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Duelo entre nazis mentirosos y gobernantes torpes

El conflicto de Cataluña es una ridícula batalla entre nazis hipócritas y avispados contra falsos demócratas torpes y acobardados, en la que todos ocultan sus miserias y pretenden ganar la batalla de la propaganda y la opinión pública porque no tienen arrestos ni fuerza para noquear al contrario.

Los nazis independentistas esconden ante el mundo que son peligrosos radicalizados, que llevan décadas mintiendo, adoctrinando a niños y jóvenes, acosando a los que piensan distinto y sembrando la sociedad de odio antiespañol. Los gobernantes españoles ocultan que durante décadas permitieron que en Cataluña se burlaran la Constitución y las leyes, que los políticos robaran y que el odio y la sedición crecieran como la espuma, mientras ellos, que estaban obligados a cumplir y hacer cumplir las leyes, cerraban los ojos como cobardes corrompidos.

Rajoy está en el lado de la razón, pero su torpeza exaspera a muchos, dentro y fuera de España.

Las patadas en la entrepierna a los delincuentes que violan las leyes no se anuncian, ni se televisan en directo. Eso es de tontos y de cobardes. Cuando la ley está de tu parte, el castigo se da pronto, sin avisar, y el problema se acaba. Lo único que debe televisarse en directo es la derrota de los «fuera de la ley», para que sirva de ejemplo a otros rebeldes.

Rajoy está en el lado de la razón, pero su torpeza exaspera a muchos, dentro y fuera de España. Si cuando empezó el desafío el gobierno de Mariano Rajoy hubiera dado la contundente y merecida patada en la entrepierna a los que violaban las leyes y la Constitución en Cataluña, como habrían hecho gobiernos solventes como los de Alemania o Francia, ya todo estaría resuelto y el mundo entero se habría sentido agradecido de que le evitaran el bochornoso problema catalán y la vergüenza de tener que contemplar como una nación como España, que fue grande y temida en el pasado, se humilla hoy y exhibe su debilidad hiriente y miserable frente a una manada de tramposos y mentirosos nacionalistas excluyentes, que apelan al diálogo porque no pueden hacer otra cosa y que se declaran pacíficos cuando, si pudieran y tuvieran fuerza, aplastarían al Estado español, sin titubear, como se aplasta a un mosquito en verano.

Un nazi violador de todas las leyes vigentes como Puigdemont, un tipo similar, como forajido, a los tahúres y cuatreros que llenaban las cárceles del Far West, se permite humillar y ridiculizar a un gobierno español, torpe, débil y lleno de sombras, que ha cometido el más estúpido y triste error como autoridad que representa a un pueblo soberano: permitir que un puñado de delincuentes, sin armas ni legalidad, le pongan en ridículo y hasta le hagan temblar ante el mundo.

Si hace tan sólo cinco años se hubiera organizado un referéndum en Cataluña sobre la independencia, las urnas se habrían llenado de «Noes», pero hoy la victoria sería para los sediciosos.

Europa contempla estupefacta la lucha ridícula entre un elefante torpe y una hormiga lista, sin tener el más mínimo deseo de asistir a ese espectáculo bochornoso y maldiciendo a los inútiles que, por no saber atajar a tiempo el conflicto, ahora les estalla a todos en el rostro, amenazando con contagiar al resto de Europa y con abrir de par en par las puertas de la disgregación y la atomización en el viejo continente.

Aunque nadie lo dice, Europa y el mundo saben que pocos gobiernos del planeta pueden exhibir tanta torpeza ante un problema de fractura nacional como el de Mariano Rajoy. Si hace tan sólo cinco años se hubiera organizado un referéndum en Cataluña sobre la independencia, las urnas se habrían llenado de «Noes», pero hoy la victoria sería para los sediciosos. En tan solo cinco años, la torpeza gubernamental ha llenado Cataluña de independentistas y de banderas esteladas.

La carta de respuesta de Puigdemont al gobierno español, conocida en la mañana del 16 de octubre, no es otra cosa que más ambigüedad, mas engaño y una dosis insoportable de cinismo, destinada a provocar risas y a poner en ridículo al gobierno de España, que tiembla de miedo a la hora de aplicar la ley a los que han optado por la delincuencia.

Y mientras tanto, la España decente y democrática se muerde los labios de rabia y vergüenza al contemplar tanta inutilidad e impotencia en aquellos que han sido elegidos para conducir la nación.