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Revoluciones de andar por casa

Los españoles somos más de motines y algaradas callejeras para andar por casa.

 

El pasado confinamiento me ha obligado a echar mano a mi biblioteca y recuperar algún libro que creía perdido. Entre estos me encontré uno de Pierre Vilar publicado en Revista de Occidente sobre el Motín de Esquilache. Y como dice el dicho que “aquel pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”, la algarada de marzo de 1766 bajo el reinado de Carlos III me trae a la memoria que, mientras que franceses, ingleses, rusos o americanos son capaces de llevar adelante revoluciones políticas y sociales capaces de cambiar la historia, los españoles somos más de motines y algaradas callejeras para andar por casa. Somos, como nos ha definido alguien, “revolucionarios de barra de bar”. Y así nos va. Si en Francia la Ilustración dio lugar a la Revolución de 1789, aquí, sólo provocó algaradas populares que, como viene siendo habitual, acabaron en aguas de borrajas. Un cese oportuno acabó con la revolución. Eso o conseguir que los líderes revolucionarios se coloquen a la sombra del poder, como está ocurriendo ahora con los muchachos de Pablo Iglesias. Muerto el perro, se acabó la rabia.

 

La excusa esgrimida en 1766 que dio pie al llamado motín de Esquilache fue, salvando las distancias históricas, algo parecido a lo que nos está ocurriendo ahora con las mascarillas obligatorias de la pandemia del coronavirus. Lo mismo, pero al contrario. Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, ministro italianizante de Carlos III, propuso la modernización de un Madrid deprimido y anclado en el antiguo régimen y, entre otras medidas de obras públicas de caracter higiénico, dictó un bando prohibiendo y erradicando el uso de la habitual capa larga y el chambergo para evitar la facilidad de esconder armas e impedir la comisión de delitos. Esa era la excusa. La verdad es que se trataba de una guerra de clanes (ensenadistas, albistas, arandistas, jesuitas) para hacerse con el poder. Eso, y la extrema pobreza provocada por el aumento desmesurado del precio del pan, provocó que miles de personas se echasen a la calle tanto en Madrid como en otras provincias de España, poniendo en peligro a la propia monarquía borbónica. Vean lo que decía un pasquín aparecido en una calle de Madrid durante el motín: “Yo, el gran Leopoldo Primero, Marqués de Esquilache Augusto, rijo la España a mi gusto y mando en Carlos Tercero. Hago todo lo que quiero, nada consulto ni informo. A capricho hago y reformo, a los pueblos aniquilo. Y el buen Carlos, mi pupilo, dice a todo “¡Me conformo!”. Valos, la similitud del antiguo Marqués de Esquilache con el actual líder de Unidas-Podemos, Pablo Iglesias, Marqués de Galapagar, llama poderosamente la atención.

 

Resulta curioso que doscientos cincuenta años después de aquel motín que anunciaba posteriores revoluciones europeas, sea ahora el Gobierno de progreso social-comunista, quien nos obligue a os españoles a cubrirnos la cara como si fuésemos una banda de atracadores con la mascarilla con el fin de evitar la propagación del coronavirus. No me extraña que holandeses o suecos, tan responsables ellos, confundan a nuestro presidente, Pedro Sánchez, con Billie el Niño y al vice Pablo Iglesias con el Tempranillo, y no quieran soltar un euro sin que justifiquemos en qué nos lo vamos a gastar. Quienes les damos la razón a los llamados “países frugales” no estamos en contra de España, como afirman los socialistas, estamos en contra de que se dilapiden miles de millones de euros en medidas populistas encaminadas únicamente a sacar votos partidistas. Ya veremos si esos140.000 millones de euros que Europa nos acaba de conceder en ayudas directas y en préstamos no nos cuestan a corto y medio plazo a la clase media española un recorte de sueldos y pensiones por incumplimiento del contrato por parte del “Gobierno del progreso”.

 

Y es que tal y como está el panorama nacional con los brotes, rebrotes y contaminaciones varias, la cosa pinta regular tirando a mal. Casi nadie pone en duda que en otoño tendremos una nueva pandemia similar o incluso peor a la de la pasada primavera. Y esperemos que Sánchez y sus “simones” asesores  científicos sean capaces de anticiparse sin tener que recurrir a un nuevo confinamiento total por otros dos o tres meses. Y sin que se vuelvan a colapsar hospitales, UVIs y cementerios. La experiencia sufrida en este perdido 2020 debería servirnos a todos, Gobierno progresista incluído, a sentar las bases para que no se repita el caos sanitario, social y económico en el que nos hallamos sumidos. Ya tenemos dinero para volver a relanzar nuestra hundida economía. Basta ahora con que sepan emplearlo bien y no se lo gasten en dádivas inservibles.

 

Puestos a valorar, me importan poco si los muertos por coronavirus han sido 27.000 como dice Sánchez o 50.000, como afirma el INE. Decía Gabriel Celaya, un autor que no pueden tachar de fascista, en su poema España en marcha, aquello de “Nosotros somos quien somos, ¡basta de historia y de cuentos!, ¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos…¡A la calle! que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo. Españoles con futuro y españoles que, por serlo, aunque encarnan lo pasado, no pueden darlo por bueno…España mía combate que atormentas mis adentros, para salvarme y salvarte, con amor te deletreo.” Léanlo despacio y comparen si las izquierdas del antiguo régimen, ese que Podemos quiere destrozar, son o no más consecuentes ideológicamente que los actuales niñatos que nos representan. Y, no se preocupen demasiado, el Motín de Esquilache no fue sino otro episodio histórico del que casi nadie se acuerda. Lo más que podría ocurrir en estos momentos es el Motín de los Yayos, si al Gobierno del Progreso le da por tocas las pensiones. Ya veremos.