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Vivir en una permanente paradoja

Si se te ocurre criticar a un musulman por el cruel tratamiento que dan a sus mujeres, eres un facha.

 “Seamos realistas, pidamos lo imposible” gritaban los estudiantes de la Sorbona en el Mayo del 68 coreando la frase de Marcuse y publicitando a todo el mundo uno de los ejemplos paradigmáticos de la paradoja. Una figura literaria que consiste en emplear expresiones que aparentemente envuelven una contradicción y cuyos ejemplos más conocidos son la frase socrática “sólo sé que no sé nada” o la poética de Santa Teresa de Jesús, “vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero”. Viene todo esto a cuento de una reflexión que me hago estos procelosos días en los que la política española vive momentos cruciales para el futuro inmediato de los ciudadanos (y ciudadanas, claro), y en el que, paradojas de la vida, nos encontramos inmersos en un océano de contradicciones sociales que limitan hasta modos insospechados la libertad de los individuos coartando todas y cada una de sus actuaciones diarias, desde fumar a beber y desde utilizar el coche a comerte un cochinillo asado, pasando por lo de las bolsas de plástico que todo el mundo anatemiza pero que siguen dándotelas en cualquier sitio al que vas de compras y, además, tienes la obligación de pagarlas. Inaudito.

 

En una época en la que los políticos se llenan las bocas con las palabras libertad y democracia, la sociedad está más condicionada que nunca por los poderes públicos. Ni en el periodo más duro de la dictadura franquista existían tantas prohibiciones individuales como las que hay ahora. Porque no son recomendaciones, sino exigencias penadas en su incumplimiento. Si eres un ciudadano (o ciudadana, claro) español del montón, es decir, de raza blanca, católico practicante o no, de familia monoparental, heretosexual, conservador y amante de tu país y de sus usos y sus costumbres, vas aviado. Te van a dar guantazos por todas partes. Estarás marcado de por vida como si fueras un paria hindú y cualquier opinión que emitas será anatemizada por la progresía que domina los medios de comunicación y las redes sociales, ¡Vade retro, Satanás!

 

El problema es que, además, los gobernantes de turno se escudan en que todo esto de limitar la libertad individual lo hacen por lo que ellos llaman “el bien común” con lo que hacen que te sientas como una especie de enfermo crónico que debería de ser exiliado a Molokay, ¿se acuerdan?, aquella isla maldita cercana a Haway en la que el padre Damián cuidaba de la leprosería. Porque resulta curioso, pero aquí, la libertad sólo se aplica por barrios. Me explico. Si se te ocurre criticar a un musulman por el cruel tratamiento que dan a sus mujeres, eres un facha, pero si la crítica va dirigida contra un ciudadano español al que su mujer le acusa sin pruebas de maltrato, entonces tienes vía libre para expresarla, y no sólo individualmente o en privado, sino en público. Y pongo un ejemplo que ha ocurrido no hace mucho en Sevilla, la famosa procesión del “Coño insumiso” en la que sus integrantes, ataviadas con mantillas y capirotes, velas y rosaros, simularon un cortejo procesional de una Virgen cristiana en los alrededores de la Macarena portando sobre sus hombros un monumental aparato genital femenino. Bueno, pues el juez dice que aquello era libertad de expresión y que no se pretendía ofender a los creyentes catóiicos. La pregunta es obvia, ¿qué hubiese ocurrido si las organizadoras de la perfomance hubiesen ido vestidas con hiyab o burka y, Corán en mano, pasearan la imagen de salva sea la parte de la madre de Mahoma? Ni les cuento la que les hubiera caído a las pobres mías. Como dice el refrán español, “aquí o todos moros o todos cristianos”. Pues eso, moros y cristianos conviviendo con los mismos derechos y obligaciones sin que las minorías acogidas impogan su dictadura a la gran mayoría de ciudadanos.

 

Estas son las constantes paradojas en las que vivimos, las contradicciones de una democracia en manos de políticos que miran más hacia su propio bolsillo que hacia el bienestar de la sociedad que dicen defender. Acaba de conocerse la sentencia del Proces y las condenas a quienes intentaron dar un golpe de Estado desde las propias instituciones democráticas. Si es verdad que vivimos en una democracia con separación de poderes, habría que respetar la sentencia del Supremo, se esté o no de acuerdo con ella. Ya verán como aquí se la pasan por el forro tanto los Puigdemont, Torra y compañía como los colegas vascos del PNV y Bildu y muchachos de Podemos y sus filiales. Nos esperan días complicados en las calles de ciudades y pueblos de Cataluña. Nada nuevo bajo el sol. Lo habían anunciado y van a provocar altercados cuando no buscar mártires que alienten el ánimo independentista. Esperemos que Sánchez, una vez celebradas las elecciones del 10-N, no necesite el apoyo de los partidos nacionalistas para lograr su investidura. Porque, de ser así, mucho me temo que la moneda de cambio sea el indulto a los condenados. Esperemos que me equivoque porque ello sería, com decía Ortega, un “error, un inmenso error”.