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¡¡¡Vivan las caenas!!!

Mucho me temo que la “ola socialista” del 28-A que inundó los sótanos de Génova, puede convertirse el 26 de mayo en un tsunami que acabe de arrasar lo poco que le queda al PP.

 

Este país es la leche en bote. Es como para renunciar a la nacionalidad y hacerse malgache o esquimal. Antes del 28 de abril, hablaras con quien hablaras, currantes en general, empresarios, obreros, periodistas, médicos, funcionarios, agricultores o autónomos, un noventa por ciento de ellos (y de ellas, claro) te reconocían sin dudar que Pedro Sánchez era uno de los peores presidentes que ha tenido España desde que se restauró la democracia y eso que sólo había estado al frente del Ejecutivo menos de trescientos días. Con estas premisas, cualquier analista algo avispado colegía que, aunque pudiera ganar las elecciones generales, tendría que volver a pactar con quienes habían apoyado la moción de censura contra Rajoy para poder gobernar, no digo yo los cuatro años de la Legislatura, pero sí al menos un periodo más amplio que los ocho meses que ha estado gozando del nuevo colchón de la Moncloa y del Falcon. No sé si es que los círculos de los que me rodean son demasiado críticos con la izquierda, pudiera ser, pero les aseguro que esas críticas hacia Sánchez provenían también de buena parte de sus propias filas, de socialistas que ocupan o han ocupado importantes puestos en las distintas administraciones públicas.

 

Ello me da pie para pensar sobre la distinta mentalidad que tienen las derechas y las izquierdas. Mientras las primeras suelen ser autocríticas, autoritarias y autodestructivas con sus propios conmilitones, siendo capaces de cambiar su voto por venganza o por crítica y disolver de la noche a la mañana una formación política con varias décadas de historia; las segundas son pragmáticas y, pese al rechazo que les pueden producir algunos de sus malos líderes, el partido siempre estará por encima de la persona y, a la hora de la verdad, que no es otra que la de acudir a las urnas, aunque sea cerrando los ojos y con cara de asco, meterán la papeleta del PSOE o de Podemos.

 

El ejemplo de lo ocurrido el 28-A es paradigmático, como lo fue el desastre de la UCD de Adolfo Suárez en la primera etapa de la democracia. “Entre todos la mataron y ella sola se murió”, que dice el refrán clásico.

 

Los hechos no sólo han desmentido ese supuesto pensamiento generalizado que parecía flotar sobre buena parte de la sociedad española, sino que han demostrado fehacientemente que “lo peor está por llegar”. Porque lo malo no es que Sánchez haya doblado su número de diputados, lo peor es que ha conseguido, de un plumazo y sin despeinarse, borrar del panorama político al principal partido de la oposición. La culpa no la ha tenido él, sino la propia oposición presentándose dividida ante un electorado al que le ha dado canguelo el terror al superpublicitado fantasma de la ultraderecha. Sánchez ha aprovechado la ocasión para destrozar ese supuesto frente común de PP, Ciudadanos y Vox, que consiguió la derrota histórica de Susana Díaz en Andalucía, haciéndole de paso otro gran favor a sus intereses, y se ha erigido en el supuesto salvador de España, el dique que ha frenado el ascenso imparable del neofascismo en Europa. ¡Ole sus cataplines! Otra cosa no, pero hay que reconocerle a Pedro Sánchez una capacidad de supervivencia que para sí la querría Isabel Pantoja y sus compañeros del “reality” de la isla hondureña de Tele 5. Dadas sus últimas actuaciones en estos días recibiendo en la Moncloa a Casado, Rivera e Iglesias, no me extrañaría nada que soñara en su mullido colchón con ser nombrado Rey republicano o presidente vitalicio de la futura III Republica española. Peores cosas se han visto en estos últimos doce meses.

 

En poco más de dos semanas tenemos una nueva cita con las urnas para elegir alcaldes y representantes en el Parlamento europeo. Esto es el cuento de nunca acabar. Una especie de reválida en la que los españoles tendremos una nueva oportunidad, bien de ratificar la reciente victoria de Julio César Sánchez y sus legiones o de corregir algunos de los supuestos errores cometidos el pasado 28 de abril. Hay que reconocer que estos próximos comicios son distintos, que tienen particularidades propias tanto de carácter personalista por encima de los partidos como de contrapeso en Bruselas a las políticas nacionales. Es cierto, pero mucho me temo que la “ola socialista” del 28-A que inundó los sótanos de Génova, puede convertirse el 26 de mayo en un tsunami que acabe de arrasar lo poco que le queda al PP en Europa y en las principales capitales españolas. Lo sentiría mucho, sobre todo por algunos alcaldes populares que objetivamente lo han hecho muy bien y por ciertos candidatos que son promesas esperanzadoras. Ya veremos si somos capaces de ponerle algún freno tanto a Sánchez como a sus socios que les hagan reflexionar y bajen un poco los exaltados ánimos de los impresentables que siguen con su matraca independentista. Lo dudo, en el fondo, en este país sigue vigente el lema absolutista de hace más de un siglo cuando, Fernando VII, al regreso de su destierro y tras anlar la Constitución de 1812,  numerosos ciudadanos desengancharon los caballos de la carroza real y tiraron de ella al grito de “¡¡¡Muera la libertad y vivan las caenas!!!”, Pues eso. ¡¡¡Vivan las caenas!!!