Hay episodios que España no ha querido digerir porque su digestión supondría aceptar que el racismo también es estructural. Uno de esos episodios fue El Ejido, febrero del año 2000. Otro, más reciente, más encapsulado en la narrativa digital del siglo XXI, se llama Torre Pacheco.
Los dos comparten paisaje —plástico, agricultura intensiva, jornales migrantes— y el mismo sustrato: la construcción del enemigo necesario para tapar el fracaso político de fondo.
Aquella mañana de febrero en El Ejido, tras el asesinato de una vecina a manos de un inmigrante con problemas mentales, no tardó en correr la consigna: “nos matan, nos invaden”. Y quien la hizo correr no fue un cualquiera, sino el propio alcalde: Juan Enciso, militante entonces del Partido Popular, respaldado por Javier Arenas, que llegó a proclamarlo como “el mejor alcalde de España”. Enciso no fue ni moderado ni un moderador. Fue el ideólogo político de la revuelta racista, quien legitimó públicamente las acciones de los vecinos que destruyeron viviendas, comercios, vehículos y agredieron a trabajadores extranjeros.
Aquel alcalde —que años después abandonaría el PP para fundar el PdAL y terminaría imputado y en la cárcel por la Operación Poniente— fue un precursor del populismo identitario que hoy campea a través de las redes y los micrófonos de la ultraderecha. Lo que en 2000 se gritaba en las plazas de El Ejido hoy se difunde desde cuentas anónimas, tertulias de pulsera rojigualda y tribunas institucionales.
Torre Pacheco, julio de 2025. Tras el asesinato de una joven española —supuestamente por un inmigrante sin papeles— se activó el mismo resorte. No hubo manifestaciones violentas en la calle, pero sí una oleada de declaraciones, bulos y tuits que apuntaban no al individuo culpable, sino al colectivo. Y ahí estaba de nuevo el PP —esta vez en la Región de Murcia y en el Gobierno andaluz— dando pábulo, reforzando el marco narrativo del miedo y la criminalización, igual que Enciso entonces.
Como ayer, ninguna palabra sobre la explotación estructural, los pisos patera, los jornales en negro, la sobrecarga que soporta el sistema gracias a esa mano de obra invisible que sí trabaja, sí paga, pero no vota. Como ayer, silencio o complicidad ante los discursos del odio, siempre que sumen en la urna.
Y como ayer, ninguna reflexión política en las filas del PP sobre su responsabilidad en alimentar estos incendios, mientras los demás corren con los extintores. La historia no se repite, pero a veces rima, y esta vez la rima es triste y previsible.
El Ejido fue un espejo sucio en el que nadie quiso mirarse. Torre Pacheco es el mismo espejo, actualizado al siglo XXI, con una capa de niebla digital y más miedo que verdad.
Y la pregunta sigue siendo la misma: ¿cuántas veces más necesitaremos un muerto para que se hable, por fin, de los vivos?