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Pedro I “El resilente” y Pablo II “El oclócrata”

¿Y qué coño es la oclocracia? Es un concepto que definió Polibio en su teoría de la anaciclosis.

 

Si de algo nos ha servido la puta pandemia es para ampliar nuestros conocimientos. Y no me refiero sólo a los conocimientos médicos, sino a los científicos, los geográficos, los matemáticos, los políticos y los de nuestro propio lenguaje, el castellano, tan denigrado ultimamente dentro y fuera de nuestras fronteras. Nos estamos convirtiendo en enciclopedias andantes y confinadas como si formáramos parte de una inmensa biblioteca. ¿Se acuerdan del vocablo procrastinar que tan de moda puso Rajoy? Significaba posponer o aplazar tareas, deberes y responsabilidades por otras actividades irrelevantes. Nadie sabía su significado hasta que los tertulianos, expertos en ese idioma singular y propio que es el “tertulianés”, lo sacaron a colación y ya todo el mundo aprendió a utilizar lo de la procrastinación y sus nefastas consecuencias. Consecuencias que, visto lo visto, están provocando el desmantelamiento del sistema de monarquía parlamentaria que nos dimos los españoles en referéndum hace cincuenta años y que tan bien nos ha ido.

 

Ahora surgen nuevos vocablos, y no me refiero a la invasión de miles de anglicismos que sufrimos gracias a internet y las redes sociales, ya saben “influencers”, “youtubers”, “instagramers” y demás patuleas que nos machacan el idioma, que van a llegar a formar parte de nuestro vocabulario habitual gracias a unos medios de comunicación que, cada día más, son la voz de su amo y un altavoz y una fábrica de hacer tontos digitales. Como ejemplo voy a citar dos palabras que se están colando estos últimos días en nuestras vidas y que se convertirán en habituales en nuestro lenguaje coloquial en menos que cante un gallo.

 

La primera es “resiliencia” (no confundir con residencia ni con resistencia) que el Gobierno de Pedro y Pablo la han puesto tan de moda que han creado hasta un Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia que, como ya es habitual, no servirá absolutamente para nada sino para colocar a unos cuantos y cuantas de la cuerda del PSOE y Podemos y repartirse los 72.000 millones de Europa en sus interesados caprichos. Como imagino que ya sabrán, y si no aquí estoy yo para explicárselo, la resiliencia consiste, según el dicionario de la RAE, en la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas, o sea, la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas y adaptarse a ellas con resultados positivos. Vamos, un retrato de lo que nos está pasando a los españoles con la puta pandemia del coronavirus y la nefasta gestión del Gobierno de Pedro y Pablo. Los españoles, que en esto de la política solemos ser bastante sumisos, nos estamos convirtiendo, sin saberlo, en unos resilientes del carajo, en unos corderitos que se contentan con el pienso que les da el Gobierno y no se plantean exigir más derechos. Pan y circo, “Panem et circenses” que decía los romanos. Aguantamos carros y carretas sin rechistar mientras medio país está confinado, otra buena parte enterrado por el coronavirus y el otro medio asustado por lo que puede pasar este otoño e invierno cuando llegue el frío y la gripe y las trágicas consecuencias económicas que este año arrastra y que pasará factura los venideros.

 

Esta resiliencia nos lleva al segundo vocablo que estos días inunda las redes y el whatsapp, la “oclocracia”. Alguno de ustedes, que no es politólogo como los dirigentes de Podemos y los contertulios de la cuerda, se preguntará, ¿y qué coño es la oclocracia? Es un concepto que definió Polibio en su teoría de la anaciclosis. El historiador griego coloca la oclocracia (el poder de la turba) como una degeneración de la democracia. Para él, la monarquía puede degenerar en tiranía, la aristocracia en oligarquía y la democracia en oclocracia a causa de la demagogia de los dirigentes políticos. Es, por lo tanto, un tipo de gobierno sustentado en el poder numérico de la muchedumbre e implantado sin restricciones en perjuicio del resto de la población. Tanto Maquiavelo como Rousseau definieron la oclocracia como uno de los peores sistemas posibles, una degeneración de la “voluntad general” que pasa a ser la “voluntad” de algunos que dicen representarla. ¿Les suena de algo? Nada nuevo bajo este sol otoñal que aún calienta nuestras calles. Nada nuevo mientras contemplamos como nuestros dirigentes se destrozan aludiendo a esa voluntad popular que dicen representar o, lo que es aún peor, tratan de destrozar nuestras instituciones alegando que han quedado obsoletas. Se está viendo venir. Poco a poco, los tres poderes en los que se basa el sistema democrático, están siendo acaparados por el Ejecutivo. Como en el juego del “come cocos”, socialistas y podemitas hecen causa común para recortarclos poderes equilibrantes del Parlamento (Legislativo) y de la Justicia (Judicial), y transformar una sociedad de tolerancia, libertad, paz y progreso en un remedo de república bananera donde el órdeno y mando del líder de turno se convierta en alatavoz de los deseos y aspiraciones de todos los ciudadanos. Qué quieren que les diga. A mí todas estas maniobras orquestales en la oscuridad de los hombres y mujeres de Pedro y Pablo, de la Lastra y el Echenique, me recuerdan, y mucho, a la España de la pasada dictadura. Pero, eso sí, dirigida por unos personajes resentidos y malvados que se creen tocados por el aura de Espíritu Santo en forma de la cabeza barbuda  de Marx. Habrá que atarse los machos, con perdón, para aguantar lo que se nos viene encima. ¡Qué les sea leve!