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Tres cosas hay en la vida

Casi sesenta años después retomo la copla porque sigue tan vigente como entonces o si cabe aún más gracias a la pandemia.

 

Permítanme que deje a un lado hoy el desastre sanitario, moral, educativo, político y social al que nos ha llevado este maldito 2020 y me centre en hacer una reflexión sobre esta España que se empeña en destrozar la magna obra  de paz, concordia y desarrollo que hemos forjado durante el último medio siglo. Para ello voy a echar mano de una canción que se hizo popular a mediados de los años 60 del pasado siglo en la versión que cantaban me parece que Cristina y Los Stop y decía algo así como “tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor, y el que tenga estas tres cosas, que le dé gracias a Dios”. Casi sesenta años después retomo la copla porque sigue tan vigente como entonces o si cabe aún más gracias a la pandemia del coronavirus. En estos graves momentos, la salud se ha convertido en el eje de nuestras vidas, la clave, la piedra angular sobre la que gravita nuestro mundo. Y la excusa perfecta esgrimida por los poderes públicos para controlar a la sociedad y conducirnos hacia el desastre total. Las mascarillas ocultan nuestros rostros y nuestros miedos, la distancia social nos aleja de los seres queridos, el continuo lavado de manos no es sino un símil de la podredumbre social y política que hemos alimentado con nuestro conformismo, ensuciando nuestras conciencias. La decadencia de Occidente anunciada por el filósofo alemán Oswald Spengler a principios del siglo XX sigue su inapelable curso hacia el caos.

 

Pero vayamos por partes. Primero, la salud. Creo que ninguno de mis posibles lectores recuerde ni de lejos una situación tan grave como la actual. Una situación en la que nuestro país, todavía llamado España, ostenta récords mundiales de mala gestión. En eso somos especialistas. Hasta ahora nuestros records eran del número de parados. Ahora a éste sumamos el de muertos por coronavirus mientras nuestros dirigentes siguen mareando la perdiz con su república de pacotilla, con el exilio forzado del Rey emérito, con la memoria democrática, con el Valle de los Caídos, con las peleas por controlar Madrid y con una serie de pamplinas con las que pretenden tener entretenido al personal para que éste no proteste por la calamitosa gestión de la pandemia. Mientras ellos se insultan en la Cortes y después se toman amigablemente su cafetito, los ciudadanos están cada día más asustados con los rebrotes temiendo que el invierno se lleve por delante, no sólo a los viejos, sino a media España. De momento, la SALUD, así con mayúsculas, y no la república de Iglesias y Rufián, es el reto primordial que hay que volver a reinstaurar. Una vez conseguido este objetivo, podremos hablar de pamplinas y divagar sobre cortinas de humo. A ver si esta obviedad le entra en la cabeza de una puñetera vez a nuestros políticos.

 

Como consecuencia de la (mala) salud y su desastrosa gestión, viene la segunda premisa de la canción, el dinero. En estos momentos, como no sea que te toque la Primitiva o los Euromillones, el asunto económico está como para salir corriendo con los pocos ahorros que nos quedan. A finales de este fatídico 2020 el paro puede rondar los seis millones de personas y, por mucho dinero que nos inyecte Europa, el desastre económico va a condicionar nuestra vidas y las de nuestros hijos hasta límites insospechados. Comparado con la actual crisis de Sánchez y sus socios de Gobierno, lo de Zapatero va a quedarse en un chiste, sobre todo cuando Europa comience a pedirnos que devolvamos los millones que nos van a prestar y que posiblemente los gaste el Ejecutivo de Pedro y Pablo en conceder dádivas a cambio de votos. Como ocurre con el asunto de la Salud, en lo del dinero los dirigentes españoles lo están bordando. Somos también el país de Europa (otro triste record) en el que más va a caer el Producto Interior Bruto y uno de los más endeudados mientras nuestra principal fuente de ingresos, el turismo, ha quedado segada de raíz por una medidas sanitarias demenciales que han provocado la huída de millones de turistas. Nuestros jóvenes están al borde del abismo y, para terminar de arreglarlo, para darles un último empujón, al Gobierno no se le ocurre otra cosa que dar “aprobado general” a tirios y troyanos. ¡Vivan las caenas!

 

Y por último, el amor. Todos sabemos que los españoles somos la mar de cariñosos. Que, al contrario que los orientales o los anglosajones, aquí nos gusta más un beso y un abrazo que a un tonto un lápiz, que somos de vivir al aire libre, compartir comidas, fiestas y celebraciones y demostrarle al universo que somos los más sociables del mundo mundial. Eso, que era una de las cualidades de la sociedad española que más nos vendía, nos lo acaban de quitar por el procedimiento del tirón. Nada de tocarse y aun menos besarse, nada de compartir plato, nada de cercanía, nada de risas y carcajadas, nada de confidencia y chistes. Con la mascarilla como parapeto y la distancia social como argumento, con la prohibición de reuniones, de fiestas y de conciertos, de partidos de fútbol y de bodas, bautizos y comuniones, han acabado de un plumazo con nuestra proverbial sociabilidad. Ya sólo nos falta que nos prohíban el jamón y la manzanilla para acabar con el cuadro.

 

Ya lo han visto, en éste 2020 hemos perdido las tres cosas más importantes de nuestra vida, la salud, el dinero y el amor. Por desgracia, algunos hemos perdido algo más, familiares y amigos que han sido enterrados en soledad tras semanas en la UVI. Sólo espero que ésto acabe cuanto antes y, aunque sé positivamente que nunca volveremos a ser lo que fuimos antes de este “annus horribilis”, al menos que recuperemos nuestro sentido crítico y nuestra impotente rabia, que es algo que también quieren destruir en esta “nueva subnormalidad” en la que nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino. Por desgracia es lo que hay. Solo cabe pedirle a la virgencita lo del paralítico de Lourdes, ¡por favor, que me quede como estoy!