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Sexo, mentiras y chips de móvil

Claro, todo ha cambiado y las cintas de vídeo han pasado a ser ahora chips o tarjetas de teléfonos móviles, pero todo sigue igual.

 

 Los aficionados al séptimo arte recordarán una película de finales de los años 80, dirigida por Steven Soderbergh que fue premiada con la Palma de Oro en el Festival de Cannes y consiguió un oscar al mejor guión original. Su título, que fue reproducido por numerosos columnistas de la época en multitud de artículos era “Sexo, mentiras y cintas de video”, (“Sex, lies and videotape” en original).

 

Han pasado más de treinta años y el título nos sigue sirviendo a algunos como reclamo para retratar situaciones políticas actuales. Claro, todo ha cambiado y las cintas de vídeo han pasado a ser ahora chips o tarjetas de teléfonos móviles, pero todo sigue igual, al menos el sexo y las mentiras están a la orden del día en el 2020 en plena pandemia del coronavirus. Ya han visto lo que le ha ocurrido al vicepresidente Iglesias con la tarjeta del teléfono de la camarada Dina Bousselham, un lío en el que están metidos no sólo los dirigentes de Podemos sino algunos fiscales y abogados de la cuerda que vuelven a poner en duda la supuesta y deseable independencia del poder judicial.

 

De todas formas el escándalo era previsible. No se trata sino de otra (y ya son miles) de las mentiras de este este Gobierno que encabeza el embustero mayor del reino, Pedro Sánchez para quien la verdad resulta una especie de dogma fascista que su mente rechaza de pleno. No hace falta relatar las mentiras que nos ha soltado en el último año, desde su pérdida de sueño con Iglesias a la ignorancia de la pandemia y el número de muertos, pasando por sus acuerdos con independentistas catalanes y filoetarras, porque más que un artículo tendría que escribir todo un libro para recogerlas. Ahí están las hemerotecas para aquel que quiera hacer balance. El caso es que el papel de Pinocho de Sánchez se ve reflejado en el resto de su Ejecutivo y todos sus miembros siguen al pie de la letra la consigna del amado líder y su aúlico consejero Iván Redondo, una mentira tapa la anterior y la siguiente la actual y el caso se olvida pronto, sobre todo si los ciudadanos (y ciudadanas, claro) tienen la escasa memoria de los españoles.

 

Lo que a estas alturas de la película no entiendo es que alguien se escandalice por las triquiñuelas de Pedro, Pablo y compañía. Para mí que es algo más que diseñado por los estrategas del llamado gobierno del progreso. Esto va camino de convertirse a pasos agigantados en un país bananero sin que casi nadie mueva un dedo por impedirlo. Conseguido el poder ejecutivo con pactos espúreos, logrado el control del legislativo con acuerdos vergonzantes, controlado el poder judicial con medidas dictatoriales y domado el cuarto poder (medios de comunicación) con subvenciones y dádivas, sólo les resta dilapidar el cada vez más escaso dinero público en comprar vía “paguitas” a buena parte de un pueblo arruinado por la crisis del coronavirus. Todo está, como decía el denostado dictador fascista Franco, “atado y bien atado” para que España se convierta en la primera república bolivarista de Europa. Ni siquiera el estrepitoso fracaso del Syriza de Alexis Tsipras en Grecia nos ha servido de ejemplo.

 

Cualquiera pensaría que en una sociedad europea y moderna como es la española, estos tics dictatoriales y populistas que mueven al Ejecutivo de Sánchez, serían ampliamente rechazados por buena parte de los ciudadanos (y ciudadanas, claro) que han vivido medio siglo en una democracia que costó sangre, sudor y lágrimas levantar de los restos del franquismo tras la dictadura. Y no es así. Aquí todo empieza a ser relativo. Se ve como algo normal que unos individuos “okupen” tu casa si te vas un fin de semana fuera y que, avisada la Policía, no sólo no los echen sino que al final quien acaba detenido en la Comisaría eres tú, inaudito, el verdugo se convierte en víctima y la víctima en verdugo con el beneplácito de las instituciones llamadas democráticas; ítem más, está permitido en pro de la libertad de expresión que cuatro cafres quemen la bandera de España o el retrato del Rey o disparen contra Rajoy, ahora bien si lo que se quema o sirve de diana es la bandera republicana, o la imagen de Sánchez, Iglesias o Lenin, se te puede detener por motivos de odio. Ambos hechos son reprobables, sean quienes sean sus autores y sus víctimas ¿Por qué la libertad de expresión ampara a unos y no a los otros? Que alguien me lo explique porque yo no acabo de entenderlo. Como no lo entienden buena parte de los españoles (y españolas, claro) que cada día estamos más aletargados y asumimos con sumisión y desidia las barbaridades de un Gobierno dispuesto a controlarnos hasta la saciedad. Tanto, que pienso que el uso obligatorio de las mascarillas es sólo un primer paso para que todos acabemos uniformados como los miembros de la joven guardia roja de Mao o los bolivarianos de Maduro. 

 

Y esperemos que los numerosos brotes aislados de la pandemia en casi todas las comunidades españolas se queden en eso, en brotes controlables, porque una nueva oleada de coronavirus podría suponer la implantación de un nuevo estado de alarma que es lo único que necesita el “gobierno de progreso” para acabar con el cuadro e imponer su pretendida dictadura. Con las señoras colocadas en puestos de relumbrón, los embustes a la orden del día y con nuestros móviles controlados con la excusa de evitar una nueva pandemia, nos espera un otoño de película, pero de película de terror al estilo de “La noche de los muertos vivientes”. Espero equivocarme pero esto lleva camino de tragedia. O si no, al tiempo.