The news is by your side.

Polarización, un constructo de la narrativa populista

Una trampa tendida a la democracia sobre una realidad inexistente

En las últimas décadas, el término polarización se ha convertido en una de las categorías más repetidas en el análisis político contemporáneo. Gobiernos, medios de comunicación, académicos y ciudadanos parecen coincidir en que vivimos un tiempo marcado por la fractura social, el enfrentamiento ideológico y la imposibilidad de consensos. Sin embargo, lo que suele presentarse como un hecho estructural y objetivo podría no ser más que un constructo narrativo: una ilusión discursiva promovida por los populismos y amplificada por medios y redes sociales.

La tesis que aquí se defiende es clara: la polarización no existe como fenómeno real y masivo en las sociedades democráticas contemporáneas, se trata de una estrategia discursiva de los populismos que busca movilizar emociones, dividir a la ciudadanía en bandos y consolidar el poder de quienes la promueven.

Una de las pensadoras más respetadas del siglo XX, Hannah Arendt, advertía en “Los orígenes del totalitarismo” que la mentira organizada tiende a destruir el sentido común de los ciudadanos, es decir, la confianza en la realidad de su propio mundo. En este sentido, la polarización opera como una mentira organizada: no describe el estado real de la sociedad, sino que lo deforma, amplificando las diferencias y ocultando los amplios espacios de convivencia pacífica y cooperación que siguen caracterizando a las democracias liberales.

 

Populismo y simplificación binaria

El populismo, tanto de izquierda como de derecha, se construye sobre un mecanismo recurrente: la simplificación de la complejidad social en un relato binario. Pueblo contra élite, nación contra enemigos externos, ciudadanos auténticos contra traidores internos. El padre del populismo moderno, Ernesto Laclau, explicó este fenómeno como una forma de articular demandas dispersas bajo un significante común. Para él, el populismo no refleja la realidad, sino que la construye en torno a un antagonismo central.

Esa construcción binaria permite ofrecer respuestas inmediatas a problemas estructurales, pero al mismo tiempo convierte el espacio político en un escenario de suma cero: todo se reduce a ganar o perder, a ser amigo o enemigo. En su momento, Giovanni Sartori subrayaba en su momento que la democracia, en cambio, es un régimen de ingeniería lenta: su lógica no es la del conflicto total, sino la de la transacción y el compromiso”. La polarización, en consecuencia, es un artificio que distorsiona la esencia misma de lo democrático.

 

La percepción de fractura frente a la realidad social

Los estudios empíricos desmienten la narrativa de la polarización absoluta. En encuestas internacionales, como las de Pew Research Center o el European Social Survey, la mayoría de ciudadanos de democracias consolidadas se sitúa en posiciones moderadas o intermedias en la escala ideológica, y no en los extremos y para algunos autores las democracias prosperan porque la mayoría de los individuos posee orientaciones mixtas y pragmáticas, lejos de los radicalismos.

Sin embargo, lo que se percibe socialmente hoy es otra cosa. Los medios de comunicación, especialmente las redes sociales, amplifican las voces extremas. Según Cass Sunstein, los algoritmos digitales premian la confrontación y generan cámaras de eco donde los ciudadanos solo escuchan lo que refuerza sus prejuicios. En este contexto, la polarización no es un dato, sino una percepción inducida.

El sociólogo español Manuel Castells lo formula con meridiana claridad cuando sostiene quelo que no existe en el espacio mediático tiende a no existir en la mente de los ciudadanos”. La sociedad polarizada” es, en gran medida, un producto del relato mediático y de la repetición discursiva de los populismos.

 

La raíz religiosa del pensamiento polarizador

El éxito del discurso polarizador no es casual. Responde a una herencia cultural profunda: el pensamiento binario propio de las religiones monoteístas. Cielo e infierno, salvación y condena, verdad y herejía, durante siglos, la vida comunitaria se articuló en torno a categorías excluyentes y Carl Schmitt tradujo esta lógica al terreno político con su célebre distinción entre amigo y enemigo.

El populismo contemporáneo hereda esta tradición y la actualiza: los sistemas digitales se alimentan de la confrontación polarizada, porque el conflicto genera más interacciones, clics y datos. Así, la religión del pasado y los algoritmos del presente convergen en un mismo resultado: reforzar la ilusión de una sociedad escindida en bloques irreconciliables.

 

La trampa para las democracias

El verdadero peligro no es la polarización en sí, sino que las democracias acepten el relato populista como si fuera real. Cuando los partidos tradicionales adaptan sus discursos a la lógica del enfrentamiento binario, legitiman a quienes dominan ese terreno: los populistas. El resultado es que, paradójicamente, quienes más se benefician de la polarización” son aquellos que la inventaron.

Estudiosos relevantes sostienen que la democracia no consiste en eliminar las tensiones, sino en gestionar las diferencias de manera constructiva. Convertir esas diferencias en polarización equivale a entregar la iniciativa política a los actores que se presentan como los únicos capaces de ofrecer autenticidad. En ese contexto, los partidos tradicionales parecen imitadores sin credibilidad.

 

EE. UU. y Europa

El caso de Estados Unidos es paradigmático. Se habla de una nación profundamente polarizada, dividida entre rojos y azules. Sin embargo, investigaciones como las de Morris Fiorina en “Culture War? The Myth of a Polarized America”, muestran que la mayoría de los ciudadanos mantiene posiciones moderadas en temas clave. Lo que existe es una polarización de élites, amplificada por los medios y convertida en espectáculo político.

En Europa ocurre algo similar. La narrativa populista ha calado en países como Italia, Francia, Hungría o España, donde el discurso político se formula en torno a antagonismos irreconciliables. Sin embargo, los indicadores de cohesión social, cooperación económica y confianza interpersonal no muestran fracturas tan radicales. La polarización es más visible en el parlamento y en Twitter que en los barrios y en los lugares de trabajo.

 

Polarización como obstáculo a la Ilustración tecnológica

El mundo actual se encuentra inmerso en lo que algunos llaman la Era de la Ilustración Tecnológica, caracterizada por el acceso sin precedentes a la información, la innovación científica y la interconexión global. En este contexto, el populismo no es rebelde ni transformador, al contrario, es profundamente regresivo. Alimenta un relato binario propio de sociedades premodernas y bloquea la capacidad de afrontar problemas complejos, tales como el como el cambio climático, la desigualdad global o la gobernanza de la inteligencia artificial, que requieren cooperación más que confrontación.

No en vano, Edgar Morin insiste en que la complejidad de los problemas contemporáneos exige abandonar las lógicas binarias y aprender a pensar en la pluralidad y la incertidumbre”. La polarización, al simplificar en exceso, constituye una amenaza directa a esa capacidad de pensamiento complejo.

 

Más democracia como antídoto

Siendo la polarización un relato populista, el antídoto no consiste en reforzar la narrativa del conflicto, sino en profundizar en la calidad democrática. Esto implica varias estrategias:

1. Reforzar la deliberación pública: espacios de debate donde prevalezca la conversación y el intercambio racional, no la descalificación inmediata. Según Habermas, son necesarios procesos comunicativos orientados al entendimiento, no a la victoria retórica.

2. Apostar por políticas públicas basadas en evidencias: evitar que la agenda se construya en torno a percepciones ficticias y focalizarse en datos verificables.

3. Educar en cultura cívica: enseñar que el disenso es parte natural de la democracia y no una amenaza. La fuerza de las democracias no reside en la ausencia de conflictos, sino en la capacidad de resolverlos pacíficamente, opinaba Tocqueville.

4. Neutralizar el relato mediático: promover alfabetización digital y transparencia algorítmica para que los ciudadanos reconozcan cómo se fabrican las burbujas polarizadoras.

En resumen, la idea de que vivimos en sociedades polarizadas responde más a una construcción discursiva que a una realidad sociológica. La polarización es una trampa populista que fuerza a los ciudadanos a percibirse como enemigos irreconciliables, cuando en realidad comparten espacios de convivencia, intereses comunes y experiencias cotidianas de cooperación.

El desafío de las democracias no es superar una división inexistente, sino resistir al relato que intenta imponerla como verdad. La mejor respuesta es más democracia: más deliberación, más participación, más respeto a la pluralidad. Frente al mito populista de la polarización, conviene recordar que la diversidad y el disenso no son debilidades, sino la esencia misma del proyecto democrático.

#plumaslibres