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Vivimos en la cultura de la ignorancia agresiva

La  soledad puede durar mucho o nada. Si dura nada es un suicidio. Lo contrario es la lucidez.

 

Cuando el escritor por intentar ser popular cae en el  provincianismo aldeano del tópico y lo típico, entonces, es mejor dejar de escribir.  

 

Porque sumirse en la lectura de la personalidad humana y poética de Hölderlin es sentirse envuelto por una luminosidad embriagadora, que irradia su propia luz lírica. Pasión y fuego de un rayo envuelto en la canción y la sensibilidad verso a verso,  desde una independencia irrenunciable de su libertad cantada.

 

La  soledad puede durar mucho o nada. Si dura nada es un suicidio. Lo contrario es la lucidez, la razón de ser y sentir lo que se tiene y comparte.

 

La verdad es que al principio puede resultar extraño para algunos lectores situar una  novela policiaca en las época de la Roma antigua durante el gobierno del emperador Vespasiano. Pero basta simplemente con reflexionar, para que se entienda y se acepte fácilmente esta aventura literaria en la Roma imperial de las grandes conquistas. En la que también había robos, crímenes y no hablemos de fraudes y corrupciones con los correspondientes sobornos a funcionarios y políticos. Esto es lo que nos cuenta Lyndsey Davis en sus novelas.

 

Cuando el escritor por intentar ser popular cae en el  provincianismo aldeano del tópico y lo típico, entonces, es mejor dejar de escribir.  Y por supuesto, el buen lector no prestarle atención alguna.

 

Si sientes que llama a tu puerta el último adiós no cometas la torpeza de donar tu biblioteca a una administración pública española. Puede pudrirse en el sótano de la indiferencia y lo que es peor morir en una trituradora de papel.

 

“Vivimos en la cultura de la ignorancia agresiva”. Esta afirmación de Salman Rushdie, autor de Los versos satánicos, es la síntesis representativa de la abundancia que en una sucesión de thriller va creando tan fabulosa historia de inquietante actualidad, que tiene preocupada a gran parte de planeta llamado tierra con pavorosa miseria, guerras y diferencias que la desacreditan.

 

Los dioses tienen sed de justicia. El poder que domina en la tierra los calma con golpes de pecho y falsos rezos. Ellos son los representantes oficiales de la  clase divina de los cielos, prédica en la comedia humana.

 

Imagino al estremecedor poeta Georg Tralk en aquella Viena, fuente creadora, bajo la llameante,  insobornable y desafiadora Antorcha de Karl Kraus, con su implacable crítica a la metrópoli en la que vivía aquella generación de escritores y poetas de excelentes obras alta su calidad. Ellos fueron tallando una línea creativa avanzada  a la vez que también se convertían en anunciadores del temblor del nuevo siglo en la cansada Europa.

 

En un país, de tan elevado grado de corrupción como el nuestro, el orden y la eficacia que exige una verdadera democracia, está considerado un grave peligro para dichos manejos de los malversadores que gritan ser los salvadores de la patria.