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Una sociedad gravemente enferma

Estamos sumidos en una espiral de degradación progresiva que nos conduce irremediablemente al abismo.

 Queda algo más de una semana para la nueva cita con las urnas. Otra más en los últimos dos años. Una cita que, si nadie lo remedia, no va a solucionar ninguno de los graves problemas que nos afectan, a saber, la crisis económica, la crisis social y la crisis institucional que amenaza con dar al traste con nuestra cultura, nuestra forma de vivir y nuestra cada día más débil economía. Estamos sumidos en una espiral de degradación progresiva que nos conduce irremediablemente al abismo. Solo basta con observar las prioridades que tiene buena parte de nuestra juventud enfrascada en el éxito fácil promovido por los medios de comunicación, las teles más cutres y las redees sociales. La mayoría de nuestros jóvenes aspiran a ser reconocidos popularmente como un triunfador mediático del Gran Hermano o de MHYV que el de buscar un futuro en la investigación o las universidades. Hay que reconocer que lo primero es mucho más rentable a corto plazo mientras que lo segundo puede llevarte a  morir de hambre.

 

No es de extrañar, por lo tanto, que los universitarios catalanes, apoyados por buena parte de su profesorado opten por una huelga general en defensa de los políticos presos, con acampada de botellona, sabiendo, como saben, que sus examinantes les darán finalmente un aprobado general político por ser los defensores del procés y los adalides juveniles de la nueva hornada del independentismo que sueña alcanzar la anhelada república de los que se lo han llevado calentito a manos llenas como los Pujol y compañía. Los exámenes, el estudio, la responsabilidad, la ley, la constitución, las normas por las que se rigen las sociedades democráticas es algo que se la trae al fresco. A la convivencia ellos oponen sus barricadas de fuego y al diálogo sus adoquines. Pero, al contrario que en el mayo del 68 parisino, bajo los adoquines de la Vía Layetana no está la playa, sino el subsuelo de una Barcelona construída durante siglos por las manos y el sudor de muchos españoles, padres y abuelos de los niñatos del bozal y la sudadera, del ácido y el molotov, que se creen dueños y señores de las calles.

 

Acaba de comenzar la campaña electoral y acabo de recibir en mi casa los sobres de los distintos partidos políticos. Nada nuevo bajo el sol en el caso de los dos mayoritarios, PSOE y PP. Como siempre, sobres con sus siglas y punto. Pero hay dos fuerzas políticas que han vuelto a romper las normas habituales. Por un lado, Unidas Podemos, cuyo sobre resalta en letras rojas un texto que afirma:  “Esta carta no es de un banco…” y, en negro en la cara posterior del sobre: “…y es la única de un partido que no pide dinero a ningún banco”. Sinceramente yo no había visto jamás una declaración de intenciones más falsa que la que hacen los muchachos de Pablo Iglesias en su propaganda electoral. A estas alturas de la película nadie se cree que las campañas de los partidos las paguen sus afiliados por más que lo juren a pies juntillas. Unidas Podemos, como el PP, como el PSOE, como el PNV, como Ciudadanos, como ERC, como Vox y como cualquier hijo de vecino que se presente el 10 de diciembre a las urnas ha tenido que acudir a quienes tienen el dinero en este país llamado España, que no son otros que los bancos. Decir lo contrario es engañar al personal se pongan como se pongan los progres de culo honrao y del chalé de Galapagar. Y por otro lado estan los muchachos de Santiago Abascal que han elegido un sobre bastante particular con la bandera de España ondeando por ambas caras. Hay que reconocerle a la cabeza pensante de Vox que han sabido dar en la diana de sus posibles votantes con la rojigualda como estandarte de sus sobres electorales. Muchos han querido ver en este hecho una utilización partidista de un símbolo, la bandera, que no puede ser utilizado por partido alguno de forma patrimonial. Por más que haya cabreado a los de la Sexta, no parece que haya nada de ilegal en los sobres de Vox, ya que por ninguna parte aparece el nombre del partido. El propio Tribunal Supremo ha admitido que su utilizaciòn en este caso no va en contra de la ley. Así que más vale reconocer que han sabido en esta ocasión dar en toda la diana, le pese a quien le pese. Al César lo que es del César.

 

Pero dejemos a un lado las elecciones del día 10, que ya habrá tiempo para analizarlas y comprobar si van a servir para algo, y vayamos a lo que iba al principio de este artículo, la grave crisis social en la que nos movemos debido, sobre todo, a la paulatina degradación de los valores que han sostenido nuestra sociedad occidental en los últimos siglos. La educación, la democracia, los derechos humanos, la cultura, la religión, el esfuerzo, la disciplina, todos estos valores, herederos de la sociedad greco romana y judeocristiana que ha conformado nuestro mundo, se han ido diluyendo poco a poco por obra y gracia de un falso progresismo que ha ido arrinconando como si fuesen características propias de un conservadurismo ñoño todas aquellas virtudes que han colocado a nuestra sociedad al frente del mundo desarrollado. Un ejemplo paradigmático es el caso de los “okupas”. La propiedad privada es un bien “fascista” que hay que abolir okupando los pisos vacíos, Y la ley, la Justicia y la Policía protege a quienes lo hacen mientras castiga a los propietarios que son las víctimas. Inaudito. El mundo al revés. Hasta, como ya ha ocurrido en algunos lugares, que al personal se le inflen las pelotas y se echen a la calle para tomarse la justicia por su mano. Lo dicho vivimos en una sociedad cada día más enferma y todos debemos de hacer algo por ponerle cura. Menos mal que el temido cambio climático va a devolverle dentro de un siglo la playa a Sevilla. Y no la de María Trifulca sino el lago Ligustino, donde una vez estuvo Tartessos. Ya no tendremos que desplazarnos ni a Sanlúcar, ni a Matalascañas ni al Puerto de Santa María. La playa a los pies del Aljarafe.