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Los Goya, radiografía de un país enfermo

Debo de tener algún gen masoquista porque soy de los pocos espectadores que aguantan sin pestañear las más de tres horas que dura la anual gala de entrega de los Premios Goya del cine español.

 

Y mira que me aburren, me aburren una hartá. Sólo hay una retransmisión televisiva que supere el tedio de los Goya, el Festival de Eurovisión cuyo desfile de cantamañanas horteras se hace más pesado que unas migas con chorizo.

He de confesar que en la ceremonia de los Goya aguanto estoicamente las burdas pamplinas de los presentadores y los premios “menores” hasta que llega el pseudoprogre de turno, al que han galardonado colectivamente por un corto que nadie ve y que ha sido subvencionado con miles de euros del erario público, y da su mitin político contra el machismo, la ultraderecha, la guerra, o vaya usted a saber qué otra excusa, lanzando las consignas repetidas que casi todos los actores han coreado sobre sus solapas durante la alfombra roja.

Entonces cambio de canal y espero diez minutos a que pase el cansino chaparrón reivindicativo. 

Después, como masoca confeso que soy, vuelvo a la 1 de TVE para continuar mi sufrimiento y cabrearme con los chistes zafios y baratos de nuestros famosos intelectuales de las pantalla grande y pequeña. Destacar sobre todo el emotivo discurso de Jesús Vidal y la actuación de Rosalía.

El despelote de Buenafuente y su señora y el remedo de Groucho Marx por parte del humorista catalán fueron los momentos estelares (adviertan que no digo buenos) de los presentadores en una gala marcada por la batalla para abrir los sobres de los ganadores.

Como apuntaría el director ganador, Rodrigo Sorogoyen, el Goya de honor tendrían que habérselo dado a Pegamento Imedio o a Super Glu por un trabajo bien hecho.

Este año tenía varios motivos para ver la gala de los Goya, el primero que se celebraba por primera vez fuera de Madrid, más en concreto en Sevilla y eso le daba un aire algo nuevo; el segundo que entre las películas nominadas no había, como suele ser habitual, ninguna sobre la Guerra Civil española en la que se mostrara lo malos que habían sido los franquistas y lo buenos que eran los defensores de la II República; y en tercero, que Pedro Almodóvar y Antonio Banderas no optaban a premio alguno, aunque sí que lo hacían, cómo no, la pareja de siempre, los imprescindibles Penélope Cruz y su marido Javier Bardem, unos fijos de este certámen, quienes, esta vez y por extraño que parezca, se quedaron fuera del podium.

Gracias a Dios, este año se han premiado dos pelis que retratan amablemente los valore de nuestra sociedad.

Campeones es un ejemplo del esfuerzo y la solidaridad y está claro que, esfuerzo no mucho, pero España es un de los paises más solidarios de la Tierra en cuanto a acogida, ayuda a necesitados y a donaciones de órganos, por poner algún ejemplo palmario.

Respecto a la otra cinta premiada, El Reino, es también un espejo de la sociedad española actual en la que la corrupción política ha venido marcando los aconteceres habituales de los telediarios, los periódicos y las tertulias.

Casos como los EREs, los puticlubs, la Gürtell, Bárcenas, las tarjetas black, el Palau, los Pujol y un largo etcétera han sido el pan nuestro de cada día.

Lo cierto es que los cinco mil asistentes a la gala de los Goya y los miles de miembros de la Academia suponen una radiografía bastante fiel de la sociedad española. Hay muchos figurones, muchos académicos en paro, muchos frustrados, muchos trincones, muchos progre de biquilla, muchos aprovechados, muchos cantamañanas y algunos excelentes profesionales que suelen mantenerse al márgen de las consignas habituales.

Tan así es que me da a mí que Tezanos hace los sondeos del CIS entre los académicos del cine. Les dice a los encuestadores que se dejen de pamplinas de muestras aleatorias y que se vayan a los “goya” para preguntar a quién van a votar en las próximas elecciones.

Y, claro, después sale lo que sale, que barre el PSOE, que se hunde el PP y que lo que ellos llaman la extrema derecha, está subiendo como la espuma y hay que poner cortafuegos ideológicos y barricadas en las calles para que el “frente popular” de Pedro Sánchez (PSOE, Podemos, ERC, el PNV, los independentistas catalanes y vascos y todo aquel que se quiera apuntar) evite que el “frente reaccionario” de los radicales conservadores (PP, Ciudadanos y Vox) llegue de nuevo al poder y nos puedan quitar las subvenciones. ¡¡¡Faltaría más!!!

Y Sevilla, capital de Andalucía, ha sido por primera vez el escenario de una gala progresista como la de los Goya en una Comunidad, la andaluza, que es un ejemplo del “desastre” que podría suceder dentro de tres meses si no se le pone coto al auge de las derechas, aunque sean millones los ciudadanos que las respalden.

Y es que para la progresía dominante, las elecciones, si las pierde, son como una película condenada al ostracismo que ni siquiera es digna de estar nominada. Para ellos, las únicas películas dignas de llevarse la estatuilla del “cabezón” son aquellas que cantan las excelencias de la Cuba de Díaz Canel, la Venezuela de Maduro, el Irán de Hasan Rouhani, la Palestina de Mahmud Abás o la onírica e inexistente república catalana de Puigdemont y Torra. Es lo que hay.