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Momento revolucionario: la Ilustración tecnológica y el eclipse de la política tradicional

Una mirada crítica y transdisciplinar sobre el deslizamiento del liderazgo político  en la era de la ilustración tecnológica

 

Decía Zygmunt Bauman, y no le faltaba razón, que no estamos viviendo una época

de cambios, sino un cambio de época. Atravesamos un momento histórico que

desafía los marcos tradicionales del análisis político, económico y cultural. Las

herramientas con las que solíamos interpretar la historia ya no nos sirven, no

porque hayan caducado del todo, sino porque los objetos que intentan describir se

han transformado radicalmente.

Asistimos a una revolución silenciosa, profunda, quizás la más trascendental de la

historia moderna, una que no nace de la voluntad de los políticos o sus partidos, ni

de las masas organizadas como parte de la sociedad civil, ni siquiera de las élites

ilustradas del pasado. Por primera vez, la revolución está siendo gestada por

fuerzas más impersonales pero no menos decisivas: el avance exponencial de la

ciencia y la tecnología, y su implementación disruptiva en todos los órdenes de la

vida cotidiana de los humanos.

En este contexto, la política tradicional ha quedado desplazada, casi marginada.

Por primera vez en la historia, el liderazgo transformador no emana de los

gobiernos, sino de una constelación de actores no estatales: grandes

corporaciones tecnológicas, centros de investigación, movimientos ciudadanos

digitales y comunidades descentralizadas que escapan a los cánones clásicos de

la representación. Estamos ante una suerte de Ilustración tecnológica, un nuevo

ciclo civilizatorio en el que la racionalidad ya no está organizada en torno al

Estado-nación, sino al código, al algoritmo, al conocimiento distribuido y la

inteligencia artificial.

 

El eclipse de la política tradicional

 

Las instituciones políticas creadas para resolver los problemas de una etapa

reciente ya no son capaces de afrontar los desafíos de un presente que es la

antesala de un futuro próximo.

Durante las últimas décadas, la brecha entre las expectativas de la ciudadanía y la

capacidad de respuesta de las instituciones democráticas ha crecido de forma

alarmante. A esta distancia se le viene conociendo comocrisis de representación”,

pero lo conceptual ya no basta. La democracia liberal se ha deslizado hacia una

forma vacua de ritualismo electoral, mientras los verdaderos centros de poder,

tanto económicos como tecnológicos, están migrando hacia otros territorios,

tangibles e intangibles, fuera del alcance de las cámaras de representantes y de

los partidos.

La pandemia de la COVID-19 fue una epifanía en la que quedó claro que la ciencia

y la cultura, eran las únicos capaces de proveer respuestas eficaces a la

emergencia, mientras las Instituciones, atrapadadas en la lógica del corto plazo, el

marketing y la rentabilidad electoral, se limitaron a improvisar y poco tiempo

después se olvidaron de que la aparición de cisnes negros era posible y que la

razón nos dice que lo harán cada vez con más frecuencia en un futuro próximo.

Pero, como ya advirtió el filósofo alemán Peter Sloterdijk, las democracias

contemporáneas han mutado en democracias del espectáculo, donde la gestión

del tiempo real se impone sobre la construcción de futuro”.

Lo que estamos presenciado no es solo una incompetencia coyuntural de los

actores de la politica, sino la evidencia estructural de que sus élites ya no están en

condiciones de liderar el curso histórico. El centro del poder ha mutado hacia una

esfera tecnoeconómica donde las decisiones que afectan a miles de millones son

tomadas por plataformas digitales cuya lógica es más matemática que política.

 

El populismo como síntoma y no como causa

 

El populismo no es una patología de la democracia, sino el síntoma más elocuente

de cuando esta fracasa en cumplir sus promesas, sostenía Chantal Mouffe. Frente

al vacío de liderazgo, los populismos de ambas orillas encontraron una ventana de

oportunidad y no porque estuviesen proponiendo soluciones genuinas para el

cambio de era, sino porque están canalizando la frustración colectiva ante una

política profesional que ha perdido el control y la legitimidad. El populismo actúa

como un fenómeno parasitario que se nutre del fracaso del liberalismo

tecnocrático, sin ofrecer una visión alternativa clara.

Sin embargo, el peligro no está tanto en el populismo como en su convergencia

con ciertos sectores del poder económico y tecnológico. Empresas de alcance

global como las BroTech han comprendido que ciertas formas de autoritarismo

paleoconservador” les ofrecían ventajas: menos regulación, debilitamiento

sindical, control de la información y los datos y desarticulación del poder público.

Esta alianza perversa está dando lugar a una nueva configuración geopolítica a la

que podríamos denominarlatecnoautoritarismo”.

En países como España, esta lógica se expresa de forma particular. Tras la

Transición, la sociedad civil que había jugado un papel muy activo y articulador

durante el tardofranquismo, fue progresivamente desarticulada por los partidos,

que optaron por estructuras verticales y clientelares. El 15M fue un intento

espontáneo de recuperar esa voz ciudadana, pero su derivada institucional,

Podemos, pronto quedó atrapada por las mismas dinámicas de poder que

pretendía combatir.

 

Ciencia, cultura y nuevo sujeto político

 

En el futuro, el analfabeto no será el que no sepa leer, sino el que no sepa

aprender, desaprender y reaprender, sostiene Alvin Toffler. Lo que nos exige esta

nueva era no es un simple ajuste de las instituciones existentes, sino un cambio

radical en la epistemología del poder. La gestión de la cosa pública” ya no puede

descansar exclusivamente en manos de profesionales del derecho, de la

economía o de burócratas de carrera. La complejidad del mundo contemporáneo

demanda la incorporación directa de científicos, intelectuales, miembros de la

cultura, humanistas, tecnólogos, filósofos y artistas a la arquitectura institucional.

El filósofo Edgar Morin nos advertía que vivíamos una crisis de la inteligencia”, en

la que nuestras formas de pensar fragmentadas ya no servían para abordar

problemas sistémicos. La política debe ser repensada desde una lógica

transdisciplinar y holística que integre la ética, la ecología, la biotecnología, la

inteligencia artificial y la justicia intergeneracional. Sin esta reformulación, corremos

el riesgo de una gestión ciega del cambio que conduciría a un nuevo tipo de

totalitarismo, el algorítmico.

Además, el paradigma fordista que todavía rige nuestras relaciones laborales,

educativas y sociales resulta hoy completamente obsoleto. La organización

generacional de la vida, estudiar-trabajar-jubilarse, está siendo desbordada por las

dinámicas de aprendizaje continuo, automatización, longevidad creciente y

economías digitales. No replantear estas bases es perpetuar un conflicto

intergeneracional que está erosionando la cohesión social y provocando una mayor ineficiencia en la gestión de la cosa pública.

 

Hacia una democracia tecnocomunitaria

 

La democracia no es simplemente el gobierno del pueblo, sino su capacidad para

autogobernarse en condiciones de libertad,  equidad, justicia, solidaridad e

inclusividad de la diversidad. El momento revolucionario que vivimos es paradójico:

disponemos del mayor acervo de conocimiento científico y tecnológico jamás

alcanzado, y sin embargo nuestras estructuras políticas siguen ancladas en

moldes propios del siglo XX, e incluso del XIX. Nuestro desafío consiste en

convertir ese conocimiento en inteligencia creativa orientada hacia el bien común

en el marco de una auténtica democracia.

No se trata de negar su papel a los partidos, sino de forzarlos a evolucionar. El

futuro de la democracia pasa por una hibridación entre participación ciudadana,

deliberación informada y gobernanza tecnológica. Esto implica rediseñar nuestras

instituciones, pero también educar a las nuevas generaciones en el pensamiento

crítico, la alfabetización digital, la ética científica y una concienciación para la

gobernanza planetaria.

Una nueva ilustración es posible, pero esta vez no liderada por una élite como en

el siglo XVIII, ahora el sujeto ilustrado sería la ciudadanía hiperconectada,

formada, consciente y dispuesta a recuperar el control cognitivo de su destino.

Como advertía Michel Foucault, donde hay poder, hay resistencia”, y esa

resistencia hoy puede expresarse en forma de innovación social, comunidades

tecnológicas, ciencia abierta y estructuras degobernanza distribuida.

Estamos ante un momento decisivo, caldo de cultivo para la aparición de los

monstruos gramscianos. Pero, la historia no avanza nunca de manera lineal y el

resultado de este nuevo ciclo civilizatorio no está garantizado, por lo que podría

desembocar en una era de emancipación o bien de control totalitario, todo

dependerá de nuestra capacidad para reinventar lo político, recuperar la soberanía

cognitiva y reconstruir un nuevo contrato social a la altura del nuevo paradigma.

No basta conque todo cambie para que todo siga igual, se impone una

transformación profunda y sostenible del modo en que pensamos y nos

organizamos y en el que gobernamos nuestras sociedades, y la

democracia, si queremos que sobreviva, debería subirse a bordo de la revolución

tecnocientífica, no como pasajera de tercera clase, sino liderando su propio

destino.

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