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Y lo peor está por llegar

Lo imposible en estos momentos es rogarle al cielo que no nos mande más plagas. ¡Virgencita, virgencita, que nos quedemos como estábamos!

 

Seamos realistas, pidamos lo imposible, decía uno de los famosos graffitis del Mayo del 68 francés que adornaban los muros de la Sorbona. Y lo imposible en estos momentos es rogarle al cielo que no nos mande más plagas. ¡Virgencita, virgencita, que nos quedemos como estábamos!, rogaba el paralítico a la Virgen de Lourdes cuando su silla de ruedas iba despeñada montaña abajo tras pedirle el milagro de su curación. Pue eso, mas nos vale quedarnos como estamos, con la pandemia disparada pero más suavizada, los hospitales en cuarentena en espera de contagiados, las muertes dentro de un supuesto control y la economía en la UVI con la ruína que nos amenaza con llegar a diez millones de parados a finales de este nefasto 2020. El paradigma de la mascarilla es fiel reflejo de esta nueva sociedad del Gran Hermano que se ha impuesto en medio mundo. Todos escondidos tras la tela y callados para evitar críticas inoportunas.

 

Dicen que un pesimista es sólo un optimista bien informado. Y, qué quieren que les diga, me da a mí que el pesimismo tiñe en estos momentos no sólo a mí, sino a todas las capas e la sociedad española. Porque seamos conscientes que lo peor está aún por llegar. Decía la copla aquello de “cuando llegue septiembre, todo será maravilloso”. Y septiembre ha llegado con las peores amenazas para una España sumisa y acobardada que no sólo no levanta cabeza, sino que va de culo y marcha atrás en libertades, progreso y democracia con la excusa del miedo al Covid, y con la vuelta a esa “nueva normalidad” programada de niños, jóvenes y mayores que tratan de superar el pánico que el Gobierno de Pedro y Pablo nos ha inculcado durante los últimos meses a través de sus leales medios de comunicación. Miedo me da escuchar al doctor Simón o al ministro Illa cuando señalan que la cosa del Covid está mal pero controlada. Como el control sea similar al que apuntaban esos mismos geniod a principios de marzo, nos espera un desastroso otoño de coco y huevo o, como decía Churchill, de “sangre, sudor y lágrimas”

 

Porque estamos padeciendo este 2020 buena parte de las plagas que asolaron Egipto en la época de Ramses y Moisés. No me acuerdo si fueron siete, diez o doce, pero aquí llevamos ya unas cuantas en un veranito que para nosotros se queda. Sólo nos falta que llegue la invasión de las langostas (no precisamente el crustáceo, sino el insecto) que acabe con las escasas cosechas de nuestros campos. Al menos, aquí en el sur del sur, hemos tenido y tenemos estos últimos meses, epidemias varias como si hubiesen programado en Sevilla un congreso internacional de virólogos, el coronavirus en primavera y lo que te rondaré morena, el virus del Nilo (hablando de las plagas de Egipto era lógico) en verano, incendios que han asolado media provincia de Huelva y toda nuestra espléndida industria turística, que nos salvaba los muebles a falta de otras fuentes de ingresos, hundida en la miseria y arrastrando al paro a cientos de miles de andaluces (y andaluzas, que diría Sánchez). La pregunta clave es, ¿qué hemos hecho para sufrir estos males? Al menos, Ramses lo tenía claro. Todo era culpa del Dios de los judíos dispuesto a masacrar a los pobres egipcios con tal de que los dejaran libres para ir a su tierra prometida. Pero, nosotros, los pobrecitos españoles, tan sacrificados y sumisos, tan dóciles y solidarios, tan progresistas y acogedores, ¿qué pecado hemos cometido? Porque ha tenido que ser un pecado bastante grave para merecer el castigo que estamos sufriendo. Vamos no un pecado venial, ni siquiera mortal, sino capital de necesidad.

 

Vale, de acuerdo. Muchos de ustedes me dirán que nuestro gran pecado ha sido el elegir en las urnas al Gobierno que nos dirige. De acuerdo, se trata de un error garrafal, de una metedura de pata que nos va a costar Dios y milagros superar. Pero esa no ha podido ser toda la culpa, entre otras cosas porque ese mismo pecado, el votar al supuesto progresismo de izquierdas que promete lo que nunca cumple y arruína al país una y otra vez, lo llevamos repitiendo los españoles desde hace décadas. Y no siempre hemos pagado el actual castigo divino, al menos, no con tanta virulencia (nunca mejor dicho). Podría ser que el todopoderoso estuviera asqueado de la sarta de mentiras y las corrupciones con las que nuestros líderes políticos (de todos los colores e ideologías) llevan sembrando el panorama social de una España que suele confundir el deseo con la realidad, la izquierda con la igualdad y la honradez y el pseudoprogresismo con el avance social.

 

Es lo que hay. Mientras tanto, aprientense los machos porque nos quedan unos mesesitos de aquí te espero. Yo vuelvo a las andadas articulistas tras veinte días de descanso en lugares apartados del mundanal ruído y me encuentro con que todo no es que siga igual, sino hasta peor de como lo dejé hace un mes. No quiero ser pesimista, pero la realidad me suele dejar bastante confundido. ¡Ah! Y una cosa más, no se dejen comer el coco con las tonterías que el Gobierno nos cuenta diariamente a través de sus medios. Son simples “macguffins”, cortinas de humo como la del Rey Juan Carlos, para que no conozcamos la desastrosa gestión de nuestros gobernantes.