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Lucha tribal generacional vs democracia intergeneracional

El asalto al poder por los ni-nis

 

La sociedad occidental que aún seguimos construyendo entre todos lleva incrustado el gen de su autodestrucción y de algún modo podría estar atravesando un valle de la muerte, de manera que o apostamos por la inteligencia y la lucidez, trabajando a favor de lo que nos une, poniendo al servicio de nuestros intereses comunes los avances culturales, cientíticos y tecnológicos, o un futuro oscuro le aguardaría a la vuelta la esquina.

La eficacia en el empleo de las herramientas que ofrecen las tecnologías avanzadas es directamente proporcional a la capacidad de gestión de aquellos que están al frente de la organización de nuestra sociedad. Si esta capacidad se viera restringida por decisiones interesadas de determinados colectivos y superestructuras, dicha eficacia no sólo decrecería marginalmente, sino que, tal como está ocurriendo ahora, podría llegar a decrecer hasta seguir una senda de inversión de la misma, volviéndose en contra de los intereses del conjunto de la humanidad, hasta llegar a poner en peligro su propia viabilidad a medio o largo plazo.

Vamos a centrarnos en un fenómeno que ha invadido culturalmente a las sociedades occidentales desde hace pocas décadas: la lucha tribal de las generaciones por monopolizar el poder de adopciòn de las decisiones claves sobre configuración y gestión de la cosa pública, y en buena parte también de  la privada.

De la lucha de clases que clasificaba a los grupos sociales en función de la titularidad de los medios de producción, lo que dio lugar a que la representación política de hecho diferenciara a tales grupos entre los de perfil de izquierda y los de derecha, hemos pasado en el siglo XXI a la lucha identitaria, requebrajando aquel tablero de juego, con el agravante de asociar a cada generación determinadas identidades que son capitalizadas políticamente por algunas opciones electorales. 

Ese momento populista, confuso y difuso, es fruto también de la ausencia de ideas y de utopías que ha caracterizado la aparición de una clase media surgida del estado del bienestar, que no supo apalancar su posicionamiento en la sociedad, acomodándose al espacio de confort que le ofrecía un neoliberalismo ideológico que emergió a partir de los años ochenta del siglo pasado, dando lugar dos décadas después a la pérdida de su poder ponderado en la sociedad como consecuencia de una crisis inducida que comenzó cuando se pinchó la burbuja que representaba uno de sus pilares: las hipotecas que les permitieron convertirse en propietarios de sus propios inmuebles. 

El origen de la degeneración del sistema político más justo y equitativo conocido hasta ahora, es fruto del agotamiento de las ideas de los dos principales corrientes del pensamiento democrático: el liberalismo y la socialdemocracia. Ambos se han visto oscurecidos por una etapa superior que los ha puesto en cuestión: el neoliberalismo y el comunismo.

En este totum revolutum, ha aparecido otra hidra que está haciendo un daño gravísimo a la democracia: la lucha generacional, no pocas veces confundida interesadamente con la regeneración de la cosa pública. Una falacia de la que se valen tanto los populismos de derecha, como los de izquierda, y que ha acabado siendo integrada y puesta en práctica también por las organizaciónes políticas tradicionales. Hay una razón de fondo relativamente fácil de identificar: una sociedad colectivizada según la cual a partir de una determinada edad cronológica las personas se convierten en elementos pasivos de la misma, desconectándoles de lo que es esencial para el humano: trabajar su capacidad cognitiva.  

En este contexto, se ha apropiado del poder de la sociedad la generación posiblemente menos preparada de las últimas décadas, la generación X, que como muestra de dicho déficit lo primero que ha hecho es monopolizarlo con el consiguiente derroche para la sociedad, expulsando a los que estaban en posesión del doble valor conocimiento- experiencia, y taponando a la generación millennial que es la que controla en la práctica la herramienta fundamental que potencia el conocimiento hoy más que nunca: la tecnológica.

Tan negativo para la sociedad sería una gerontocracia, como una boomercracia, como una millenialcracia, como el monopolio actual por parte de los X. La eficacia de la que podríamos disfrutar todos, tanto como sociedad, como individualmente, sería mucho mayor en una democracia intergeneracional y holística, esto es, con la participación debidamente configurada y ponderada de todas las generaciones, y abordando decisiones no condicionadas por luchas identitarias.

Hay que racionalizar la participación activa de las diversas generaciones en la gestión organizativa de la sociedad como parte esencial del imprescindible proceso de regeneración de unos principios éticos que deberíamos aspirar a integrar en una Carta Magna universal.

La lucha tribal generacional no deja de ser una falacia que al final beneficia a unos pocos y favorece el control del poder por los menos capaces, primando las emociones sobre la ciencia y remando a favor de una servidumbre cibernética a la que las grandes tecnológicas pretenderían someter a la mayoría de los ciudadanos. Aunque parezca una contradicción, en una sociedad tal como está hoy configurada, políticas como la del ingreso mínimo vital favorecen la llegada de la ciberesclavitud y forman parte de una alianza fatídica de hecho entre los movimientos populistas y el gran poder tecnológico. 

No es raro oír quejas de los populistas sobre las generaciones de los mayores descartando su coparticipación en el poder de la sociedad e incluso llegando a cuestionar sus aportaciones en el pasado, recordemos el caso de la Constitución de 1978, de manera que indirectamente promueven la aceleración de su desaparición al ser un target que representa un coste para los jóvenes que son los que en cada momento participan más en la financiación de sus pensiones. 

Estamos, pues, ante un nuevo paradigma de la lucha de clases. Jóvenes de clase media contra sus ancestros por razones no tanto culturales, como económicas, en el contexto de un nuevo escenario condicionado por el mundo digital. Adolescentes con complejo de Peter Pan en su forma de ser, aunque su entorno les obligue a comportarse como adultos en sus obligaciones del día a día, que se consideran víctimas de las generaciones anteriores, especialmente de la fronteriza superior, la de los ni-nis, la generación X, y en parte no no les falta razón ya que están mucho mejor formados que ellos, pero se les está hipotecando el acceso a una experiencia que les garantizaría su madurez profesional y social.

¿Quién, o quiénes son los principales responsables? Esta es la gran cuestión que debería ser estudiada por foros intergeneracionales e inclusivos, que abordaran sus tareas en formato holístico y de partenariado público- privado. Nos estamos jugando el ser o no ser de un modelo cultural milenario, el occidental.

Mentiría si afirmara que todo lo anterior es nuevo, pero no creo hacerlo si sostengo que el intenso y acelerado avance tecnológico provoca que la pugna generacional habitual de nuestra sociedad está alcanzando hoy el rango de una verdadera lucha de clases en la que, contradictoriamente, el poder fáctico lo detentan los ni-nis de la generación X, pero el poder del conocimiento está colectivamente en manos de los mayores y de los millennials. 

 

elmundotraslapandemia@gmail.com

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