guardia Civil y responsabilizado de las actividades de la huelga general de 1914. Entre sospechas de propios y extraños, Zumaquero se abrió el vientre con un cuchillo en el cortijo ‘El Alisoso’ (hoy, una ‘Casa Rural’), en la carretera de Benalup a Los Barrios. Se procedió a la detención del propio Olmo, de Manuel Zumaquero, hermano de Gaspar y última persona que lo había visto con vida, junto a otros activistas: Juan Estudillo, Bernardo Cortabarra… de inmediato pudo leerse en periódicos como el ‘Diario de Cádiz’ que la organización anarquista de Casas Viejas era (literal) «¿Un vástago de ‘La Mano Negra’?», la célebre y secretista red organizada de anarquistas en el campo andaluz, entre finales del Siglo XIX y principios del XX. Pasó a sugerirse que los planes de los anarquistas de Casas Viejas se hallaban la toma y saqueo de cortijos, quema de cosechas y ejecuciones de ciertos propietarios. El terreno quedaba abonado…
Y sí: la familia de Curro Cruz, ‘Seisdedos’, estaba pringada al completo con ‘Tierra y Libertad’. Inclusive, su nieta, María Silva Cruz, ‘La Libertaria’, ondeaba por el pueblo el pañuelo rojo y negro. Casi que naturalmente. Tras la cancelación de los repartos de tierra, con ‘El Tuerto’ al frente del movimiento reaccionario, en la húmeda, fría noche del martes 10 de enero de 1933 y en plena tensión, un grupo de anarquistas procedió a cercar y rodear el cuartel de la Guardia Civil, con sólo cuatro guardias en esos momentos. La primera sangre de los ‘Sucesos de Casas Viejas’ corrió el 11 de enero. Los anarquistas demandaron la rendición de los Guardias Civiles, estos se negaron… y los de afuera empezaron a disparar con escopetas. ¿Proclamaron en realidad el ‘comunismo libertario’? Pues sí. Parece que sí. Sí. Pero, ¿qué importa eso en una situación semejante?

 

Ya en fuego cruzado cayeron heridos de muerte los guardias Román García Chueca y Manuel García Álvarez. Se cortó la línea telefónica, pero la Guardia Civil había tenido tiempo de pedir refuerzos, que llegaron desde Medina (sargento Anarte) a eso de las 11:00 horas y rompieron el asedio. A su llegada, y en tiroteo, los primeros refuerzos ya mataron a un ‘casaviejeño’: Rafael Mateo.
Pocas horas después, tras la llegada del Teniente de Infantería Gregorio Fernández Artal, desde San Fernando y al frente de una docena de Guardias de Asalto fue cuando se produjo la atrocidad de la choza de Seisdedos. También apareció otra veintena de efectivos de la llamada ‘Benemérita’, enviados desde La Línea de la Concepción. El teniente Fdez. Artal detuvo a Manuel Quijada, uno de los asaltantes del cuartel local. Esposaron a Quijada y, con él, la fuerza gubernamental se dirigió hacia la casa de otros señalados participantes en el ataque: los hermanos Francisco y ‘Perico’ Cruz, dos hijos de ‘Seisdedos’, dos… ‘Seisdedos’. Iban pateando y golpeando a Quijada que, cuando todos llegaron junto a la choza del carbonero… huyó: corrió hacia la puerta entornada y entró en la choza condenada.

 

Justo ahí, Gregorio Fernández Artal cometió un error mortal de necesidad. Envió a dos guardias en busca de Quijada. Cuando los guardias asomaron por la puerta de la choza, Perico Seisdedos disparó desde dentro, casi a quemarropa. Un guardia quedó muerto, justo a la entrada de la choza. El otro, herido levemente, se parapetó en el corral y en silencio para que los de la choza le creyeran muerto. Ya casi en la noche tenebrosa del enero de Casas Viejas,  los guardias abrieron fuego a discreción desde fuera. 

 

La choza de los Seisdedos recibió apoyo de otros anarquistas que disparaban a los guardias en la oscuridad de la noche, hiriendo a varios números. Artal también creía que el segundo guardia había muerto. Hacia las 20:00 hrs. el teniente pudo telefonear a Cádiz y narró cómo había perdido a dos hombres. En opinión del teniente el pueblo estaba ‘más o menos tranquilo, no se necesitan refuerzos y sí una ametralladora y granadas para reducir a los sublevados que se han atrincherado en la choza’. Artal sugería esperar al amanecer para dar el asalto… a la choza, donde no sabía cuánta resistencia podría encontrar, en gente y armas. Pero, pasada la medianoche, llegó a Casas Viejas desde Jerez un batallón compuesto por un mínimo de 40 Guardias de Asalto; otras fuentes extienden ese número hasta 90 unidades, siempre al mando del capitán Manuel Rojas y bajo las órdenes directas de Menéndez, el Director General de Seguridad.

 

De inmediato, Rojas tomó el mando con más guardias cambió los planes de su amigo Artal, le desautorizó y ordenó el asalto e incendio de la choza de ‘Seisdedos’. La gente de dentro fue muriendo durante el asalto, que se apoyaba con fuego de ametralladora además de material incendiario, con trapos, estopa y gasolina. Los que ayudaban desde fuera se retiraron ante las ráfagas de ametralladora. Ya de madrugada, Rojas ordenó quemar la choza, donde se había refugiado María Silva, ‘La Libertaria’. Era la choza de su abuelo. Todos acabaron resguardados en la pequeña habitación que había en la parte trasera de la choza, siempre bajo el tableteo de la ametralladora… que mandaba personalmente el teniente Artal. El teniente Artal estaba al frente de la ametralladora, que disparó y mató a sangre fría. Más adelante explicó que disparó porque ignoraba que se trataba de una mujer y un joven: pensaba que eran hombres armados. Al fin, el incendio hizo insostenible la situación. La salida fue entre un infierno de fuego. Manuela Lago y Francisco García (nieto de Curro Cruz, ‘Seisdedos’), dos inocentes absolutos, fueron rociados por un diluvio de balas y abatidos instantáneamente, pero María y su primo Manuel García lograron escapar gracias a que, al salir, se tropezaron con la burra del abuelo Seisdedos y cayeron al suelo. Las balas alcanzaron de lleno y mataron al animal, cuyo cuerpo salvó la vida de María y Manuel. 

 

Después, María y Manuel se levantaron apresuradamente y se dirigieron a su casa. Llegó herida de bala en una pierna y con el pelo quemado y la ropa manchada de sangre. Lo primero que hizo fue beberse dos vasos grandes de agua. María y Manolito se resguardaron en la oscuridad, con su padre en la cama enfermo y sus hermanos pequeños llorando. Entretanto, la choza del abuelo se derrumbó entre llamas, balas que estallaban y rescoldos hirvientes. Dentro de la choza habían muerto, además, de Seisdedos (71 años), su nuera Josefa Franco, su yerno Jerónimo Silva, sus hijos Perico y Francisco, y Manuel Quijada, el vecino que se fugó de los guardias. El guardia escondido fue rescatado y enviado al hospital de Cádiz. A las cuatro de la madrugada, Rojas dio por acabado ‘el trabajo’ y se retiró a la fonda, desde los escombros humeantes de la choza. Allí se dio al vino.

 

Al amanecer del 12 de enero, como poseído, Rojas decidió dar un «escarmiento ejemplar» en el pueblo, como si se tratara de una ‘razzia’ contra ‘harkas rifeñas la cabila de Abd-El-Krim, los Beni-Urriagel… o de una represalia de tropas nazis contra la Resistencia. El mismo capitán Rojas lo relató más adelante ante el juez, con estremecedora claridad y apelando a su ‘nerviosismo’ y a ‘la severidad de las órdenes recibidas’. Pero poco después… cambiaría su relato. 

 

Rojas ordenó a sus guardias que registrasen casas y que detuviesen a todos los hombres que fueran encontrados en ellas. Una patrulla de ‘los de Asalto’ llegó adonde residía el anciano jornalero Barberá. Cuando le pidieron que saliera, el hombre se negó. Entonces abrieron fuego contra la puerta y una bala astillada mató en el acto a Barberá. Tras lo ocurrido en la choza de los ‘Seisdedos’, ningún guardia se atrevía ya a entrar en una casa. Gritaban desde la calle y se llevaban a los hombres. Las patrullas fueron  deteniendo a vecinos del pueblo, que eran conducidos al corral de la arrasada choza donde hoy está el Hotel ‘Utopía’. Allí, sin demora, Rojas disparó y ordenó disparar contra otra docena de vecinos, asesinados a sangre fría. Un guardia civil, Juan Gutiérrez, dejó escapar a dos hombres que llevaba detenidos cuando se dio cuenta de que iban a matarlos.

 

 

 

SENDER, LUISA INFANTE… Y BLAS INFANTE

 

Al fin, Rojas quiso borrar las huellas de la masacre: le dio su mechero al teniente Fernández Artal y le dijo que pegase fuego a las chozas del pueblo. Artal alegó que allí sólo quedaban ancianos, mujeres y niños. Pero Rojas reiteró la orden… hasta que Artal, angustiado y derrumbado moralmente, se negó a cumplirla. Luego, con ayuda del delegado del gobernador civil, Artal convenció a Rojas y éste retiró la orden. De regreso a Medina-Sidonia, Rojas ya dijo a Artal que advirtiese a sus hombres de que no debían contar nada sobre la masacre. Días después, cuando el Gobierno le reclamó un informe sobre lo sucedido en Casas Viejas, escribió una sarta de mentiras y ocultó la matanza final a sangre fría en el corral de los ‘Seisdedos’. Se produjeron más muertes de vecinos por la impresión y por infartos, hasta sellarse el total de 26 víctimas, incluidos los dos primeros guardias civiles del Puesto local.

 

El Gobierno -Azaña- desmintió y desoyó las informaciones publicadas por Sender y De Guzmán en ‘Libertad’ y ‘La Tierra’, quienes denunciaron la matanza. El Gobierno los consideraba poco fiables a ambos, más bien propagandistas antigubernamentales. Ni el médico ni el cura de Casas Viejas, ni el juez de Medina… ni, menos aún, mandos de la Guardia Civil de Cádiz ni de la Guardia de Asalto, que sabían lo ocurrido, ninguna autoridad denunció nada al Gobierno.
Pero, según relato de Luisa Infante, hija mayor de Blas Infante, a Antonio Ramos Espejo, en 1976 y en la revista ‘Triunfo’… «al día siguiente de ocurrir la masacre, mi padre fue allí. Aquí (NB, ‘aquí’, la casa de Blas Infante en Coria del Río, ‘La Casa de la Alegría’)… aquí vino alguien, representante del Gobierno o de algún organismo, según decía mi madre, y creo que le dijo a mi padre: ‘Usted, Infante, que es un hombre imparcial, venga a ver lo que ha pasado en Casas Viejas’. Y fue mi padre a Casas Viejas y de allí se trajo una pata quemada de la cama de Seisdedos y un plantón de rosal que lo cogió de la misma choza, del corral donde estaban los cadáveres calcinados. Me acuerdo yo hasta del coche que llevaban, que metieron sillitas bajas porque no cabían todos. Mi padre plantó aquel rosal, que nosotros llamaríamos despues ‘mosqueta’`en el jardín. Y después puso otro en la huerta. Él mismo cogió un almocafre y lo plantó. Y floreció. Y dio rosas blancas, no rojas. Recuerdo que mi padre había escrito un artículo que no sé dónde se publicaría, ni lo hemos conseguido, que se llamaba ‘El rosal de Seisdedos’. Y decia ‘El rosal de Seisdedos no ha dado rosas rojas, ha dado rosas blancas (…)… la pata de la cama, carbonizada, estuvo siempre en la biblioteca, al menos mientras vivió mi madre». Luisa Infante se refiere a su madre, Angustias García Parias, viuda de Blas Infante, asesinado en 1936, en Sevilla, por un pelotón franquista de ejecución. Angustias García Parias falleció en 1954. «Mi padre vino horrorizado de Casas Viejas y del olor a sangre y carne quemada», apostillaba Alegría Infante.

 

 

EL TEXTO DE BLAS INFANTE; PEDRO VALLINA

 

 Gracias a José González Benitez, Pepe González, autor del libro ‘La Tierra, historia de Benalup-Casas Viejas en el siglo XX a través de la fotografía’, libro que Pepe González completó junto a ‘Salus’, Salustiano Gutiérrez Baena, y donde se incluye el mismo texto de Infante.
‘Confidencial Andaluz’ puede ofrecer hoy ese artículo perdido de Blas Infante sobre el rosal de Seisdedos. En realidad, se trata de una carta de Infante a las Juntas Liberalistas, al final de la primavera de 1933. Éste. Y así:

 

«Y fue allí, en Benalup, cuando yo tenía desgarrada la sensibilidad, por todos los dolores y encendida el alma por todas las indignaciones que laceraban y conmovían al genio andaluz, otra vez humillado, ensangrentado e intentando asesinar a los hermanos de mi pueblo jornalero; cuando uno de los condenados a la matanza, a quien el milagro salvó, mi amigo, el jornalero Barberá, tuvo un gesto de elegancia suprema, viniendo a arrancar y a depositar en mis manos, el consuelo de un rosal, cubierto de barro sangriento, plantado en el arriate, junto al quicio de la casa de Seisdedos, ennegrecida por las llamas. Aquel rosal, sobre cuyo tallo habíanse derrumbado los cuerpos de nuestros hermanos, fusilados en la corraleta que se abría delante de la pobre choza; era el único ser vivo, ya muriente, que los vandálicos matadores, dejaron en aquel lugar. 
Yo traje el rosal y lo planté en mi huerto. Y contaron de él los escritores que cuando arraigara y llegara a florecer las rosas de su cosecha, serían rojas como a sangre que hubo de regarle a borbotones, Pues bien, llegó la Primavera, floreció el Rosal de Andalucía. Deliciosas mosquetas blancas de aroma penetrante aparecieron salpicando el verdor de las hojas y de las ramas, completando los colores suaves de nuestra bandera andaluza. Una eclosión de paz será la Primavera de nuestro triunfo, la energía de nuestra Esperanza. Así se vengan los jornaleros andaluces, los conductores verdaderos de Al-Andalus, escarnecido por su historia heterodoxa. Con fin y como método: la Paz. Con este fin y este método habrá de triunfar sobre todos los pueblos, Andalucía. El Profeta de nuestra última Era de libertad nombraba al Paraíso ‘Dar Es-Selam’, ‘Casa de la Paz’. Ese es el Paraíso al que aspiran después de muertos los jornaleros, que antes de ser esclavos fueron los hombres luminosos de Al-Andalus’. 
Ahí y así concluye el texto/carta de Blas Infante Pérez a las Juntas Liberalistas sobre ‘El Rosal de Seisdedos’: ‘El rosal de Seisdedos no ha dado rosas rojas, ha dado rosas blancas’.
Pedro Vallina, el notable médico anarquista y humanista de Guadalcanal, que tiene calle rotulada con su nombre en Alcalá de Guadaira y que murió en el exilio mexicano (Veracruz, +1970) describió así la situación y relación con Casas Viejas de su gran amigo Blas Infante:
«Llevó piadosamente el rosal a Sevilla, lo plantó en el más fértil suelo de su jardín y lo regó con la más cristalina de sus aguas… el rosal se vistió pomposamente de verde… y fueron objeto constante de especulación por parte de los visitantes del jardín las flores rojas que un día brotarían de aquel rosal cogido en la casita del crimen, rojas como el color de la sangre derramada por los campesinos mártires… pero una esplendorosa mañana de primavera en que la Naturaleza renacía en un ambiente de luz y pájaros, al toque del alba dado por las campanas de la torre morisca, cambió el rosal sus capullos por unas hermosas flores; no rojas, como se esperaba, sino blancas como el color de la nieve y el armiño. ¡Cómo se regocijaba Blas Infante de la ocurrencia del rosal, burlando nuestras esperanzas y ajeno a los furiosos batallares de los hombres! Para nosotros, el rosal, agradecido, reflejaba en aquellas rosas blancas y puras la conciencia inmaculada de Blas Infante, que lo había devuelto a la vida’.

 

Luisa Infante (1928-2009) pensó durante toda su vida en aquel rosal de la choza calcinada de Casas Viejas y del plantón de Blas Infante que -¿quién puede saberlo?- que posiblemente se helaría en aquel jardín de Infante hoy abandonado por sus dioses y profetas. La pata carbonizada de la cama de la choza de los ‘Seisdedos’ desapareció tras unas obras por cierto temporal. ‘En todos los sitios hay barrancos’ solía meditar en voz alta Luisa Infante. La misma que también contaba sus recuerdos de cómo su padre decía -y su madre Angustias García Parias le repetía- una frase que sonaba a sentencia: ‘Todos somos Seisdedos’.

 

 

 

EL FIN DE ‘LA LIBERTARIA’… Y LOS TRES DE MAUTHAUSEN

 

María Sllva Cruz, ‘La Libertaria’ (1915-1936), única persona en edad adulta que pudo escapar de la choza incendiada de ‘Seisdedos’ no sobreviviría en fin al llamado ‘Alzamiento Nacional’ de julio de 1936. Nieta de Francisco Cruz Gutiérrez en cuanto que hija de María Cruz Jiménez y Juan Silva González, María fue la mayor de ocho hermanos. Trabajó en la siega de la cosecha y en las faenas del carbón, que apenas daba para subsistir. También se empleaba como ‘criada’ o empleada de hogar. 

 

Más que en el colegio, en el que solo se ocupaban de enseñarle el catecismo y las labores del hogar, María aprendió con su abuela Catalina Jiménez, que la introdujo en las ideas libertarias. Durante la noche se sentaban en torno a una vela y la abuela le leía novelas. 

 

Perteneció al grupo de mujeres libertarias llamado ‘Amor y Armonía’. Se reunían en el local sindical y paseaban juntas por la plaza principal de Casas Viejas. En la primavera de 1932 paseaban por la Alameda en compañía de Manuela Lago, su hermana Catalina y otras amigas como Anita Cabezas y Francisca Ortega. María llevaba al cuello un pañuelo rojo y negro. Por allí también andaba el guardia civil Manuel García Rodríguez quien, al ver a María mostrando los colores revolucionarios lo interpretó como una provocación y, dirigiéndose a ella, le instó a que se quitase el pañuelo. María se negó. Fue entonces cuando el guardia civil se lo arrancó de un manotazo. María, sin pensárselo, le propinó una sonora bofetada. García, entonces, la amenazó de este modo: ¡Me las pagarás, libertaria! A partir de aquel momento comenzó a conocérsela con ese apodo y María, fue desde entonces, ‘María la libertaria’.

 

En la mañana del 11 de enero de 1933, tras la proclamación del comunismo libertario en el pueblo, María paseó con otras compañeras por las calles con una bandera rojinegra y una pistola que le había entregado un vecino. Tras los dos días de masacre, a la que ella escapó por milagro… fue ingresada por la Guardia Civil en la cárcel de Medina-Sidonia. Al ser entrevistada allí mismo por periodistas de ‘ABC’ y ‘Diario de Cádiz’ y delatar las barbaridades que había vivido y sufrido, María Silva Cruz  fue adquiriendo un renombre de figura de carácter épico. Su figura y halo llegaron a ser tema de canciones populares. Escritores, periodistas y poetas la veían como una heroína y a la que dedicaban sus letras de una forma ardiente. Federica Montseny escribió sobre María Silva Cruz: «Tal como es, llena de poesía y tragedia, penetra en la inmortalidad. Es la encarnación y el símbolo del martirio de España. Mariana de Pineda representa un momento de la conciencia y de la vida española. María Silva es la voz, la carne sangrante de un pueblo crucificado».

 

Bajo intensa presión de la opinión pública, los jueces liberaron a ‘La Libertaria’, contra la que no se pudo deducir cargo alguno de agresión, resistencia a la Guardia Civil o similares. María salió de la cárcel con los ojos empañados por la muerte de diez familiares. 

 

Poco más adelante, el agobiante ambiente que reinaba en Casas Viejas después de la masacre hizo que la familia de María se mudase a Cádiz y, después, a Paterna de la Rivera. Así, María Silva Cruz se trasladó a Madrid donde vivió varios meses con el periodista anarquista que ya era su compañero, Miguel Pérez Cordón (periodista ‘cenetista’ de Algar, pueblo cercano a Casas Viejas y Paterna de la Rivera; María y Miguel se habían conocido en la cárcel de Cádiz). María intervino en el mitin que la CNT celebró a fines de noviembre de 1934 en el célebre ‘Cine Europa’, en el barrio de Tetuán de las Victorias. El ‘Europa’ se llenó en su totalidad hasta el punto de que los asistentes invadían, inclusive, los aledaños de la calle Bravo Murillo. 
Cuando se anunció que iba a intervenir María Silva Cruz, la nieta de ‘Seisdedos’, el público guardó un respetuoso, emotivo silencio. Visiblemente emocionada, ‘Libertaria’ abrió así su disertación ante un auditorio multitudinario, sobrecogido ante sus palabras, amplificadas por altavoces: 

 

“Compañeros y compañeras, pueblo de Madrid que en estos momentos escucha la voz emocionada de una superviviente de la tragedia que conmovió a España y al mundo entero; pueblo que muestra su rebeldía, su ansia de superación y de terminar con todos los traidores, con todos los vagos profesionales que le han esclavizado…”.Y, justo en este momento, María se rompió de emoción y comenzó a llorar, sin poder continuar. En su mano temblaba la hoja de papel en el que estaba escrito su discurso. Los aplausos inundaron el aire de la sala del ‘Europa’; el presidente del mitin le pidió el papel y lo siguió leyendo.

 

Semanas más tarde, María y Miguel volverían a Paterna, donde María dio a luz, ya en junio de 1935, a un niño al que llamaron ‘Sidonio‘. En julio de 1936, cuando las tropas sublevadas entraron en Paterna, Miguel tuvo que escapar como pudo (en dirección a Levante) y María se marchó a casa de los padres de Miguel, con su hijo. Pero el 19 de agosto detuvieron a María, entregando a su hijo a una familia de los sublevados. A partir de septiembre de 1936, el niño ‘Sidonio’ pasó a llamarse para los restos ‘Juan Pérez Silva‘ Nadie sabe con exactitud ni el día ni el lugar donde María fue asesinada, aunque se la ubica con bastante precisión y según testigos a bordo del camión de una ‘saca’ mortal que salió de la cárcel de Paterna, rumbo a ¿Ronda, Tarifa…? en la madrugada del 24 de agosto de 1936.

 

El cadáver de María Silva Cruz no se halló en la fosa de Paterna de la Rivera que se excavó en 2019, tras contrastarse la decena de cuerpos allí hallados con el ADN de Rosa Pérez Gil, nieta de María y de Miguel Pérez Cordón, enfermera en Jerez… y la hija de Juan ‘Sidonio’ Pérez Silva, que vivió en San José del Valle y visitaba el cementerio de Casas Viejas cada 11 de enero para ‘ver a los suyos’. Juan Pérez Silva, que trabajó durante 36 años en la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, recibió sepultura el 1 de noviembre de 2012, Día de Todos de los Santos, sin haber podido encontrar los restos de su madre… ni de su padre: Miguel Pérez Cordón, que trabajó en la prensa republicana en Cartagena intentó escapar de esta ciudad cuando ya llegaban las tropas franquistas, a finales de marzo de 1939… pero acabó abatido a la salida de Cartagena no se sabe bien si por tropas organizadas en un control o por un pelotón de fusilamiento. «No he podido encontrar lo único que queria en esta vida, que era el cadáver de mi madre. Pero no busco a los verdugos, no tengo por qué… he convivido con ellos», declaraba en 2010 Juan Pérez Silva a ‘Andalucía Información’.

 

Antonio Lino Reyes, José Jordán Casas y José Durán Fernández, otros tres vecinos de Casas Viejas que combatieron en el bando republicano durante la Guerra Civil, no sobrevivieron a los horrores del campo de concentración nazi de exterminio en Mauthausen-Gusen. El pueblo les dedicó una estela de recuerdo, cuya fotografía adjuntamos, cerca de la dedicada al ‘Jornalero’, bajo versos de Miguel Hernández
Catalina Silva Cruz, hermana menor de María ‘La Libertaria’ y nieta de Francisco Cruz, ‘Seisdedos’ vivió en el exilio en Montauban (Francia), donde murió en 2017… a los 100 años y ocho meses de vida. Montauban, nada menos; el pueblo donde pasó sus últimos momentos… nada menos que Manuel Azaña, con quien Catalina Silva llegó a encontrarse por las calles de Montauban: «Azaña sabía quién era yo; estaba obsesionado con Casas Viejas. Cuando me veía por la calle. me cogía por las solapas del traje y me decía que Casas Viejas era lo que de verdad había acabado con la República. Había perdido la cabeza, deliraba estaba loco. Nunca olvidaré, nunca, lo que le oí susurrar aquella vez que me lo encontré en la calle: ‘Los muertos de Casas Viejas me persiguen’; pero tampoco olvido yo el olor a carne quemada que podía sentirse desde la choza de mi abuelo y la sangre, por todas parte, la sangre», declaró Catalina Silva a ‘El Mundo del Siglo XXI’ (‘con orgulloso acento andaluz’), unos pocos años antes de morir en Montauban. La sangre; por todas partes… la sangre y la locura del presidente Manuel Azaña Díaz.

A.D.I.