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Las tres caras del miedo

Lo que Sánchez ha venido en llamar la “nueva normalidad” no sabe uno si es la “normal anormalidad” o la “anormal normalidad”.

 

Sería allá por el año 1965. Yo tenía unos doce años y era un entusiasta del cine de terror. Me acuerdo que un un cine de verano de mi pueblo, Arjona, el Calatrava, pusieron una película que se me quedó grabada, no por su calidad, sino por el terrorífico impacto que me produjo. Se trataba de una cinta de un mediocre director italiano especializado en peplum, western y vampiros. La peli en cuestión se llamaba “Las tres caras del miedo” (“Black Sabbath”) y constaba de tres episodios independientes uno de los cuales estaba protagonizado por el mítico Boris Karlof. El que más me impresionó fue el tercero titulado “La gota de agua”, basado en un relato de Anton Chejov. En él, en torno a la muerte de una espiritista y el robo de su anillo por una enfermera que acude a amortajarla, una omnipresente mosca y un grifo mal cerrado que deja caer una constante y persistente gota de agua sobre el fregadero, lleva a casi la locura a la protagonista que acaba muriendo de miedo. Se trata de una historia típica de los cuentos de Edgar Allan Poe, y me sirve para trasladarla al tiempo actual donde estamos sumidos en una especie de dictadura del terror.

 

Me explico. No quiero restarle ni un àpice de importancia a la pandemia del coronavirus que estamos padeciendo en todo el mundo, pero me da la impresión de que son muchos los que están aprovechando la ocasión para inyectar en la sociedad global un miedo que les permite aprovechar la ocasión para hace su agosto. Dejando a un lado las diversas teorías conspirativas que han circulado por internet y que culpan a China, a Soros, a Bill Gates o al Club Bildelberg de haber organizado todo este tinglado para cambiar las estructuras sociales y económicas y adaptarlas a sus intereses, lo cierto es que en los últimos meses ha cambiado todo. Lo que Sánchez ha venido en llamar la “nueva normalidad” no sabe uno si es la “normal anormalidad” o la “anormal normalidad”. El caso es que, a partir de ahora, todo va a ser distinto sobre todo en las sociedades en las que, como la nuestra, el contacto humano y las relaciones afectivas son algo intrínseco en nuestra forma de ser y de entender la vida. Sé positivamente que, como ocurrió con la mal llamada gripe española de 1917 que contagió a más de 500 millones de personas y causó mas de 50 millones de muertos en todo el mundo, poco a poco la cosa irá normalizándose y volveremos a las “bullas” de Semana Santa, aunque sea enmascarados como si fuésemos a robarle la cartera al vecino.

 

La primera cara del miedo a la que me refería al comienzo de este artículo la estamos sufriendo en nuestras carnes desde el día 14 de marzo. La gota de agua de todos los medios de comunicación y de las redes sociales sobre la pandemia se ha convertido en una especie de bombardeo incesante, constante y paranoico, que nos ha ido calando los huesos y comiendo el coco y nos ha convertido en sumisos esclavos del poder político. La mascarilla no es sólo un medio para evitar el contagio, es, sobre todo, la imagen de un mundo callado y mudo ante cualquier barbaridad que se le ocurra a los poderes públicos, el estereotipo en el que nos quieren convertir tras habernos analfabetizadoy drogado a través de las televisiones y atado a las normas que ellos quieren imponer en beneficio de unos pocos. Y esos pocos que dominan el cotarro y marcan las pautas por las que debe regirse la sociedad, no nos engañemos, no tienen ideología, no son ni de izquierdas ni de derechas. Su único objetivo es el poder, un poder que casi siempre es económico pero que, en muchos de los casos, también lo es ideológico. Quieren evitar por todos los medios, y poseen muchos y muy poderosos, que el personal piense por sí mismo, que cuestione las decisiones que ellos toman y que proteste o se rebele airadamente contra sus medidas de control .

 

Tras esa primera cara del miedo, experimentada por todos con el confinamiento y con la prisión incondicional en casa durante tres meses en los que salir al super o a comprar el periódico suponía toda una especie de viaje al infierno de Dante, vendrán otras muchas. Ya han dado el primer paso y les ha salido de cine. Ahora sólo basta con amenazar con el rebrote, con volver a manipular las cifras de contagiados y muertos, con advertirnos de que cualquier paso en falso, salida de tiesto o manifestación no deseable, supone no sólo una multa de cientos o miles de euros, sino la acusación de ser los causantes de una nueva oleada que, esperemos que no ocurra, volverá a recluírnos en nuestra celda por otros tres o cuatro meses. Les aseguro que no trato de quitarle importancia a los ocurrido, que sé que esos cientos de miles de afectados y esos casi cincuenta mil muertos españoles, tienen nombres y apellidos, tienen hijos, padres, maridos, mujeres y familiares que ha sufrido en sus carnes el dolor de no poder acompañarles en su último adiós. Por eso lo que más me indigna de todo este trágico asunto es que algunos listillos lo hayan aprovechado para sacar provecho propio y hundirnos, aún más, en la miseria y en el adocenamiento sumiso. Esta es la segunda cara del miedo.

 

Y la tercera, y tan terrorífica como las anteriores, es lo que va a provocar la pandemia en los próximos años. Si el virus se ha llevado por delante a cientos de miles de personas en todo el mundo, la crisis económica que nos espera va a acabar con el cuadro. Ya se están viendo las colas de padres y madres de familia pidiendo comida en las grandes ciudades. Esas colas son sólo el anuncio de lo que va a ocurrir en los meses venideros. Serán millones las familias que acaben en en el paro sin nada que llevarse a la boca, sin dinero para pagar sus viviendas, sin medios para subsistir. Y muchos se verán obligados a acudir a esa especie de auxilio social que se ha inventado en Gobierno progresista con el nombre de salario mínimo vital para tener bajo su manto protector a cientos de miles de españoles sumisos que no cobraban subvención alguna. Bienvenido sea si sirve para salvar vidas, pero que nadie se engañe. Tras esos cientos de euros mensuales hay toda una estrategia gubernamental diseñada por Podemos para tener todo atado y bien atado.

 

Todo está más que controlado. Ya podemos salir a cenar con amigos pero guardando las distancias, sin tocarnos y utilizando las diversas mascarillas (quirúrgicas, FP2, de tela o de diseño) que no acaban de aclarar si nos van a evitar el posible contagio. El miedo, yo diría que el terror, se ha implantado en el seno de nuestra sociedad y tendrá que pasar bastante tiempo para que la nueva normalidad sanchista se convierta en lo que la gran mayoría de los españoles consideramos las verdadera normalidad, recuparar nuestros derechos y libertades, cercenados de raíz por quienes mandan, con la excusa de librarnos de un virus terrorífico. Es lo que hay y espero que o se cumpla el dicho de “lo peor está por venir” porque entonces más nos vale volver a la época de los eremitas. Al menos ellos, solos en el desierto, estaban no sólo libres del posble contagio, sino también de la dictadura de nuestros gobernantes. Y, como cantaba Jennifer López, “…y la vacuna pa cuándo”. Mientras, entonaremos la copa de Marifé de Triana, “miedo, tengo miedo, miedo de abrazarte…”